La Jornada Semanal,   domingo 30 de octubre  de 2005        núm. 556

Juan García Ponce

Introducción a Nueve pintores mexicanos*

El espíritu que anima este libro no es el de la justicia, sino el del gusto. Quiere ser el resultado de una elección libre que no admite otras consideraciones que las de la pasión despertada en el escritor por las obras de unos cuantos pintores que trabajan en México. Antes que nada aspira, por tanto, a entablar un diálogo con esas obras. En la selección no se ha buscado en ningún momento conseguir un equilibrio entre las distintas tendencias ni encontrar acomodo para representantes de cada una de ellas. Por eso no está referido a la historia de nuestra cultura, sino a la de nuestro arte, que aparece vivo y cambiante en los cuadros de estos nueve pintores mexicanos. En ningún momento he tratado de buscar una explicación para las distintas formas que toma ese arte en los antecedentes plásticos que lo determinan, tanto dentro de la historia de la pintura mexicana como dentro de la pintura a secas, aunque, sin duda, esta tarea podría realizarse con justicia. Mi intención ha sido centrarme en la realidad única de las obras, porque ésta es la que me interesa fundamentalmente. Dejo a la misma historia del arte y sus intérpretes la tarea de inscribirlas dentro de un contexto más amplio, pero que también generaliza la realidad de esas obras. Lo que a mí me interesa, en esta ocasión al menos, es su individualidad. La pintura en México se ha visto asociada durante demasiado tiempo a intereses ajenos a ella. Su estilo, incluso por el acento que sus propios creadores ponían en la necesidad de que se le juzgara así, no era admirado como un fin, una meta que encerrara ya la expresión y se bastara a sí misma, sino como un puente que la unía a otros valores, políticos o sociales. De este modo, la pintura en sí, la nueva realidad ordenada y creada dentro de la apariencia que nos entrega la obra, quedaba con mucha frecuencia oculta tras una multitud de supuestos que nos alejan de ella. Sería absurdo pensar que el artista, y con mayor razón que nunca el artista contemporáneo, no tiene una conciencia histórica. Al contrario, creo que hoy todos los verdaderos pintores realizan su obra tomando como base la misma historia del arte; son conscientes de ella y sienten y sufren su propio peso. Esta característica crea una nueva unidad. El arte es ya el mismo en todos lados y para todos. Y su comprensión depende en gran parte del conocimiento y el reconocimiento de esta exigencia. De ella sale una nueva forma de belleza que el arte a su vez impone sobre la historia del arte. Pero para que éste llegue a ser posible debemos buscarlo en la soledad de cada cuadro. De otro modo, el artista y su creación son anulados dentro de las vagas generalizaciones de los juicios colectivos. Terminamos reconociéndolos por sus semejanzas, cuando lo que debe importarnos son sus diferencias, porque estas diferencias son las que hacen posible el carácter intranquilizador del arte, son las que acentúan su negativa a ver la realidad como un orden y señalan cómo, al contrario, cada artista busca un nuevo orden, que debe nacer de la aceptación y la transformación dentro del imperio de la forma del caos de la realidad. Lo que yo he buscado es el sentido de ese nuevo orden, la verdad que nos comunica, en las obras de los nueve artistas elegidos. Por esto, aunque también esa tarea sería posible, no he tratado ni siquiera de relacionarlos entre sí. Mi libro es un libro voluntariamente fragmentario, en el que cada artista es visto como una isla unida a las demás sólo por la corriente común del mar de la pintura en el que existe. Mediante este sistema espero que sus obras aparezcan en toda su pureza como lo que son: afirmaciones individuales. Creo que el único carácter común de esas obras se encuentra en la voluntad expresa de que se les reconozca y, si es posible, se les ame, por la realidad misma que encierran y presentan. Y de ahí mi negativa a referirlas a cualquier otra realidad, ya sea la de la cultura nacional o la de la tradición plástica, a pesar de que es indudable que dentro de ellas las obras podrían tomar prestados algunos valores al tiempo que establecen nuevos. Aunque es cierto que los artistas están ligados a esa cultura y esa tradición con lazos indisolubles, me parece que la diferencia entre el artista contemporáneo y el artista de otras épocas se encuentra precisamente en que no son la cultura ni la tradición las que ofrecen una posibilidad de continuidad, sino la conciencia de su historia y la necesidad de romper con ella para seguir haciéndola posible. Sólo así la tradición podrá seguir viva, en vez de convertirse en un objeto muerto, cerrado en sí mismo. Por esto toda deuda con el pasado sólo es válida cuando se expresa como un rompimiento que hace posible el presente y se abre a un posible futuro hecho de nuevos rompimientos. En las obras de varios de los nueve pintores incluidos en este libro es posible reconocer estas deudas; pero cuando me ocupo de ellas es sólo para señalar cómo han sido pagadas con el abandono. Mientras esta operación no se realiza no tienen ningún valor y lo que me interesa señalar en las obras de estos nueve pintores es su carácter positivo. Sólo así puede ser la crítica un ejercicio de libertad. Por otra parte, queda pendiente la tarea de juzgar mi propia libertad, mi propio gusto, que ha determinado la elección de los pintores incluidos en este libro. Yo le cedo voluntariamente la responsabilidad de esa tarea a los críticos; pero me gustaría aclarar que rechazo de antemano la posibilidad de que este libro se vea a la luz de sus ausencias. La elección de una posibilidad no implica, al menos para mí y dentro del nivel de libertad en que quiero colocarme, el rechazo de otra. Otras muchas presencias pueden reclamar y reclaman a mi gusto dentro de la pintura mexicana. En varias ocasiones me he ocupado ya de ellas. Pero ahora no se trata de establecer el panorama de alguna etapa de la pintura nacional, ni de fijar una imagen de nuestro desarrollo cultural. Por esto, quiero que el libro se vea sólo a la luz de sus presencias. Cualquier otro juicio sobre él traicionaría sus propósitos.
 


* Juan García Ponce, Nueve pintores mexicanos, México, Ediciones Era, 1968.