Usted está aquí: domingo 6 de noviembre de 2005 Sociedad y Justicia EJE CENTRAL

EJE CENTRAL

Cristina Pacheco

La prisionera

Con una población cercana a los cuatro millones de habitantes, el municipio Ecatepec -el mayor de América Latina- está dividido en siete pueblos, dos rancherías y quinientas colonias. Al abrigo de la Sierra de Guadalupe, cuenta con trece panteones civiles. Uno de ellos se localiza en la colonia Del Parque.

El camposanto empezó a dar servicio en los años cincuenta y dispone de quinientos nichos. Hoy menos de la mitad alojan restos humanos. Envueltos por el abandono y el olvido, pronto serán exhumados para ceder la totalidad del terreno al primer sector de la Policía Montada, que tiene allí su cuartel. Sus veintitrés agentes, a las órdenes del comandante Víctor Pontón, realizan sus tareas con el auxilio de quince caballos. Todos simpatizan con Silvia. De ojos almendrados, tirando a pelirroja, exhibe la plenitud de su embarazo: el tercero en su vida y el segundo en confinamiento.

El primer hijo de Silvia murió: el segundo, Pepillo, hace gala de su magnífica salud corriendo y procurando captar la atención de los equinos que se protegen del sol bajo el cobertizo del pesebre; el tercero nacerá en este noviembre y tal vez llegue a disfrutar de la libertad que su madre perdió hace cinco años, acusada de homicidio.

Historia de una injusticia

En 2000 el Ministerio Público de Ecatepec envió a Silvia, en condición de arraigo permanente, al primer sector de la Policía Montada. Las investigaciones continúan a la fecha, pero Silvia no ha recibido visitantes ni informes acerca de su proceso. El abandono no ha alterado su carácter amistoso y tranquilo. Responde a los saludos y reacciona ante las muestras de afecto.

Con frecuencia, para desterrar el tedio, juega con Camelia -una perrita que vive en el destacamento- y con un caballo al que apodan Payaso. Una de las diversiones predilectas de Silvia es la música. En cuanto los vecinos encienden la radio o su equipo de sonido, ella se tiende bajo un pirú y pasa horas abstraída, escuchando. Silvia es de verdad un alma exquisita y amigable.

El amigo fiel

El comandante Víctor Pontón es la persona más allegada a Silvia y conoce mejor que nadie la desdichada situación que la privó de su libertad:

-Los vecinos de Guadalupe Victoria dicen que una mañana vieron a Silvia entrar a una tortillería y hacer destrozos. La encargada del establecimiento intentó controlarla. En su afán dio un traspié, cayó, se golpeó la cabeza y murió a causa del accidente. El Ministerio Público intervino, abrió una averiguación previa y ordenó que durante el curso de las investigaciones Silvia fuera conducida a nuestro sector en calidad de arraigada.

-Además de los vecinos de Guadalupe Victoria, ¿hubo otros testigos?

-Nada más la persona que iba con Silvia, pero huyó para evitar que le fincaran responsabilidades. Jamás ha vuelto. No sabemos cómo se llama ni dónde vive, así que no podemos buscarla. Lástima, porque su testimonio sería clave para la liberación de Silvia.

-Al cabo de cinco años, ¿cómo van las investigaciones?

-No avanzan. Varias veces hemos ido a la mesa 2 del Ministerio Público (MP) a pedir informes, pero nadie sabe darnos razón del caso, entre otras cosas porque el expediente se perdió. Mientras no lo encuentren, Silvia no puede moverse de aquí.

-Si en el MP llegan a encontrar el expediente, ¿cuál sería el siguiente paso en la investigación?

-Al parecer trasladarán a Silvia a la Procuraduría General de Justicia del estado de México, en Toluca. Allí los especialistas le harán estudios sicológicos para determinar cuáles son sus niveles de agresividad. Con base en los resultados decidirán si agredió de forma intencional a la encargada de la tortillería y le dictarán sentencia.

-Usted ha convivido con Silvia durante cinco años. ¿La considera capaz de matar?

-No. En todo este tiempo jamás la he visto reaccionar con violencia, disgustarse o ponerse nerviosa. Pregúntele a mis compañeros y verá que le dicen lo mismo. Desde mi punto de vista lo que sucedió en la tortillería fue un accidente, una desgracia lamentable, pero no un crimen.

-¿Declararían ustedes en favor de Silvia?

