Usted está aquí: lunes 14 de noviembre de 2005 Cultura Goya y las mujeres

Goya y las mujeres

Como nadie, Goya llevó a sus lienzos la determinación, la dignidad, la desenvoltura y la inteligencia en la mirada de decenas de mujeres, sin olvidar el cómplice misterio con que retrató a su maja, la duquesa de Alba. La historiadora de arte Natacha Seseña, curadora de la magna exposición sobre Francisco de Goya y Lucientes que se inaugurará el próximo 21 de noviembre en el Museo Nacional de Arte, indaga en la biografía del artista, así como en su entorno afectivo y presenta el libro Goya y las mujeres. Con la autorización de la editorial Taurus presentamos a nuestros lectores un adelanto de esa obra, que esta semana empieza a circular en librerías.

Natacha Seseña

Ampliar la imagen �na de las mujeres de Goya, La marquesa de Santa Cruz, �, 1805, Museo del Prado, Madrid FOTO Tomada del libro Goya y las Mujeres Foto: Tomada del libro Goya y las Mujeres

En ciento cincuenta y siete años repletos de abrumadora bibliografía sobre Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), se ha perseguido con insistencia la fórmula capaz de explicar las contradicciones entre la elegancia de sus retratos, el mundo fantasmal y onírico de sus Caprichos y Disparates, el testimonio casi antropológico de su Tauromaquia y sus Desastres de la Guerra, la intimidad de sus dibujos, el vuelo arcangélico de sus frescos, el misterio viviente de sus Pinturas Negras y el enigma de su vida privada, sus ideas políticas y sus cartas. Personalmente, preferiría que esa "fórmula Goya" no llegara nunca a descifrarse y que su figura permaneciera como modelo genial de imágenes, luces y sombras y palabras escritas dentro de una gran dualidad casi gnóstica.

El contenido de este libro, dedicado al estudio de cómo Goya pintó y grabó a las mujeres, hace que la tarea resulte ciertamente más llevadera, puesto que el tema ha sido abordado por pocos autores y sólo de forma circunstancial. No obstante, no se puede dejar de tener en cuenta la existencia de toda una leyenda sobre las relaciones de Goya con las mujeres de su época, motivada sin duda por la rica, poliédrica, contradictoria, reservada, misteriosa y ambigua personalidad del pintor de Fuendetodos.

A propósito de la exposición Goya. La imagen de la mujer, celebrada en 2002 en el Museo del Prado y en la National Gallery de Washington, su comisario, Francisco Calvo Serraller, ya dejó constancia en el espléndido texto introductorio al Catálogo de su extrañeza ante la escasez de estudios sobre la relación entre Goya y las mujeres. (Merece la pena reseñar que esta exposición era la primera dedicada con carácter monográfico al asunto que nos ocupa, por lo que quedará en los anales con todo merecimiento.)

El presente libro se propone, pues, desentrañar cómo fue abordado por Francisco de Goya el mundo femenino. Sensibilidad para adentrarse en este mundo no le faltaba; pero, al mismo tiempo, el Goya ilustrado, partidario sin duda de la mejor educación de las mujeres -que, conviene recordar, fue tema central en el siglo XVIII-, no permaneció ajeno a las rémoras de la tradición y de ese fait accompli que a todo hombre se le suele plantear al tratar el "eterno femenino". A mi juicio, y lo adelanto ya, creo que no se le puede pedir a Goya que no se viera afectado por la polémica -¿cantinela?-, arrastrada durante siglos, sobre lo que las mujeres son y representan, pues se trata sin duda de un tema escabroso de abordar para los hombres.

Goya retrató a mujeres de todas las clases sociales, aunque predominen aquellas que ocupaban una posición superior en la jerárquica composición de la sociedad dieciochesca, entre las que, como es lógico, tuvo más encargos; pero nunca olvidó a las mujeres anónimas. Para todas ellas tuvo nuestro pintor una mirada especial, una mirada considerada.

Consideración significa atención, reflexión hacia algo, miramiento. Por eso este libro pretende reflejar esa particular mirada de Goya hacia el mundo de la mujer, porque cuando no podía reflejar con sus pinceles, su lápiz o su buril la belleza física -primer objetivo de todo pintor cuando pinta un retrato femenino-, se centraba en la sicología, dejándola reflejada en posturas y actitudes, así como en sus attrezos -trajes, telas, sombreros, etcétera.

