La Jornada Semanal,   domingo 13 de noviembre  de 2005        núm. 558

 

El poema del ave fénix

Jaime Moreno Villarreal

En el principio son dibujos muy pequeños, apuntes breves hechos en papeles sueltos. Durante años han permanecido ahí, quién sabe cuándo los trazó Juan Soriano sobre una cuartilla mecanografiada, o entre los hexagramas de una lectura del I Ching, o en la servilleta de una cafetería. Salieron de su mano, algunos como brotes de una línea continuada, otros como bosquejos que ya se pensaban a sí mismos, muy seriamente, en tres dimensiones. Pero ninguno está en vuelo. ¿Qué hacen esos pájaros en el papel? Están anidando.

Acaso todo dibujo es un nido. ¿No procede el artista reuniendo varitas, rellenando una cavidad muy propia en donde ha de brotar la vida? La diferencia entre garabatear y dibujar consiste en tomar vuelo. Una cosa es cierta: los pájaros poseen el dominio del espacio, que es, en el plano, la aptitud del dibujo. Un día se levantan del papel y surgen modelados en plastilina o en cera para una mirada que los contempla y estudia: para la mirada de Juan Soriano quien posa su mano completándolos y corrigiéndolos, pues ya le pertenecen al espacio.

Cuántas veces he escuchado decir que el propio Juan tiene aspecto de pájaro. Ahora conduce una parvada disconforme e independiente de pájaros excéntricos y geniales, cada uno hecho de su relato propio –como las aves del místico persa Farid ud-Din Attar, en cuyo poema "La asamblea de las aves" ellas narran una por una su historia a lo largo de un viaje en bandada, en busca del rey de los pájaros que es una suerte de ave fénix. Juan las convoca también a una asamblea y una transfiguración. Esos pajaritos minúsculos rescatados de una servilleta de papel van a ser pájaros de bronce.

El mito del ave fénix –que existió en China, en la India, en Medio Oriente, en Egipto, y que en Europa siempre mantuvo un aroma oriental– bien puede ser un relato de la Edad de Bronce: un ave que renace de sus cenizas hace metáfora del invento de la fundición a la cera perdida, el antiquísimo método de la Edad de Bronce que aún se emplea para la escultura, y mediante el cual se han fundido los pájaros de Juan Soriano.

El fénix representa el triunfo de la vida. Su mito es un relato de vejez y regeneración. Juan, el artista viejo, renace en cada una de sus obras. Según diferentes versiones, al cumplir los quinientos o los mil años de existencia, sabiéndose ya vieja, el ave construye su nido. Con el calor del sol, el nido arde y consume al ave que se deshace en cenizas y en un líquido con forma de masa que hace las veces de semen. De ahí se forma un huevo del que resurge el fénix. Pensemos por un momento que, como metal resistente a la corrosión, el bronce (la aleación de cobre y estaño realizada por primera vez unos 3 mil 500 años antes de nuestra era) no sólo condujo a la elaboración de un sinnúmero de artefactos resistentes (armas, ollas, utensilios, piezas decorativas…), sino que refrendó con nueva dureza el "salto" intelectual y especulativo de la fundición de los metales (5000 aC): era posible refundir el bronce para elaborar nuevas piezas, para perfeccionar su técnica y acabado. Tenemos pues, un material longevo que puede, al cabo de una vida útil, producir un nuevo objeto consumado y longevo. Cualquier cosa que signifique arte, tuvo por milenios este crédito: el perfeccionamiento.

Acaso otro mito remisible a la Edad de Bronce es el sueño alquímico de transformar los metales en oro. De ello participa especialmente la escultura en bronce: un laboratorio montado en torno al fuego, de donde se obtiene una aleación poderosa que conlleva un valor espiritual –el "pájaro de fuego" es también nombre del fénix.

Acompañar a Juan Soriano a la fundición donde hace sus pájaros en bronce es asistir a un rito arcaico. Juan ha estado trabajando en la fundición de César Castro, en el pueblo de Tepexpan –famoso por ser un sitio arqueológico de eminentes descubrimientos prehistóricos, como por ser la sede de un sanatorio psiquiátrico, "adonde todos iremos a dar muy pronto", dice Juan. Al entrar a la fundición, esculturas de pájaros de bronce sobresalen entre el tumulto de las gallinas de corral que le ponen escándalo a la llegada de los visitantes. Al fondo, se ven túmulos no muy altos cubiertos de cal y arena; son los tambores donde se funden las piezas. En el patio se arrima un depósito de metal de desperdicio: grifos de bronce, tuberías de cobre, cabeceras de camas de latón; y al pie un hoyo en el suelo donde se pone al fuego el crisol de grafito. 

