La Jornada Semanal,   domingo 6 de noviembre  de 2005        núm. 557

Víctor Flores Olea

Adolfo Sánchez Vázquez: filosofía moral y política

Resulta ésta ocasión propicia para expresar mi admiración por Adolfo Sánchez Vázquez, y para rendir homenaje a un hombre, a un maestro universitario y a un pensador que ha sido admirable por sus calidades morales e intelectuales, y que ocupa un lugar único en el desarrollo de la filosofía en México en la segunda mitad del siglo xx y en lo que va de este nuevo siglo, y seguramente, para fortuna de todos, durante muchos años más. 

No se trata de una admiración de circunstancia sino de la expresión de una certeza: en un tiempo de tantos abandonos la obra y persona de Adolfo Sánchez Vázquez nos refuerzan en la confianza de que el mundo puede ser mejor y mejores las relaciones sociales, propiamente humanas. Un mundo más solidario, más justo y democrático, que es en definitiva la lucha fecunda del maestro Sánchez Vázquez a lo largo de su vida.

Lo anterior porque en el horizonte de la vida de Adolfo ha habido pérdidas desgarradoras (por ejemplo, el golpe fascista en su patria de origen y en todo el Continente Europeo, que se cuenta sin duda entre las etapas más atroces de la humanidad), y el hecho abrumador de que las conquistas sociales, por más modestas que hayan sido en varios continentes y países, se diluyen hoy en el desenfreno de los intereses privados que persiguen una acumulación sin medida para la que resulta una insignificancia la miseria de millones de hombres en todos los rincones del planeta. Tal vez el hecho más grave a que se enfrenta la humanidad en este inicio del siglo.

Y, por supuesto, no puede dejar de mencionarse el derrumbe de aquel "socialismo que realmente existió" y que, no obstante las esperanzas que suscitó en sus inicios, y más allá, se precipitó en la impostura y en la negación de los principios que un día le dieron vida. Para quienes han pensado y luchado por el socialismo, aún con la convicción de que aquél existente había abandonado las metas del origen, y en más de un sentido se había colocado en sus antípodas, el fracaso significó un duro golpe porque ni siquiera cupo una posible reforma. El resultado fue la negación de las esperanzas y de las militancias, a veces heroicas y otras perversas.

Pero en el tiempo de Adolfo Sánchez Vázquez también encontramos triunfos dignos de recuerdo. Algunos: el fin de la dictadura que lo expulsó de su casa y permitió la fortuna de que México lo recibiera con su fecunda vida, esta Casa de Estudios (la UNAM) en primer término. El fin del sistema colonial en continentes enteros que sin embargo originó, es verdad, otros ingentes problemas que aún aguardan solución. Y para no pretender ni de lejos ser exhaustivo, la rebelión hoy de buena parte del mundo en contra del nuevo capitalismo globalizado, saqueador y empobrecedor. Siempre contando las batallas por un mundo mejor, en cualquier parte, con el decidido apoyo intelectual, moral y político de Adolfo Sánchez Vázquez. 

Tal es la prueba práctica de su grandeza y reciedumbre. Una reciedumbre sin desmayos ni intervalos, que es la prueba irrefutable de cómo él ha entendido vitalmente la relación entre la moral y la política. Es decir, en primer lugar como compromiso insoslayable, como tarea de la inteligencia que necesariamente tiene consecuencias prácticas, también en el campo de la política. Tarea de la inteligencia que figura un mundo más humano y lucha por realizarlo. Sí, tal vez el acercamiento más seguro a la vida y obra de Sánchez Vázquez lo encontremos en la esfera de lo que se ha llamado el "pensamiento utópico". 

"Pensamiento utópico" no por desfasado en el tiempo y sin lugar, sino en cuanto obra de la inteligencia, de la voluntad y la moral que se opone al vigente y opresivo estado de cosas y ofrece, con sólidos argumentos, posibilidades alcanzables de una nueva realidad que permita a la sociedad y al individuo ejercer sus facultades y libertades hoy negadas. El significado profundo de la filosofía moral de Adolfo Sánchez Vázquez y de su relación con la política: la emancipación humana no únicamente como promesa abstracta sino como posibilidad concreta por la que vale la pena vivir y aun morir.