Goya conocía a las mujeres que pintaba, conocía su rango, sus vidas, sus aciertos y también sus desventuras; estaba enterado de sus avatares y tristezas, y sabía por qué las tenía delante para hacerles un retrato -lo que con frecuencia sucedía porque había retratado previamente a sus maridos, o bien porque ellas ocupaban un puesto preeminente en la escala social. Para cerciorarnos sobre la agudeza de su capacidad de captación, he intentado en este libro averiguar algo más sobre la vida de estas mujeres. Ciertamente no he pretendido hacer una relación exaustiva de todas las mujeres que Goya pintó, pero sí me detendré en aquellos ejemplos que me parecen más significativos.

En la representación de mujeres anónimas, de mujeres de las cuales no tenemos ni nombre ni referencia, pero que Goya inmortalizó en algunos lienzos y, sobre todo, en dibujos y grabados, fue donde nuestro pintor actuó con más libertad: sin preocuparse del parecido, sin tener en cuenta el rango o la posición social, y atraído sólo por la idea que le bullía en la cabeza o por la atracción que, como artista, no podía dejar de sentir hacia aquellas personas o escenas que le inspiraban.

Goya ha pasado a la historia como el iniciador de la pintura moderna. Sin duda supone una novedad con respecto a la pintura del siglo anterior el gran número de obras que dedicó a tantas y tan variadas féminas y la forma en que las representó. En la nómina de mujeres por él retratadas se incluyen algunas que en el siglo XVII español no hubieran merecido tal atención. Sólo en Holanda -una sociedad que había abandonado los grandes conceptos emanados del catolicismo vaticanista y empezado su andadura por caminos protestantes como el dinero, el trabajo, la solidez familiar, etcétera-, la pintura valoró a la mujer como objeto de retrato en sí misma, sin necesidad de que fuera reina o princesa.

No es extraño que el genio de Goya como retratista -sin duda el género más rentable para obtener la fama y el dinero que siempre buscó- fuera apreciado por la nobleza española. La indudable presencia de la mujer en la vida social de Madrid explica el amplio espectro de retratos femeninos que pintó, ocupándose de mujeres pertenecientes a la aristocracia hasta 1806, para posteriormente dedicarse más a las burguesas emergentes, cuyo íntimo deseo ha sido siempre imitar a las aristócratas. Es justamente en este último punto donde Goya destaca, pues tenía el don de encontrar en trajes y miradas ese no se qué que distingue a una noble de una burguesa, al menos en el siglo XVIII.

La actitud considerada que Goya muestra en sus retratos de mujeres nobles y burguesas se tornará en juicio desgarrado y terrible cuando las represente como vehículo secular y consuetudinario de los males de la humanidad. No obstante, a la hora de denunciar su ignorancia, superstición y falta de ilustración, Goya representó a la mujer sin la acritud tradicional con que en general el hombre se enfrenta al mundo femenino, siempre un trato misterioso -mundo que no le era indiferente y su mirada es buena prueba de un interés primigenio-.

Lo que Goya dejó por escrito -ya sean cartas, títulos de sus grabados o explicaciones- ha sido siempre estudiado como una fuente de datos para comprender al pintor; de éstos se han sacado conclusiones de todo tipo: que era ignorante o que era ilustrado; que era un aragonés codicioso y que sólo perseguía mejorar su rango social; que era un buen marido y padre o que era mujeriego; que para él el mundo era un lugar de sufrimientos o que era un verdadero gozador. Si la complejidad es una cualidad inherente a cualquier hombre sensible, imaginemos dónde puede llegar esa complejidad en el caso de un genio.

Las cartas a Martín Zapater han merecido en este libro atención especial, si bien he intentado aproximarme a ellas de manera algo menos arqueológica que la que han adoptado las ediciones conocidas. Por su naturaleza misteriosa, han requerido un capítulo propio, aunque sin duda éste diste mucho de ser un estudio definitivo.

Por otra parte, el análisis de las mujeres que Goya representó ha sido estructurado en cinco apartados, dedicados, respectivamente, a las mujeres nobles, las aristócratas ilustradas, las mujeres burguesas, las mujeres de su familia y las mujeres de su entorno cercano.

 
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