La Jornada Semanal,   domingo 6 de noviembre  de 2005        núm. 557
 

Hermann
Bellinghausen

Una elegía 
chicana de 
Ry Cooder

Dicen que éramos pobres. Pues yo nunca lo noté. Yo era feliz en mi mundo de aquel barrio que adoré", canta el gran Lalo Guerrero poco antes de morir en 2005, a los noventa de su edad, en el momento más nostálgico de una obra que, siendo muy moderna, es nostalgia pura: la pieza de reconstrucción y duende Chávez Ravine. "Un disco de Ry Cooder", se nos avisa. Creación compleja del músico y musicólogo más palomero del pop, aun hoy que todo es palomazo y world

Al recordar el barrio mexicano de Chávez Ravine, en la ciudad de Los Ángeles, destruido hace más de medio siglo, Cooder cuenta una historia muy actual de depredación y violencia contra un espacio de vida comunitaria. El lugar ya no existe, salvo en la memoria de los cada día menos sobrevivientes, como Don Tosti (1925-2003), las hermanas Ersi y Rosella Arvizu, y el propio Lalo Guerrero, todos ellos intérpretes de Chávez Ravine (Nonesuch/Perro Verde, Nueva York, 2005).

En una afortunada mezcla de composiciones propias (la voz del "gringo amigo") y la exhumación de canciones olvidadas de los mexicanos del otro lado hacia 1940, Ry Cooder ofrece una obra redonda, en las antípodas de su Buena Vista Social Club (1999) que fue a sacudirle el polvo a una pléyade jubilada de soneros cubanos y los convirtió en inesperadas estrellas del fin 
de siglo. 

No se puede regatear a Cooder el privilegio del oído. Pocos han creado tanto con la música que saben escuchar. Arraigado en el blues, el corrido mexicano y las epopeyas proletarias de la llamada Dust Bowl Era, saltaría de Woody Guthrie al ukelele, las gargantas profundas de Mali, algunas variantes del jazz o el son cubano. En el trayecto, bien que participó en el despegue del rock tal como hoy lo conocemos: Captain Beefheart, los Rolling Stones y Eric Clapton lo tuvieron a su lado en los momentos decisivos.

Su afinidad más directa, fuera del folk y el blues, ha sido la música de la frontera. En su nueva obra, suma a los sobrevivientes mencionados algunos intérpretes y compositores de última hora como las sensacionales Juliette y Carla Commagere y Little Willie G., junto con los clásicos definitivos David Hidalgo (Los Lobos), Flaco Jiménez, Mike Elizondo, Jim Keltner y Bla Pahuini (de la dinastía de Gabi Pahuini, patriarca de la música hawaiana y maestro de guitarra y ukelele para el Cooder joven, que acababa de graduarse en los Rising Sons, el kindergarden del bluesero Taj Mahal allá por 1966).

Además de virtuoso de las cuerdas, dedicado por vocación a impredecibles ondas retro que con magia pone al día, Cooder ya surfeaba las olas de la mezcla cultural en los early sixties. Su Into the Purple Valley (1970) resucita un olvidado cancionero californiano de los años treinta y cuarenta, la saga agraria del New Deal y los "rojos" a la Steinbeck.

Hizo rocanrol de aventuras para Walter Hill, con quien creó partituras más memorables que las propias películas, como Crossroads (puro Robert Johnson) y la versión hollywoodense de El samurai, con Bruce Willis en el papel de Toshiro Mifune, donde la música es norteña, y la ambientación es una especie de Nuevo Laredo mítico. Varias veces ha musicalizado las películas de Wim Wenders (notablemente París, Texas). 

Chávez Ravine, "el paraíso del pobre", recibe la visita de un Vato del Espacio que trata de orientarse en la noche angelina del cuarenta y tantos escuchando en la radio "Lonely Nights" en voz de Lil’ Julián Herrera. La guerra sucede en Europa y en las igualmente lejanas islas del Pacífico; los mexicanos se preparan para ser "chucos suaves" vestidos en Zoot Suites.

