El poema del ave fénix Jaime Moreno Villarreal
Acaso todo dibujo es un nido. ¿No procede el artista reuniendo varitas, rellenando una cavidad muy propia en donde ha de brotar la vida? La diferencia entre garabatear y dibujar consiste en tomar vuelo. Una cosa es cierta: los pájaros poseen el dominio del espacio, que es, en el plano, la aptitud del dibujo. Un día se levantan del papel y surgen modelados en plastilina o en cera para una mirada que los contempla y estudia: para la mirada de Juan Soriano quien posa su mano completándolos y corrigiéndolos, pues ya le pertenecen al espacio. Cuántas veces he escuchado decir que el propio Juan tiene aspecto de pájaro. Ahora conduce una parvada disconforme e independiente de pájaros excéntricos y geniales, cada uno hecho de su relato propio –como las aves del místico persa Farid ud-Din Attar, en cuyo poema "La asamblea de las aves" ellas narran una por una su historia a lo largo de un viaje en bandada, en busca del rey de los pájaros que es una suerte de ave fénix. Juan las convoca también a una asamblea y una transfiguración. Esos pajaritos minúsculos rescatados de una servilleta de papel van a ser pájaros de bronce. El mito del ave fénix –que existió en China, en la India, en Medio Oriente, en Egipto, y que en Europa siempre mantuvo un aroma oriental– bien puede ser un relato de la Edad de Bronce: un ave que renace de sus cenizas hace metáfora del invento de la fundición a la cera perdida, el antiquísimo método de la Edad de Bronce que aún se emplea para la escultura, y mediante el cual se han fundido los pájaros de Juan Soriano.
Acaso otro mito remisible a la Edad de Bronce es el sueño alquímico de transformar los metales en oro. De ello participa especialmente la escultura en bronce: un laboratorio montado en torno al fuego, de donde se obtiene una aleación poderosa que conlleva un valor espiritual –el "pájaro de fuego" es también nombre del fénix. Acompañar a Juan Soriano a la fundición donde hace sus pájaros en bronce es asistir a un rito arcaico. Juan ha estado trabajando en la fundición de César Castro, en el pueblo de Tepexpan –famoso por ser un sitio arqueológico de eminentes descubrimientos prehistóricos, como por ser la sede de un sanatorio psiquiátrico, "adonde todos iremos a dar muy pronto", dice Juan. Al entrar a la fundición, esculturas de pájaros de bronce sobresalen entre el tumulto de las gallinas de corral que le ponen escándalo a la llegada de los visitantes. Al fondo, se ven túmulos no muy altos cubiertos de cal y arena; son los tambores donde se funden las piezas. En el patio se arrima un depósito de metal de desperdicio: grifos de bronce, tuberías de cobre, cabeceras de camas de latón; y al pie un hoyo en el suelo donde se pone al fuego el crisol de grafito.
De las piezas en cera se hacen moldes de yeso con forma exterior de tambor. Los tambores se depositan en esa zona de túmulos, donde harán las veces de hornos. En torno del tambor se construye una "casita" cilíndrica con tabiques y cemento, dejando en lo bajo dos "ventanitas" por donde entrarán los sopletes, y en lo alto un conducto o "chimenea" por donde saldrá evaporada la cera. A la pieza se le han añadido "coladas", que son unos conductos por donde la cera se irá desalojando del interior del molde. Al entrar los sopletes encendidos, la cera comienza a consumirse y a escurrir por las coladas, dejando dentro del yeso, en hueco, la forma exacta de la pieza. Esta quema puede durar hasta dos días. Una vez que la cera se ha evaporado completamente, el hornero Noé Castro desbarata la "casita", le quita la "chimenea" y ciñe el tambor con una lámina para que resista la entrada del bronce, que es como decir: la entrada del sol. El mito del fénix es solar. No solamente por las numerosas versiones que aseguran que el ave vuela a la ciudad de Heliópolis a construir su nido –el nido en que se abrasará–, sino porque su nombre relaciona al pájaro con el árbol solar por excelencia: la palma (phoinix, en griego: San Isidoro de Sevilla identifica al fénix y la palmera por longevos, en sus Etimologías). Acaso por esta razón, en la antigüedad se suponía que el fénix construía su nido en lo alto de una palmera. Lo más cerca posible del Sol. Pues bien, en la fundición un candente líquido solar de color amarillo naranja se vierte dentro del tambor donde espera el huevo hueco del pájaro. El crisol soporta 180 kg de bronce líquido. Se ha calentado con una turbina de gas hasta el rojo vivo, y se transporta como una olla con tenazas hasta los tambores para vaciarse por el agujero de lo que fuera la chimenea. En su seno el metal adquiere la forma exacta de un pájaro de la Edad de Bronce. El enfriamiento es rápido. Los fundidores deshacen el tambor para extraer la pieza, a la que hay que quitarle las coladas (que han quedado también fundidas en bronce) para desbastarla y pulirla con el esmeril. Cuando se trata de una escultura grande, se funde parte por parte y luego se une como un rompecabezas con soldadura autógena. Se le da terminado con el esmeril para que no se noten las uniones. Ya la forma está acabada. Es un pájaro elevado por la luz. Es momento de aplicarle sustancias químicas para que adquiera pátina. El "hígado de azufre" (azufre derretido con potasa) da fondo oscuro al bronce. Con ácido nítrico y nitrato de cobre adquiere tonos de verde; el mismo ácido con nitrato de fierro da el marrón, y con el amoniaco produce los tonos del azul. Por último, para proteger la pátina, se le aplica grasa para calzado en caliente. La pieza está terminada. Con el curso de los años, el ácido nítrico seguirá "trabajando" e irá profundizando, modificando la tonalidad.
Creo que Juan Soriano participa de una
aventura semejante. En el momento de la vejez, se echa a volar con alas
de cera. Cuenta el mito del ave fénix que, una vez que el pájaro
renace de sus cenizas, vuela por las regiones celestes acompañado
por el cortejo de todas las aves. Juan pajarero se hace acompañar
por una bandada de cera y sol que toma vuelo de sus manos.
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