-Si nos lo pidieran, desde luego que sí. Es justo que ella recobre su libertad.

-En tal caso, ¿tendría Silvia dónde vivir?

-No.

-Podría permanecer aquí, donde todos la aprecian.

-Por nosotros estaría bien que se quedara, pero no creo que la autoridad vaya a permitirlo: estas son las caballerizas del primer sector, no un albergue. Aquí no puede vivir nadie. Cuando la eximan de culpa, Silvia tendrá que mudarse con Pepillo y su nuevo descendiente. Me entristece pensar que dejaré de verlos, pero me alegra la perspectiva de que puedan vivir en un sitio más tranquilo, donde ella disfrute de su libertad.

-¿Por ejemplo?

-Un rancho. Allí tendrían suficiente espacio y los cuidados que necesitan.

-Cuando usted ingresó al sector Silvia ya estaba aquí. Desde entonces se ha encargado de cuidarla. Eso le ha significado trabajo y responsabilidad adicionales.

-Pero nunca me ha pesado atender a Silvia; al contrario, me agrada mucho tratarla. El día que se vaya esto ya no será igual. Le aseguro que mis compañeros y yo vamos a extrañarla mucho. Después de cinco años de verla todos los días, es parte nuestro grupo.

-¿Cree que ella vaya a echarlos de menos?

-A su manera, supongo que sí. Nos ve todo el tiempo, sabe que la apreciamos y que procuramos atenderla lo mejor posible.

-Cuando Silvia se mude, ¿irá a visitarla?

-Si me dicen su paradero, lo haré con mucho gusto.

Nombre, techo y pienso

El comandante Pontón se acerca a Silvia y le acaricia la cabeza. La burrita levanta las orejas, agita la pelambre rojiza y retrocede hacia la pared, como si quisiera empotrarse en ella para evitar que la alejen del sitio donde encontró alimento, afecto, protección y una identidad:

-Como llegó sola, sin su dueño, ignorábamos cómo llamarla. Entre todos decidimos ponerle Silvia.

-¿Por qué eligieron ese nombre?

-Antes trabajaba aquí la licenciada Silvia. Tenía un pie malito. Como la burra tiene hendida la pezuña trasera izquierda decidimos, con todo respeto, ponerle el nombre de nuestra ex compañera.

-¿Hay un veterinario que atienda a Silvia?

-No, pero cada mes viene un herrador, Víctor Hugo Alamilla, para rebajarle su pezuña, de modo que ella no se lastime al caminar o al correr.

-¿En qué consiste la atención que usted le brinda a Silvia?

-Vigilo que tenga su alimento, juego con ella, de vez en cuando le doy su cepilladita. En tiempo de calor la baño cada 15 días, en invierno cada mes. No la descuido nunca porque me gusta que esté presentable, que se vea muy bien.

-¿Silvia participa cuando ustedes organizan algún desfile?

-Hace tiempo pensamos pedir autorización para sacarla como mascota del Agrupamiento a Caballo en el desfile del 16 de septiembre. Nos desistimos al recordar que Silvia es muy juguetona: como le gusta mucho perseguir a los otros semovientes, podría desordenar la formación.

-¿Qué actitud tienen los vecinos hacia Silvia?

-Les simpatiza mucho. De las iglesias nos las piden para que aparezca en las pastorelas, pero en su situación no podemos prestarla. En lo personal me gustaría que ella participara en las obras, porque así la gente vería que realmente es muy pacífica y sociable.

Un epitafio

-Los burros son animales muy hermosos y nobles. Tengo la impresión de que se están extinguiendo.

-Pues sí, pero de todas maneras son muy baratos: cuestan menos de 500 pesos.

-Si usted fuera dueño de Silvia y le ofrecieran mil pesos por ella, ¿la vendería?

-¡Ni por todo el oro del mundo! No me gustaría verla maltratada, jalando una volunta por el resto de su vida. No le deseo ese destino a ningún animal. Aprendí a respetarlos y a quererlos desde que era niño. Entonces tuve un caballo que se llamaba Gitano. Vivió conmigo seis años, hasta que murió.

-Un día Silvia morirá.

-Me gustaría enterrarla y poner sobre su tumba un epitafio: "Llegaste aquí a convivir con nosotros y a darnos alegría. Vete tranquila: nunca te olvidaremos y siempre cuidaremos a tus hijos".

 
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