El extraterrestre los ve sufrir racismo, macartismo y razzias. "La onda callejera, onda sin honor, maldita hora, hora de lo peor" lamenta Willie G. "El precio en sangre que se sacó de mi gente hasta tal día mancha La Loma y Palo Verde." Finalmente, los mexicanos serían expulsados por la policía, y sus casas arrasadas para edificar el Dodger Stadium. Bien que les avisa el Vato del Espacio que desciende de su OVNI y "en traje guango" les habla por la voz de Don Tosti (Edmundo Tostado), grabada en la última sesión de su vida:

"Órale esos vatos feos del barrio de Palo Verde. Quiero que se pongan muy al alba. Quiero que sepan y que se pongan muy alerta, de que hay unos gabachos que les quieren quitar sus tierras y poner un estadio de beisbol para agringar nuestro barrio. ¿Me entiendes, Méndez? Levanten sus chivas, y vámonos de volada, porque nuestro barrio nos lo van a cambiar, ese vato. Nos van a enterrar nuestros cantones. Y a nosotros y los nuestros los van a mandar al valle más grande de México. ¿Ese carnal, sabes cuál es el valle más grande de México? Simón ese, el valle más grande de México es el ‘valle mucho a la quinta chistosa’, ese. Bueno, ya estuvo, cara de tubo. Agarren sus tambiaches y sálganse antes de que los apachurren. Y súbanse al platillo volador, el ufo, y de volada vámonos a volar, ese vato, porque nuestro barrio ya se lo jambaron los gabachos."

Lalo Guerrero echará todo corazón en el "Corrido de boxeo", en su célebre "Chucos suaves" y el bolero autobiográfico "Barrio viejo", situado originalmente en su natal Tucson. Uno de los tesoros encontrados en los baúles de los abuelos migrantes es la graciosa "Chinito chinito", cantada aquí por las hermanas Commagere como si naciera hoy mismo. Cuando la banda de Chávez Ravine buscó la pieza, resultó que nadie poseía una copia del disco original (1949). Ni su creador Don Tosti, ni Chris Strachwitz, el mayor coleccionista de música del bórder. Se sabe que la atesoró Mick Stoller (el de Lieber y Stoller, los padres del rocanrol), pero sólo apareció en un sótano de Chuy Varela. Tal vez sea la única copia que existe.

Igualmente resucita "Ejército militar", corrido de doña Rita Arvizu para los mexicanos en el frente alemán: "Ay muchachos del Army,/ no se desalienten./ Cuando estén en el frente/ sigan firmes y valientes./ Cuando vuelvan de la guerra/ ya todo el barrio han destrozado/ que para hacer un estadio."

Los chicanos originarios siguen hechos de materia y alma mexicana para trabajar resistiendo, adaptarse, guarachar y sobrevivir. La reconstrucción que propone Chávez Ravine es un ejemplo de animada microhistoria donde hay rumba y danzón, protestas y lamentos, pero también humor. Vemos llegar también el cambio de "moral", del provincianismo mexicano al apachucamiento de muchachas y muchachos criados en East LA.

La obra termina con una fuga musical basada en un poema que Willie G. "recogió" en un sendero de la selva de Costa Rica: "¿Qué puede negarnos lo que nos falta?/ Todos pasan sus días entre mis brazos./ Tenemos mucho que compartir." Con estos hallazgos reconstruye Ry Cooder sus años de flâneur angelino, y los de sus amigos mexicanos, viejos y jóvenes, músicos tan buenos como él. Chávez Ravine es una melancólica declaración de guerra contra la modernidad aplastante de los centros comerciales, las grandes avenidas y los monopolios que excluyen lo humano en nombre de la ganancia. Pero nada muere si sigue allí lo principal, el mero corazón. Y queda en el aire un "somos dueños de la tierra donde nacimos" difícil de olvidar.