En sus reflexiones sobre filosofía moral Sánchez Vázquez insiste en que la dimensión ética del hombre no puede entenderse como decisionismo aislado de las relaciones sociales y políticas, y tampoco como utilitarismo que al final de cuentas nos remite al individuo solitario y egoísta. La conducta ética, el acto moral, es siempre el de un sujeto que pertenece a una comunidad humana y, por tanto, está por necesidad históricamente determinado. Las decisiones morales estarían siempre vinculadas a una totalidad de elementos: motivos personales, intenciones, resultados y consecuencias en unidad indisoluble. 

La libertad, la capacidad de optar, ese rasgo distintivo del ser humano y fundamento del acto moral, que se desvanecería en la circunstancia de un determinismo que precisamente anularía la posibilidad de la elección y la decisión. Sólo es libre la decisión que no es forzada ni impuesta de fuera. Libertad fincada en la conciencia y responsabilidad del ser humano, y hasta en su carácter, que es dinámico y variable también, y desde luego asentada en un horizonte de valores o convicciones que el individuo considera virtuosos, que aprecia como virtud realizar.

En el trabajo humano, en la capacidad del hombre para transformar a la naturaleza, se proyecta una de sus capacidades extraordinarias: su facultad creativa, es decir, la producción de objetos en los que, al plasmar sus fines y proyectos, deja su testimonio de ser humano. Por ello, nos dice Sánchez Vázquez que "en el trabajo, a la vez que humaniza a la naturaleza exterior, el hombre se humaniza a sí mismo, es decir, desarrolla y eleva sus capacidades de creación". Y "su valor radica ante todo en su poder de humanización: el hombre ha de trabajar para ser verdaderamente hombre". Por eso es que para Adolfo Sánchez Vázquez la fundamental tarea ética y moral consiste en luchar en contra de las condiciones sociales que convierten al trabajo del hombre en trabajo "enajenado", es decir, en trabajo que no le pertenece porque no responde a sus fines y necesidades, trabajo que no es creativo en el sentido propio del término y cuyos provechos tampoco le pertenecen porque responden a las finalidades de otros afuera, el sistema y los individuos que explotan y expropian el trabajo de los demás. En las condiciones de la producción capitalista esta negación del trabajo humano como trabajo creativo llegaría a un extremo intolerable.

En estas apretadas alusiones a algunas de las ideas de Adolfo Sánchez Vázquez en el campo de la filosofía moral y la política, no es difícil reconocer algunas de las orientaciones básicas que han definido su propia biografía, y que la convierten de tal manera en paradigmática y admirable. He aquí otra vez, en la vida de nuestro homenajeado, esa unión de una pieza entre convicciones, reflexión y proceder moral. Una de las cuestiones decisivas que aparece en las reflexiones sobre moral de Adolfo Sánchez Vázquez tiene que ver con las relaciones entre medios y fines. Aquellos, los medios, no pueden negar a los fines declarados o no, porque entonces estamos ante una grave mistificación y ante la negación del acto moral mismo, ante la cancelación o incluso ante la traición del proyecto propuesto. 

La reflexión se aplica tersamente al campo de la política, y desde luego, al caso del estalinismo, en que los fines de la retórica declarativa –una sociedad socialista y emancipada– fueron negados y traicionados por las prácticas persecutorias y los crímenes de Stalin, y más generalmente por la dictadura burocrática de ese sistema hasta su desaparición. La necesaria correspondencia entre fines y medios de la reflexión moral de Sánchez Vázquez ilumina en varios aspectos el desastre político del "socialismo realmente existente". El fin no justifica los medios y la revolución no puede desvincularse de la ética: los medios deben ser adecuados al fin elevado de la revolución, que resulta imposible si no hay una transformación de las conciencias y de las relaciones humanas, nos dice Sánchez Vázquez. Teniendo a la vista la perversión política y moral que significó la historia de tales "socialismos" –la pretendida emancipación humana a través de una sangrienta dictadura– no puede sorprender demasiado su hundimiento y aun su desaparición. 

Pero visto retrospectivamente es muy posible que la inmensa mayoría de los socialistas a finales de la década de los ochenta, pensaran mucho más en las posibilidades de una "reconversión" o "reforma" profunda del sistema que en su desaparición súbita, que sorprendió por igual a tirios y troyanos. Inclusive los más acérrimos críticos –digamos los trotskistas– pensaban más en una nueva revolución desde dentro que en el hundimiento del sistema.

