Jornada Semanal, domingo 30  de octubre de 2005                   núm. 556

MOTIVOS EMOTIVOS
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ
Michael Moore,
Cartas desde el frente,
Ediciones B,
Barcelona, España, 2005.

El fruto del hipotético matrimonio entre Michael Douglas y Demi Moore nunca podría haber sido, ni en el menos probable de los casos, el autor cinematográfico que conmovió a una parte del farandulesco público de los Premios Oscar (y preocupó a la otra) cuando, la noche de su discurso en la ceremonia de 2003, calificó de ficticios al gobierno y a las elecciones en su país, nada menos que esa nación que se cree depositaria y defensora de la democracia universal (y galaxias afines), nada menos que ese pueblo (tan generosamente heterogéneo, tan mestizo) que, víctima de la paranoia dispersa de su presidente y corifeos, empieza a descubrir que, salvo en la propia Norteamérica, son pocos los lugares donde resulta estimulante su modo de vida. Con más de cincuenta años de edad –cuidadosamente disimulados por su mirada de traviesa inocencia, una actitud de enfant terrible en pleno uso de sus facultades y la infaltable gorra de beisbol que desplaza hacia la frente su castaña cabellera–, Michael Moore no es sólo el autor del "documental más taquillero en la historia del cine" (Fahrenheit 9/11) sino también de algunos libros (Estúpidos hombres blancos, ¿Qué han hecho con mi país, tío?, Guía oficial de Fahrenheit 9/11, cuya ingeniosa portada lo muestra compartiendo las palomitas con Bush en una sala a solas), otros documentales (Masacre en Columbine) y series de televisión (The Awful Truth) cuyo éxito vertiginoso apenas deja advertir si su fama corre a parejas con la calidad de lo que escribe o filma. De hecho, su preocupación por el impacto inmediato permite suponer que, si se dedicara a fabricar jabones o aerosoles, el producto sería tan volátil que consumirlo significaría volver a necesitarlo.

Zanjar lo que el tiempo se encargará, como siempre, de poner en su sitio; evaluar la validez artística, la pertinencia estética de su cine y sus libros, por lo que respecta a Michael Moore, resulta de una insensatez y una frivolidad casi provocadoras, a la luz de que se trata, en casi todos los casos, de denuncias directas, documentos que se saben testimonios, alaridos verbales o fílmicos detonados por la ira y la decepción, la impotencia y la repugnancia, la esperanza y el dolor, esto es, motivados por emociones tan intensas que es difícil (cuando no superfluo) separar el oro de la ganga, la luz de las tinieblas en el claroscuro de los textos.

Un ingrediente que predomina en el trabajo de Moore es la transparencia del concepto, la nitidez que sirve de punto de partida a la película o el libro de que se trate –y trabajar con tanta claridad, con realidades tan elocuentes, puede ser motivo de alguna duda: ¿se hace cine o periodismo o aun panfletos políticos con una visión tan precisa de lo que se quiere decir? Cartas desde el frente, por ejemplo, es un libro muy bien organizado que, a pesar de ello, parece haberse escrito solo. En efecto, dado el activismo político de Moore, su correspondencia electrónica, como puede suponerse, está atestada de textos remitidos desde distintas procedencias, de los que sólo hubo que hacer una selección (si no, no se entendería cómo ninguno de los mensajes incluidos –enajenado, ruin, ingenuo, confundido, soez, republicano, sin duda alguna– se pronuncia por la legitimidad de la Guerra de Irak o despotrica contra los documentales del autor) y una clasificación muy comprensibles para dar con el libro.

Porque las Cartas desde el frente no sólo incluyen aquellos mails que le han enviado los soldados estadunidenses condenados a malvivir en Medio Oriente, sino asimismo los que le han llegado a Moore de tropas destacadas en otros frentes (Alemania, Corea, Afganistán), los de los veteranos de guerra y los que son, con mucho, los más apesadumbrados y sentimentales: los de las madres de los chicos expuestos por Bushhhh –un arbusto nada silencioso que ha desatado su ira sobre Irak– a un ataque suicida o a una bomba inevitable.

Como varias son las perspectivas involucradas en el libro (luego de haberse eliminado los puntos de vista de los numerosos norteamericanos que aún defienden la misión depredadora de esa Banda de los cuatro constituida por Bush, Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz), diversa es también la información que el libro destaca acerca de la serie de patrañas en las que se ha sustentado la invasión de Irak. A la evidencia de que el planeta no corría el riesgo de ser arrasado por el arsenal biobélico de Hussein, a la noción cada vez más clara de que la apc (Autoridad Provisional de Coalición) actúa sin orden y con escaso progreso en la activación de la vida pública en Irak –desconociendo elecciones locales, desbaratando todo organismo político generado sin su aprobación–, los interlocutores de Moore nos dejan ver, además, que las tropas no sólo están colmadas de combatientes engañados por los reclutadores sino también por gente muy distinta a los soldados maduros (llenos de sesudas líneas en la frente, de patriótico sudor y galardones y canas convencidas de su misión en la tierra) que nos venden las series televisivas: se trata, en la mayoría de los casos, de imberbes que no llegan a los veinte años, que necesitan una beca para costearse sus estudios y que, aun así, no pueden entender cómo una felación lewinskyana y doméstica pudo desestabilizar más al presidente anterior que el horroroso estupro que Bush ha cometido con un país al que se resiste a sacarle las tropas.

Junto a la pertinencia de tanto desconsuelo, de tanto "miedo en el cuerpo", de tanto terrorismo fantasma, de tanta inmoralidad investida de razón de Estado, de tanto ocultamiento de información, de mil muertos y siete mil heridos oficiales sólo de este lado (habría que centuplicar las cifras para iraquizarlas), de mil millones de dólares semanales gastados desde marzo de 2003, motivos cada uno por sí mismo digno de generar sus propios textos, Cartas desde el frente, que los incluye todos, asume también el compromiso de poner a la disposición de los lectores interesados, como epílogo del volumen, una serie de direcciones electrónicas de organismos e instituciones a los que se puede auxiliar en su tarea de contribuir con dinero, información, víveres o libros a mejorar la suerte de los afectados por la guerra, tanto la de los invasores cautivos como la de esa masa innumerable, innombrable que sobrevive exiguamente en su propio país. 

Da cierta pena ver cómo una obra que fue escrita (configurada, sería mejor decir) el verano anterior, con los testimonios –a veces anónimos– de personas esperanzadas en la derrota electoral de Bush, se traduzca a nuestra lengua sólo después de que sabemos los resultados de los comicios. La lección de la elección del pueblo norteamericano, de cualquier forma, no invalida la pertinencia del libro engendrado por el cineasta de mayor rating político en la actualidad. Se esté de acuerdo o no con su credo (hoy que liberales y conservadores, demócratas y globaliabúlicos son casi intercambiables), Michael Moore es, como dijo en su momento Octavio Paz de Solzhenitsyn, menos un escritor que una conciencia