La Jornada Semanal,   domingo 30 de octubre  de 2005        núm. 556

Mercedes Iturbe

Juan García Ponce: placeres y obsesiones

Juan García Ponce vivió en la permanente búsqueda del sentido de la existencia a través de la reafirmación cotidiana de su condición de escritor. Su vida estuvo marcada por la enfermedad y la limitación física, pero sobre todo por la intensidad que en todo momento lo habitó. La escritura fue el medio con el cual edificó un destino poblado de obsesiones que le permitió recrear de manera constante el ritual de su universo íntimo.

Como intensos aromas, los textos de Juan García Ponce penetran las palabras y, a partir de un determinado momento, son el conducto para sublimar sus pasiones depositadas tanto en la literatura como en el arte. La escritura se desprende de su piel y los textos son él; están bañados con sus obsesiones y sentimientos. La compulsiva repetición de las ideas nos habla de la exigencia del autor para asegurarse de que el mensaje escrito fuera lo más claro posible. 

Al recorrer sus textos, tanto de crítica de arte como de narrativa, se advierte claramente la constancia y la reiteración en las ideas.

Existieron algunos temas que lo ocuparon a lo largo de toda su vida, y que Juan García Ponce buscó, encontró y recreó, tanto en la crítica de arte como en la literatura. La develación de la verdad y el descubrimiento del verdadero sentido de las cosas, dos de los grandes temas de la humanidad ante el ineludible cuestionamiento de la existencia, fueron los hilos conductores que nunca abandonó y que lo guiaron en su tarea creativa como un principio de vida. Para él, el arte y la literatura fueron un entramado de lo genuino y un tejido de formas de la realidad.

Como crítico de arte, busca la verdad en la apariencia de la forma tratando de desentrañar una realidad subyacente a la superficie. Como escritor, intenta encontrar su propia verdad haciéndola existir en sus personajes y acciones. 

La búsqueda o negación de la identidad fue un intenso trabajo que García Ponce vivió en su propio ser, encontrando en autores como Musil, Borges y Klossowski un eco definitivo. Estos tres escritores influyeron decisivamente en el enfoque de sus análisis ya que reconoció en ellos una intención muy semejante a la suya en relación a la identidad del ser. Klossowski la describe como "una mera cortesía gramatical" argumentando que "toda identidad no descansa más que sobre el conocimiento de un pensante fuera de nosotros". Juan García Ponce se cuestiona si "el carácter de toda identidad es la imposibilidad de definirla y por tanto su inexistencia aun en términos gramaticales". Este cuestionamiento, en términos ontológicos y teológicos, fue conformándose en el espejo de García Ponce en donde vería reflejada su propia búsqueda existencial. Podría decirse que la identidad es como nuestra cara; siempre nos acompaña pero no podemos verla más que reflejada en un espejo. Los textos fueron ese espejo que siempre mantuvo a Juan García Ponce frente a su propia imagen.

La finalidad de la vida, otro tema recurrente en sus escritos, tanto de crítica como de narrativa, lo descubre en su vocación de escritor. La conciencia cotidiana de su inclinación literaria lo conduce a ese sentido de la existencia personal y, tanto a través de la lectura como de la escritura, se mantiene activo respirando gracias a las letras. La reflexión y el autoanálisis funcionaron como mecanismos de trabajo que expresan su voz en la mayoría de sus textos, dando como resultado la poderosa presencia de sí mismo en toda su obra.

Si bien el arte representó para él una pasión y un goce decisivos, hasta decir que el arte es o puede ser una religión, es en la literatura y en su crítica literaria en donde se advierte su absoluta condición de escritor.

Juan García Ponce encuentra en el arte la pasión creadora que, regida por la inteligencia, hace posible la liberación, así como la celebración ritual de la belleza. En sus interpretaciones sobre la pintura se entrega con un sentimiento desbordado y auténtico que le permite elaborar magníficos textos en los que deja un aliento de fidelidad y reconocimiento para cada artista.

Sin embargo, es en su trabajo literario en donde va de por medio su propia vida, ahí deja la huella de su sangre, de sus entrañas desgarradas, de su erotismo, de su perversidad, de su misticismo y de su desesperación vital. Es, sobre todo en la literatura, en donde persigue el encuentro con las revelaciones. 

Señala García Ponce sobre la obra de Luis Buñuel: "la magnificencia está lograda gracias a ser fiel a sus obsesiones, recuerdos privados y convicciones públicas" y, casi siempre, al reconocer con admiración profunda la obra de un creador encuentra el justo punto de empatía que se vincula con su propia obstinación. 