Hay en el cobertizo un taller donde se da acabado a los pájaros de Juan moldeados en cera. Todos son frutos de su invención, si bien es cierto que un ave picuda recuerda el ibis egipcio, otra evoca un pelícano sobre las aguas, mientras que una calavera prehispánica parece alojarse en el pecho de un águila, y al contemplar otro pájaro de espaldas uno pensaría que tiene forma de urna zapoteca. Son piezas elaboradas por moldeadores a partir de aquellos minúsculos dibujos, piezas a las que Juan da el último retoque y el visto bueno antes de ordenar su fundición. Ahora sí, renazcan del fuego.

De las piezas en cera se hacen moldes de yeso con forma exterior de tambor. Los tambores se depositan en esa zona de túmulos, donde harán las veces de hornos. En torno del tambor se construye una "casita" cilíndrica con tabiques y cemento, dejando en lo bajo dos "ventanitas" por donde entrarán los sopletes, y en lo alto un conducto o "chimenea" por donde saldrá evaporada la cera. A la pieza se le han añadido "coladas", que son unos conductos por donde la cera se irá desalojando del interior del molde. Al entrar los sopletes encendidos, la cera comienza a consumirse y a escurrir por las coladas, dejando dentro del yeso, en hueco, la forma exacta de la pieza. Esta quema puede durar hasta dos días. Una vez que la cera se ha evaporado completamente, el hornero Noé Castro desbarata la "casita", le quita la "chimenea" y ciñe el tambor con una lámina para que resista la entrada del bronce, que es como decir: la entrada del sol.

El mito del fénix es solar. No solamente por las numerosas versiones que aseguran que el ave vuela a la ciudad de Heliópolis a construir su nido –el nido en que se abrasará–, sino porque su nombre relaciona al pájaro con el árbol solar por excelencia: la palma (phoinix, en griego: San Isidoro de Sevilla identifica al fénix y la palmera por longevos, en sus Etimologías). Acaso por esta razón, en la antigüedad se suponía que el fénix construía su nido en lo alto de una palmera. Lo más cerca posible del Sol. Pues bien, en la fundición un candente líquido solar de color amarillo naranja se vierte dentro del tambor donde espera el huevo hueco del pájaro. El crisol soporta 180 kg de bronce líquido. Se ha calentado con una turbina de gas hasta el rojo vivo, y se transporta como una olla con tenazas hasta los tambores para vaciarse por el agujero de lo que fuera la chimenea. En su seno el metal adquiere la forma exacta de un pájaro de la Edad de Bronce.

El enfriamiento es rápido. Los fundidores deshacen el tambor para extraer la pieza, a la que hay que quitarle las coladas (que han quedado también fundidas en bronce) para desbastarla y pulirla con el esmeril. Cuando se trata de una escultura grande, se funde parte por parte y luego se une como un rompecabezas con soldadura autógena. Se le da terminado con el esmeril para que no se noten las uniones.

Ya la forma está acabada. Es un pájaro elevado por la luz. Es momento de aplicarle sustancias químicas para que adquiera pátina. El "hígado de azufre" (azufre derretido con potasa) da fondo oscuro al bronce. Con ácido nítrico y nitrato de cobre adquiere tonos de verde; el mismo ácido con nitrato de fierro da el marrón, y con el amoniaco produce los tonos del azul. Por último, para proteger la pátina, se le aplica grasa para calzado en caliente. La pieza está terminada. Con el curso de los años, el ácido nítrico seguirá "trabajando" e irá profundizando, modificando la tonalidad.

Leemos en Hesíodo que los hombres de la raza de bronce eran como fresnos, robustos y violentos. Los caracterizaba su fuerza y su desmesura. Al final, la noche los absorbió. Pero entre aquellos hombres surgió un artista, Dédalo, que era ante todo escultor y arquitecto. Dédalo fabricaba estatuas de bronce. Como todos sabemos, fue el arquitecto del laberinto de Creta, de donde tuvo que huir por haber ayudado a Ariadna y Teseo a aniquilar al Minotauro. Fue precisamente con unas alas de cera inventadas por él mismo que Dédalo huyó junto con su hijo Ícaro, quien cayó al Mar Egeo por haberse acercado demasiado al sol. Este relato subraya que los hombres de la raza de bronce modelaban la cera, y que por lo menos dos de ellos se aventuraron a ser pájaros.

Creo que Juan Soriano participa de una aventura semejante. En el momento de la vejez, se echa a volar con alas de cera. Cuenta el mito del ave fénix que, una vez que el pájaro renace de sus cenizas, vuela por las regiones celestes acompañado por el cortejo de todas las aves. Juan pajarero se hace acompañar por una bandada de cera y sol que toma vuelo de sus manos.