Jornada Semanal, domingo 6 de noviembre de 2005        núm. 557

HUGO GUTIÉRREZ VEGA

JOSÉ ROGELIO ÁLVAREZ, EL DIDEROT MEXICANO
 

La Etimología u Orígenes de San Isidoro de Sevilla y el Diccionario de Alsted publicado en 1630 son los antecedentes de ese trabajo genial que Diderot y D’Alembert emprendieron, auxiliados por Le Breton, David y Durand, entre otros, en 1751 y dieron por terminado en 1772. Se trataba de la Enciclopedia ("un diccionario razonado de ciencias, artes y oficios") que reunía todos los conocimientos alcanzados por la humanidad desde el principio de los tiempos. La gran obra constaba de diecisiete volúmenes de texto y once de láminas. Entre 1776 y 1778, Panckoucke publicó otros siete (cuatro de textos, dos de láminas y uno que contenía un índice general). La teología estaba incluida en este gigantesco trabajo de recopilación y crítica.

Esta cumbre del pensamiento iluminista fue ferozmente perseguida por el obscurantismo de la Iglesia católica que lanzó a los jesuitas al ataque en contra de la diosa razón y del conocimiento empírico. Todos sabemos que la Iglesia ha sido la enemiga constante de los adelantos científicos y del progreso de la inteligencia humana. Esta es una sencilla constatación histórica, no una explosión de jacobinismo.

El pensamiento enciclopedista tenía sus antecedentes en el Diccionario crítico de Bayle, en la Historia y memorias de la Academia de Ciencias, escrita por Fontenelle en 1666 y en la Enciclopedia de Chambers, publicada en Londres en 1728.

Para hablar del Diderot mexicano, José Rogelio Álvarez, me puse a repasar el discurso preliminar de la Enciclopedia escrito por D’Alambert. Tanto el proyecto de Diderot como el trabajo crítico de D’Alembert fueron censurados por el poder absolutista y por el obscurantismo de la Iglesia católica. Recordemos que la Enciclopedia fue prohibida por el Parlamento de París y condenada por la Santa Sede en 1739. Viene a mi memoria el nombre de Madame Pompadour, defensora del enciclopedismo, así como la colaboración de los salones, las sociedades de pensamiento y las academias. Recuerdo, además, a Quesnay, Mallet, Foney, La Condamine y, de manera muy especial, a Montesquieu, Rousseau, Boulanger y Voltaire. Este último maestro de tolerancias y defensor de libertades, iluminó con frecuencia el camino de José Rogelio Álvarez que, entre otras virtudes, ha sabido asesorarse de los artesanos y de los informantes populares que fueron elementos esenciales en sus trabajos de ordenación e inspiradores de su amplio y generoso pensamiento enciclopedista. Asombra, sobre todo, su visión ética, la misma que ilustró al humanismo de sus antecesores que buscaron la felicidad y la plenitud por medio de la razón, el conocimiento y la experiencia, condiciones que les permitieron vislumbrar, entre otras muchas teorías, la de la evolución de las especies.

Para Diderot, la Enciclopedia debía producir con el tiempo "una revolución en los espíritus que se dirija contra los tiranos, los opresores, los fanáticos y los intolerantes". Por esta razón, veo en Diderot y en D’Alembert a los maestros de José Rogelio Álvarez. Su racionalismo y su empirismo han sido indispensables para el desarrollo del conocimiento de los distintos aspectos de México. Hombre de actitudes dictadas por la moral, una buena parte de sus trabajos casi innumerables influyó en el cambio del ambiente espiritual de nuestro país y colaboró en lo que sus antecesores llamaron "progreso de la inteligencia".

Don Miguel Hidalgo fue también un enciclopedista y Morelos concibió las primeras manera de convivencia civil. Ambos terminaron sus días en las manos destructoras de la Inquisición. A su estirpe pertenece José Rogelio Álvarez por su búsqueda infatigable del conocimiento y por su amor por el pensamiento crítico. Los jesuitas ilustrados como Campoy, Alegre, Landívar, Abad y Clavijero, inexplicablemente expulsados por un monarca ilustrado, Carlos III, de los territorios de la corona española y refugiados en Bolonia, Ferrara y San Petersburgo, donde continuaron sus trabajos científicos, son también sus antecesores.

José Rogelio Álvarez ha sido editor y ha cuidado con esmero los aspectos técnicos de su trabajo y vocación, pero también, al igual que Diderot, ha escrito numerosos textos y ha realizado labores de ordenamiento y de corrección de sus abundantes ediciones. De entre sus textos críticos sobresalen su investigación sobre las relaciones entre el llamado "orden social cristiano" y los movimientos fascistas como la Acción Francesa y la Falange española, su estudio sobre el arte del vidrio soplado en Guadalajara, su monografía sobre Chilte en Talpa de Allende, sus excelentes nueve ensayos sobre Jalisco, el ensayo sobre don Valentín Gómez Farías, uno de los pilares del pensamiento liberal y, sobre todo, de la actitud republicana, así como numerosos artículos y crónicas aparecidas en la revista Tiempo y en otras publicaciones periódicas.

Su trabajo editorial es amplio, sistemático y coherente. Pensemos en los Cuadernos de la Juventud, en los anuarios de la Comisión de Planeación de la Costa de Jalisco y en su programa de rehabilitación de los devastados, por guerras e incurias, Altos de Jalisco. Tengo en la memoria su colección Jalisco en el arte formada por doce magníficos folletos y sus trabajos científicos sobre arquitectura, irrigación, minería y agricultura. Más tarde, ya en la ciudad de todos nuestros pecados capitales, edita los veinticuatro números de El Maestro, funda la compañía editora de la Enciclopedia de México y publica la primera edición de este trabajo magistral en 1977. Es necesario recordar que sus 15 mil cuartillas fueron reescritas para lograr un estilo homogéneo. En 1987, la labor enciclopédica se redondeó con los catorce tomos de su última edición. Pensemos, además, en los libros del año de la Enciclopedia publicados en 1977 y en 1978, en la Guía y Álbum de Guadalajara, de José Villa García; en el Tomo I de la Enciclopedia de la Iglesia Católica en México; en el compendio enciclopédico Todo México, en su All about Mexico y en su retrato de la gran capital que nos hace pensar en Bernardo de Balbuena y en Salvador Novo. Por último, destaco sus diccionarios enciclopédicos de Baja California y de Tabasco.

Hombre de ilustrisíma memoria, de cultura enriquecida por la erudición, de espíritu liberal y republicano, de alma enciclopedista, de elegante bonhomía, de generosa hospitalidad es, también, un excelente escritor y un hombre de pensamiento y acción. Saludemos a este Diderot mexicano y agradezcamos sus esfuerzos para lograr que este país nuestro sea cada día más inteligente y, sobre todo, más consciente de sí mismo. Para esta empresa nacieron los enciclopedistas como José Rogelio Álvarez. Para destruirla están los tiranos y los obscurantistas.