Por supuesto no es el momento de ir más lejos sobre la variedad de causas, que seguramente son numerosas y complejas, de tal quiebra histórica. Lo que me interesa subrayar ahora es que ese hecho histórico ha tenido consecuencias del mayor impacto en el campo del pensamiento socialista y del marxismo. ¿Cómo, en nombre de ese pensamiento, que implicaba también una moral, se pudieron cometer tales crímenes y fechorías? ¿Es posible aún sostener la necesidad del socialismo, y aun su conveniencia? ¿En nombre de qué principios y valores se puede aún luchar por el socialismo y en nombre del socialismo? ¿Y qué impactos tuvo el fenómeno precisamente en el campo de la praxis revolucionaria, cuando el mundo parece haber cambiado tanto respecto a la composición de las clases sociales desde finales del siglo XIX?

No es la ocasión para responder mínimamente a estas cuestiones. Sin embargo, permítanme decir que la contraparte del socialismo –es decir, la evolución concreta del capitalismo globalizado al menos en los últimos quince años, después de la caída del "socialismo real"– no sólo ha justificado sino hecho necesario continuar con el análisis crítico del capitalismo a partir de la obra de Carlos Marx. Las devastaciones planetarias originadas por la globalización neoliberal exigen el análisis crítico y científico, que de hecho se empatan, de la nueva situación del mundo. Y allí encontramos que los estudios críticos más complejos y profundos del capitalismo en su fase actual se producen desde la perspectiva del marxismo, que por cierto exige la actualización de sus instrumentos de conocimiento en función del desarrollo histórico del objeto estudiado: el capital en una nueva o nuevas fases de evolución. Hasta aquí, me parece que no habría tan grave discusión.

Pero uno de los problemas mayores a que se enfrenta el socialismo hoy es el de los caminos de su realización, el de la praxis concreta de su producción. Aquí, las ideas maestras de finales del siglo XIX y principios del xx, que fueron aceptadas como indiscutibles, han entrado en crisis y discusión de ninguna manera simples. La idea de un solo partido privilegiado como partido de la revolución parece ya de dudosa, por no decir de imposible vigencia. La idea misma de la revolución como obra de una sola clase social también privilegiada por la historia: el proletariado, parece exigir también nuevos análisis y discusiones. En todo caso, la rebelión de protesta y rechazo al capitalismo neoliberal y sus destrozos se universaliza y desde hace ya algunos años incluye una gran variedad de sectores sociales que son seguramente los nuevos explotados y "condenados de la tierra", como diría Franz Fanon. Aunque debe subrayarse: en las fundamentales luchas antisistémicas el proletariado recupera un papel activo que parecía perdido, por ejemplo en México, que ha operado las principales movilizaciones en contra de las privatizaciones, del desmantelamiento de los derechos obreros y, para decirlo en una palabra, en favor de la soberanía nacional. Desde luego sus protestas no están dirigidas ni encabezadas por ningún partido político en situación de privilegio, sino que se presentan como ampliamente variadas y aun difusas, pero eso sí ganando cada día más adeptos y militantes, incluido el radical rechazo a las nuevas guerras de conquista del imperialismo. He aquí, ni más ni menos, algunas de las consecuencias teóricas y político prácticas a que dio lugar el fin de los "socialismos realmente existentes". Un mundo abierto a la discusión y a la reflexión.

Discusión y reflexión abiertas a que preparó en más de un sentido Adolfo Sánchez Vázquez con su enseñanza de un marxismo creativo y libre en un tiempo de dogmatismos obcecados e imposiciones verticales. Batalla en contra de la verdad revelada, la obra de Sánchez Vázquez resulta entonces un modelo valiente y actual necesario a la exploración de temas negados o trivializados por ese marxismo fácil que creía saberlo todo y que ha preferido simplificar y deducir partiendo de una doctrina supuestamente acabada, en vez de enfrentarse a los problemas con el ánimo de la investigación genuina y el descubrimiento, como tantas veces enseñó el propio Marx. 

Pongo punto final a estas líneas, deseando fervientemente que Sánchez Vázquez, todavía por largo tiempo, continúe reflexionando sobre tales problemas y otros más. Y, lo que es más importante, enseñándonos a vivir con la calidad y honestidad de una pieza que lo distinguen como un mexicano de excepción.