Jornada Semanal,  domingo  6 de noviembre  de 2005                núm. 557
MUJERES INSUMISAS
Angélica Abelleyra



Lilia Carrillo: la pintura, cosa mágica

Le gustaba que en sus pinturas habitara lo insólito. Tal vez era su pasión por crear en los cuadros algo de lo que habría encontrado en el surco de los cielos gracias a su temprano interés en la astronomía. Lilia Carrillo (1930-1974) no se dedicó profesionalmente a las galaxias pero creó universos líricos plagados de misterio, poesía y silencio.

Su infancia estuvo acompañada por un ambiente intelectual que alimentaba su madre en tertulias donde desfilaban Fito Best Maugard, Cordelia Urueta y Juan Soriano. Desde los diecisiete años mostró interés en la pintura, así que ingresó a La Esmeralda con uno de sus maestros más queridos: Carlos Orozco Romero, además de Agustín Lazo y Federico Cantú.

Amigo de su madre, Juan Soriano le mostró los caminos del aprendizaje más allá de la academia y del país. Salió de México casada con el filósofo Ricardo Guerra, viajó a Francia como becaria de la Casa de México en París (1953-1955) y entró a la Academia de la Grande Chaumière, donde se dejó influenciar por la Escuela de París, el postcubismo, así como por el automatismo surrealista.

Antes de regresar a México en 1956, conoció a Manuel Felguérez y el abstraccionismo: su manera de concebir la pintura que la determinaría en los años por venir. Así, transitó entre el abstraccionismo lírico y el informalismo, con chispazos del impulso surrealista que en México destacaba con Wolfgang Paalen, Remedios Varo y Leonora Carrington.

Separada de Ricardo Guerra, y con dos hijos, retornó a México. Durante una estancia en Washington, se casó con Felguérez y esa unión afianzó su relación de colegas que habían expuesto juntos en galerías del DF y Washington.

En tiempos de preponderancia del arte realista, y donde el abstraccionismo generaba indiferencia o férrea oposición, algunos críticos de arte trataron de darle palabras a una pintura que era rechazada. Juan García Ponce fue ese personaje. Dijo de la obra de Carrillo: "parece desprenderse de la materia en particular para crear una imagen cósmica, total. Sus cuadros revelan un mundo astral que alcanza la unidad a través del todo [...] Más lírica que analítica, su pintura llega a la revelación a través de la sugestión".

El viaje a Estados Unidos le develó la existencia de Manuel Millares, el informalista español del que ella retomó el collage, textura y materia. Así, en formatos pequeños que después trasladaría a grandes, la pintora hizo sus viajes personales que la aliviaron de su naturaleza taciturna, el cáncer de su madre y la precaria economía de la familia. Mientras su esposo dio clases, ella hizo palomas en papel de china para invitaciones y modeló palomas en barro cocido. Además, con el seudónimo de Felisa Gross, produjo cuadros comerciales a la manera de Carrington y Varo, sólo con el fin de sobrevivir.

Dice Jaime Moreno Villarreal –en Lilia Carrillo: La constelación secreta, Colección de Arte Mexicano, Era/CNCA, 1993, de quien tomamos sus reflexiones para la columna– que Lilia pintaba directamente sobre la preparación blanca de la tela, sin un bosquejo previo. Esto la angustiaba a tal grado que pasaba largos momentos sin tocar el lienzo. También la perfección del blanco la alertaba de representar objetos y la abstraía de la cotidianidad. Cuando estaba pintando –recuerda la poeta Josefina Vicens, su amiga– "estaba como en un sitio sagrado, en un capelo de silencio. No se enteraba de nada".

En una veta menos intimista, Carrillo realizó junto con Felguérez escenografías y vestuario para Alejandro Jodorowsky en la década de los sesenta; también hacen el decorado del teatro Casa de la Paz y ella participa en la versión del cuento Tajimara (de García Ponce), con la dirección de Juan José Gurrola.

Proclive a los silencios, estuvo envuelta en el escándalo del Salón Esso (1965), donde el abstraccionismo salió ganando con Fernando García Ponce y ella en los dos primeros lugares. La polémica no se detuvo en Confrontación 66, como una manera de poner cara a cara ambas vertientes del arte mexicano de la época. Fuera de esos casos, la crítica poco atendía su trabajo. En 1968 pintó mantas en apoyo del Comité de Lucha de Artistas e Intelectuales que dirigía José Revueltas.

Creadora del óleo-mural La ciudad desbordada: impureza del aire (en el Centro Cultural Tijuana), sufrió un aneurisma en la médula espinal que la paralizó parcialmente los últimos cuatro años de su vida, una vida que se apagó el 6 de junio de 1974. Lilia Carrillo habría cumplido setenta y cinco años el pasado dos de noviembre. Ahora la recordamos.