Usted está aquí: jueves 10 de noviembre de 2005 Ciencias El cerebro: la última frontera

El cerebro: la última frontera

CUAUHTEMOC VALDIOSERA R.

DURANTE LA ULTIMA DÉCADA SE ACELERARON LOS TRABAJOS PARA CONOCER cómo funciona realmente el cerebro. Y los neurocientíficos estuvieron a la altura de este visionario esfuerzo: utilizaron lo último en neuroimágenes para localizar las regiones del cerebro que se ocupan de las más diversas funciones, que van desde el reconocimiento de rostros hasta cómo jugamos. Encontraron los genes causantes de algunas enfermedades mentales, así como del Alzheimer y el mal de Parkinson. Descubrieron los caminos moleculares que sostienen la memoria, pero entre todos ellos destaca uno que cambiará todo lo que conocemos: la neuroplasticidad del organismo más complejo del universo conocido: el cerebro, la madre de todas las computadoras, que con sólo un peso de mil 400 gramos contiene 100 mil millones de neuronas, tantas como estrellas nuestra galaxia, con igual complejidad en la conexión entre ellas. Cada célula de la corteza está en condiciones de enviar señales a otras 10 mil, tanto de la corteza como de otras partes de la cabeza. Las posibilidades combinatorias son inmensas: basta multiplicar 10 mil millones por 10 mil, cantidad que si sumáramos de uno en uno, nos llevaría 32 millones de años.

Los neurocientíficos imaginan que en este nuevo milenio dominará la ''neuroplasticidad directa'', es decir, que se podrá descubrir cuál secuencia de información específica, inyectada al cerebro, logrará desenmarañar algunos de nuestros circuitos nerviosos para aliviar la depresión, la segunda enfermedad a escala mundial; curar problemas de aprendizaje, rehabilitar víctimas de embolias, posponer los efectos del Alzheimer, etc., o sea, la capacidad de enseñarle nuevos trucos a un cerebro viejo: las personas podrán así alterar su cerebro con las herramientas adecuadas.

A pesar de todos estos espectaculares avances científicos en estos últimos 10 años, mayores que todos los anteriores en la historia, el conocimiento de la conciencia, de los circuitos y procesos bioquímicos que originan la conciencia humana es hoy el último reto tecnológico para saber lo que somos y cómo comprendemos el universo que nos rodea. Pero la cruda realidad es que el objetivo central del actual programa de investigación neurológica sigue estando fuera de nuestro alcance, pues sólo poseemos un conocimiento muy rudimentario del modo en que el cerebro engendra la mente, o sea la capacidad de pensar, de reflexionar en hechos pasados e imaginar.

Pensamos, comemos, nos emocionamos, respiramos, imaginamos... Al mismo tiempo que usted está leyendo este artículo, miles de millones de impulsos nerviosos y moléculas circulan a gran velocidad por su cerebro. Reconoce las letras y los conceptos de cada frase, memoriza, respira, mueve los ojos, regula los latidos del corazón, aprende... Si tuviéramos que realizar conscientemente todas y cada una de estas operaciones a la vez, quizá nos volveríamos locos. Tal vez en los próximos 10 o 20 años comprenderemos lo esencial del funcionamiento del cerebro humano. Las computadoras, de hecho, nos están abriendo cada vez más ventanas a ese misterioso mundo y permiten contemplar, en vivo y en tiempo real, su frenética actividad.

Los trastornos maniaco-depresivos, la esquizofrenia o el dolor que a todos nos afecta alguna vez empiezan a comprenderse con mayor claridad, hasta el punto de que ya no resulta aventurado predecir que se podrán controlar en la próxima década.

Durante ese tiempo, buena parte de los esfuerzos se centrarán en intentar descubrir nuevos mensajeros químicos, neurotransmisores y receptores.

Si pensamos en la computadora más poderosa que existe en la actualidad: el cerebro (hasta este momento), tenemos una estructura sumamente pequeña con un consumo de energía muy moderado, pero que es capaz de realizar unos 100 millones de MIPS (millones de operaciones por segundo) a pesar de que los circuitos neuronales que lo componen son muy lentos en comparación con los circuitos electrónicos.

Esta enorme capacidad de procesamiento es equivalente a unos 10 mil procesadores Pentium trabajando en paralelo, por lo que será necesario cambiar nuestra visión del cerebro para poder llegar algún día a entender su funcionamiento.

De hecho, se ha comprobado que el sistema nervioso de los adultos normales, incluso a edades avanzadas, sigue fabricando nuevas células nerviosas. Este crucial descubrimiento, además de enterrar definitivamente uno de los dogmas más antiguos de la neurociencia, abre nuevos escenarios para comprender mejor la adaptación del cerebro a su medio ambiente. Algo que, en definitiva, tiene mucho que ver, entre otros aspectos, con el aprendizaje, la memoria y la inteligencia, tres cualidades mentales íntimamente relacionadas entre sí, y cuyo funcionamiento, como indican los últimos hallazgos, depende del número y del tipo de conexiones nerviosas.

¿Sería, por tanto, posible manipular la memoria y el aprendizaje? La idea de modificar la inteligencia resulta hoy tan arriesgada como en su día lo fueron el submarino o los viajes planetarios. Lo que sí es cierto es que algunos ratones, programados genéticamente mucho antes de su nacimiento, aprenden y memorizan mucho mejor que sus hermanos o progenitores. La diferencia la marca un gen que se les introduce cuando todavía son simples embriones, y que produce un tipo de receptor que de alguna manera altera las conexiones nerviosas, potenciando el aprendizaje y la memoria.

Para el año 2030 más de 160 millones de personas mayores de 65 años vivirán en Estados Unidos y en Europa. De ellos, unos 8 millones sufrirán el mal de Alzheimer y varios millones más padecerán la enfermedad de Parkinson y alteraciones de la memoria relacionadas con la edad. Para muchos de ellos no está lejos la implantación en el cerebro de células modificadas genéticamente que ayuden a mejorar su enfermedad.

Varios grupos de investigación en todo el mundo, integrados por neurólogos, físicos, matemáticos y programadores, entre otros expertos, han empezado ya a diseñar lo que algunos han bautizado como la última frontera de la inteligencia artificial: la lógica fuzz, o lógica borrosa: una revolucionaria tecnología basada en las redes neuronales del cerebro humano, que permitirá emular en las máquinas el lenguaje que utilizamos para comunicarnos y acortar la distancia abismal que se interpone entre el hombre y los robots. Ello dependerá, en gran medida, de hasta dónde lleguemos en el conocimiento de nuestro cerebro y de nuestra conciencia de la realidad que nos rodea.

 
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