Las pasiones que lo movieron a lo largo del tiempo fueron la materia prima de su escritura. El deslumbramiento que le ocurría al descubrir a un artista o a un escritor, provocaba en él tal fascinación que abría entonces un espacio para entregarse a la contemplación y a la sublimación de sus ideas, deseos y sentimientos. La fuerza de su escritura es, en consecuencia, la esencia de su realidad interior y la efervescencia de sus pasiones. Se trata de un autor que decidió realizarse a través de la voluptuosidad intelectual; un ser que fluyó entre sus propias letras para escapar de la cárcel física que lo mantuvo preso, entregándose a la reflexión y al placer que le despertaron la literatura y el arte. 

Esta misma fascinación que encontró por las obras y sus autores, lo llevó a formar constantemente grupos de artistas y escritores que compartieran con él su inmenso amor por el arte. Su vida se distingue por los diferentes grupos de amigos que se reunían con él para discutir sobre arte y literatura, generando un fenómeno de clan que va definiendo el rumbo de sus escritos. Para García Ponce la necesidad de pertenencia, de liderazgo intelectual, es una constante en el desarrollo de su carrera. Los grupos se amalgamaban a su alrededor, y él validaba su existencia a través de la escritura. Así fue desde el movimiento de la Ruptura, luego el grupo de Nueve pintores mexicanos, hasta sus últimos años de vida con la generación de los pintores jóvenes. El criterio con el que seleccionó todas las agrupaciones fue única y exclusivamente el de la amistad y del disfrute.

La personalidad de Juan García Ponce encerró dos facetas de gran polaridad. Por un lado tuvo un aspecto luminoso en donde se percibe una búsqueda casi mística de la verdad detrás de las apariencias, un encuentro definitivo con el amor, no sólo en la mujer sino en el arte o en la entrega plena a su condición de escritor en la que descubre, probablemente, el único sentido de la vida. El otro lado, oscuro y perverso, también fue una pulsión que adquirió gran fuerza e importancia en las mismas búsquedas. El encuentro con la belleza muchas veces tuvo lugar en esta oscuridad. García Ponce, desde que toca el amor, percibe también su imposibilidad. El sentido contradictorio que implica siempre la existencia de algo lo llevó a explorar la cara oscura de las cosas. La dualidad, la doble realidad en donde adquieren existencia los opuestos, mismos que se requieren en la intimidad.

Es Balthus uno de los artistas en los que García Ponce encuentra esta fascinación por la mujer en su perversidad. Existe una atracción por la mujer niña y ambigua que revela la inocencia y la perversión, la ingenuidad de una infancia eterna, en donde la niña se muestra como evocadora del deseo. Esta presencia femenina de ambivalencia y ambigüedad ejerció en García Ponce una fascinación constante.

Sin embargo, para Juan García Ponce la perversidad y la inocencia son la misma cosa y para explicarlo prefiere citar el ensayo que sobre su libro Encuentros escribe Octavio Paz: "….en casi todas sus novelas y cuentos la inocencia está siempre aliada a esas pasiones que llamamos malas o perversas: la crueldad, la ira, la lujuria, los delirios de la imaginación exasperada, toda esa gama de placeres que reprobamos y que, al mismo tiempo, nos fascinan…" 

Juan García Ponce fue un personaje de múltiples facetas: el ser humano que luchó por la vida a través de la enfermedad, el escritor en busca perenne del sentido de la existencia, el líder intelectual de grupos de amigos, el anfitrión de innumerables fiestas. Fue el centro que irradió su magnetismo para formar siempre un halo a su alrededor para compartir la belleza del sentido trágico de la realidad. Sus ensayos sobre el arte y la literatura contribuyeron en forma notable al brillo de muchos creadores, otorgándole a la obra la posibilidad de ser el medio posible para sumergirse en el mar de la verdad a través del placer estético, comunicándonos "una hermosa respuesta al problema de la realidad y al sentido profundo de la vida, que al iluminarnos nos afirma en ella". El Museo del Palacio de Bellas Artes celebra la presentación de esta exposición en donde el trabajo de Juan García Ponce, como escritor y crítico de arte, se reencuentra directamente con las obras que lo motivaron a escribir. La contundente presencia de su actividad creadora abre el camino para acercarnos a un autor que vinculó con gran intensidad la creación plástica y la literaria, y que a casi dos años de su muerte, renace en este espacio entre letras y trazos.