Usted está aquí: domingo 13 de noviembre de 2005 Cultura La muerte no tiene remedio, ni siquiera en México, sostiene José Saramago

Ignoro cómo se puede creer aún en Dios; es una fábula que debería dejar de repetirse

La muerte no tiene remedio, ni siquiera en México, sostiene José Saramago

El Nobel reflexiona en su nueva novela sobre la soberbia infinita de aspirar a la vida eterna

ARMANDO G. TEJEDA CORRESPONSAL

Ampliar la imagen El Nobel de Literatura Jos�aramago firma un ejemplar de su m�reciente novela, Las intermitencias de la muerte, el pasado 31 de octubre en Belo Horizonte, Brasil FOTO Reuters Foto: Reuters

Madrid,12 de noviembre. Un supuesto improbable e imposible -que de un día para otro la gente dejara de morir y se condenara a vivir eternamente- es el punto de partida de la más reciente novela del escritor portugués José Saramago, Las intermitencias de la muerte (Alfaguara). El Nobel de Literatura 1998 reflexiona en esta ocasión sobre la muerte y todos sus recovecos en la sociedad contemporánea, en la que el ser humano demuestra una "soberbia infinita" al aspirar al mítico elixir de la vida eterna.

"Al día siguiente no murió nadie." Con esta frase se comienza a tejer la historia de la nueva novela de Saramago, ubicada en un país ficticio que de pronto se convierte en un lugar en el que la muerte ha decidido suspender "su trabajo letal". La ausencia de la muerte suscita situaciones dramáticas y delirantes, en las que están presentes el poder político, las mafias, las familias o las contradicciones de la Iglesia católica y su dogma.

El autor de Ensayo sobre la ceguera confirmó que su escritura de ficción siempre parte de "supuestos imposibles o improbables", como el que dio origen a Historia del cerco de Lisboa, en la que la omisión de un relato podía cambiar la historia; o en La balsa de piedra, donde veíamos a la Península Ibérica flotar en el océano separada de Europa. Es una manera de decir -según Saramago- que "no cambiaremos la vida si no cambia la vida".

Sobre la génesis de la novela, Saramago explicó: "En un momento determinado se me ocurrió la siguiente idea: Y si la muerte no lograra matar a nadie. Este ha sido el embrión, la célula de la historia y de todas las consecuencias que esto provocaría en toda la sociedad. La conclusión ya la conocemos, pues si la muerte dejara de matar sería un desastre mundial, pero también me ha servido para hacer un análisis de la sociedad humana, de sus prejuicios y supersticiones".

El inquietante escenario que plantea Saramago altera el funcionamiento de todas las instituciones de la sociedad, al tiempo que abre algunos debates en torno a la eutanasia, el suicidio, la forma en que el mundo actual convive e ignora a sus ancianos y las consecuencias de las guerras.

El Nobel portugués explicó que en su caso la muerte no representa un símbolo de inspiración, ya que "el hecho de la muerte aparece con toda la naturalidad a lo largo de mis relatos porque en el fondo no se puede estar escribiendo sobre la vida sin que en un momento determinado no ten-ga que morir alguien. Pero eso no significa que la muerte sea mi tema personal en toda mi obra, simplemente que en esta novela sí es el tema central".

Se le preguntó sobre la forma de asumir la muerte en las distintas culturas, como la mexicana. Saramago señaló: "Si hay un país que conoce íntimamente la muerte, que se duerme con ella y se levanta con ella, ese es México. Aunque mi muerte no es exactamente la muerte para los mexicanos, pues ustedes se divierten y llegan incluso a comer las calaveras de azúcar. Pero en esta novela no es el caso, digamos que se trata de una muerte en cierta manera más intelectualizada, no tiene esa pretensión popular y la aportación es clara sobre las consecuencias de que la muerte no mate son específicas de una determinada cultura. La novela empieza por donde empezó, lo que significa que la muerte no tiene salida. Incluso en México la muerte no tiene salida".

En la sede del Instituto Cervantes de Madrid, mediante una videoconferencia desde Lisboa, Saramago reconoció que él no cree en ningún dios ni en mundos imaginarios, como el cielo o el infierno.

"No creo en Dios y no entiendo cómo se puede creer aún en Dios. Sé que cuando llegue mi hora entraré en la nada y se acabó; habrá también un día en que se acabe todo, también la galaxia, y Dios no se cuestionará qué ha pasado con su creación; son fábulas que no se deberían seguir repitiendo", señaló.

Explicó que esta reflexión sobre la muerte también lo llevó a revisar diversos estudios científicos y astronómicos, en los que confirmó sus creencias agnósticas, ya que "existen 200 millones de estrellas en la galaxia, y una de ellas es el Sol".

Sobre la forma como enfrenta personalmente a la muerte, Saramago fue muy claro: "Cumpliré dentro de pocos días 83 años. Soy un hombre que tiene que optar entre tres palabras: o soy una persona mayor, o soy un viejo o soy un anciano. Decir persona mayor creo que es intentar disfrazar a la realidad. La palabra anciano no me gusta. Entonces tengo la dignidad para decir que soy un viejo. Por lo tanto los 83 años los intento vivir de una forma positiva y no me concibo como si tuviera 83, sino como si tuviera 75 o 62 y a veces, incluso, me siento como si tuviera 18 años. Estoy bien y espero seguir trabajando unos cuantos años más, además de que no tengo miedo a la muerte. No vivo con esa preocupación. No pienso en ella porque tengo muchas cosas para vivir el día a día, pero soy consciente de que está ahí, tan consciente que he escrito este libro".

 
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