Jornada Semanal, domingo 30 de octubre de 2005                   núm. 556
LAS ARTES SIN MUSA
Jorge Moch
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Ecos gallegos

Pocos son veinte años para una televisora. Le bastaron a Televisión de Galicia para desarrollar un excelente proyecto de comunicación y verdadera divulgación –y preservación– de la cultura y el idioma gallegos. Afortunadamente contradictorio como suelen ser los Estados sucesores de cualquier absolutismo, el gobierno español, rijoso en cuanto a independencia de sus autonomías políticas y étnicas –allí el separatismo vasco o las prohibiciones para hablar vascuence, catalán o gallego en la dictadura del caudillito– ha prohijado la creación de magníficos vasos comunicantes dentro, entre y hacia esas autonomías con las que se constituye la moderna España. En esa tónica, la Compañía de Radio Televisión de Galicia, creada en 1984 como entidad jurídica independiente, alcanza con sobra lo que según su sitio de internet (www.crtvg.es) fue el objetivo de su creación: "contribuir a la normalización lingüística y a la cohesión del tejido social y geográfico del país".

La creación y control directo de la empresa son materia del gobierno gallego, y son ejemplo de que la burocracia estatal no tiene que ser necesariamente caldo de connivencias, trácalas y otros pestilentes lugares comunes de nosotros tan horriblemente conocidos. Dos sociedades anónimas con participación privada se desprendieron de la CRTVG: la Televisión de Galicia SA y Radiotelevisión Galicia SA. La concentración de las operaciones se sitúa en sus instalaciones de San Marcos en la parroquia de Bando, ayuntamiento de Santiago de Compostela. Tal vez por esa vecindad tan afortunada, porque todos los caminos llevan a Santiago, que no a Roma, la vocación ecuménica de comunicar. Desde esas instalaciones las transmisiones empezaron oficialmente en 1985, y en 1994 Televisión de Galicia fue el primer canal autonómico del estado español que emitió regularmente vía satélite.

El consejo de administración está regido –y aquí probablemente reside su enorme éxito, su probidad y su hasta ahora honesto manejo de los recursos de entrambas aguas, la pública y la privada– no por un poder ejecutivo, sino por el parlamento gallego y la duración en el puesto del director general de la empresa está directamente ligada a la duración de la legislatura vigente. Los miembros del consejo son elegidos de entre un grupo de ciudadanos respetables propuestos por diferentes sectores de la sociedad, que en estos lugares suele ser harto participativa en los asuntos que le incumben, y votado por consenso general entre parlamentarios. Acabada la duración de la legislatura, muchas gracias, y venga el siguiente director. Nada de herencias ni puestos vitalicios, nada de maximatos ni de cacicazgos prestanombrescos como en otros pagos en que las privatizaciones de la televisión estatal fueron un primoroso juego de espejos, consignas en sotovoz y pases de billete bajo la mesa... 

Desde luego hay cosas que pueden no gustar en la programación de Galicia TV, como su paulatina aparente trivialización: al principio ofrecía una nutritiva barra de programas documentales sobre los usos y costumbres de Galicia, sus tradiciones, la importancia histórica de sus rincones, su gastronomía, su producción artística y artesanal, sus innovaciones tecnológicas y la preservación puntual y comedida de sus recursos naturales con primordial énfasis en modos de producción amables con el medio ambiente, pero de un tiempo a la fecha este tipo de programas –por la irrecusable eficiencia neoliberal, diría Federico Arreola– va cediendo terreno a producciones situadas en el espectro tradicional de la televisión, como teleteatros, programas de concursos y revistas de entretenimiento, aunque lejos, muy lejos afortunadamente, de la crápula televisiva de nuestros mexicanísimos Tempranito u Otro rollo.

Muestra indiscutible del industrioso espíritu del septentrión español, Televisión de Galicia ofrece un magnífico observatorio a otros modos de vida no necesariamente ubicados en la corriente generalizada de la industrialización exacerbada y nos permite conocer otras pequeñas, exitosas terceras vías (allí el agro y ecoturismo, allí las pequeñas agroindustrias y las cuidadosas explotaciones pesqueras), como alternativa a los brutales dictados del ultracapitalismo exacerbado e imperial. De paso nos acerca a un pequeño porcentaje de nuestra propia identidad que, a pesar de rabiosos nacionalismos protomexicas, dio en constituirnos como nación el día que parió la primera abuela mestiza.