Juan García Ponce Introducción a Nueve pintores mexicanos* El
espíritu que anima este libro no es el de la justicia, sino el del
gusto. Quiere ser el resultado de una elección libre que no admite
otras consideraciones que las de la pasión despertada en el escritor
por las obras de unos cuantos pintores que trabajan en México. Antes
que nada aspira, por tanto, a entablar un diálogo con esas obras.
En la selección no se ha buscado en ningún momento conseguir
un equilibrio entre las distintas tendencias ni encontrar acomodo para
representantes de cada una de ellas. Por eso no está referido a
la historia de nuestra cultura, sino a la de nuestro arte, que aparece
vivo y cambiante en los cuadros de estos nueve pintores mexicanos. En ningún
momento he tratado de buscar una explicación para las distintas
formas que toma ese arte en los antecedentes plásticos que lo determinan,
tanto dentro de la historia de la pintura mexicana como dentro de la pintura
a secas, aunque, sin duda, esta tarea podría realizarse con justicia.
Mi intención ha sido centrarme en la realidad única de las
obras, porque ésta es la que me interesa fundamentalmente. Dejo
a la misma historia del arte y sus intérpretes la tarea de inscribirlas
dentro de un contexto más amplio, pero que también generaliza
la realidad de esas obras. Lo que a mí me interesa, en esta ocasión
al menos, es su individualidad. La pintura en México se ha visto
asociada durante demasiado tiempo a intereses ajenos a ella. Su estilo,
incluso por el acento que sus propios creadores ponían en la necesidad
de que se le juzgara así, no era admirado como un fin, una meta
que encerrara ya la expresión y se bastara a sí misma, sino
como un puente que la unía a otros valores, políticos o sociales.
De este modo, la pintura en sí, la nueva realidad ordenada y creada
dentro de la apariencia que nos entrega la obra, quedaba con mucha frecuencia
oculta tras una multitud de supuestos que nos alejan de ella. Sería
absurdo pensar que el artista, y con mayor razón que nunca el artista
contemporáneo, no tiene una conciencia histórica. Al contrario,
creo que hoy todos los verdaderos pintores realizan su obra tomando como
base la misma historia del arte; son conscientes de ella y sienten y sufren
su propio peso. Esta característica crea una nueva unidad. El arte
es ya el mismo en todos lados y para todos. Y su comprensión depende
en gran parte del conocimiento y el reconocimiento de esta exigencia. De
ella sale una nueva forma de belleza que el arte a su vez impone sobre
la historia del arte. Pero para que éste llegue a ser posible debemos
buscarlo en la soledad de cada cuadro. De otro modo, el artista y su creación
son anulados dentro de las vagas generalizaciones de los juicios colectivos.
Terminamos reconociéndolos por sus semejanzas, cuando lo que debe
importarnos son sus diferencias, porque estas diferencias son las que hacen
posible el carácter intranquilizador del arte, son las que acentúan
su negativa a ver la realidad como un orden y señalan cómo,
al contrario, cada artista busca un nuevo orden, que debe nacer de la aceptación
y la transformación dentro del imperio de la forma del caos de la
realidad. Lo que yo he buscado es el sentido de ese nuevo orden, la verdad
que nos comunica, en las obras de los nueve artistas elegidos. Por esto,
aunque también esa tarea sería posible, no he tratado ni
siquiera de relacionarlos entre sí. Mi libro es un libro voluntariamente
fragmentario, en el que cada artista es visto como una isla unida a las
demás sólo por la corriente común del mar de la pintura
en el que existe. Mediante este sistema espero que sus obras aparezcan
en toda su pureza como lo que son: afirmaciones individuales. Creo que
el único carácter común de esas obras se encuentra
en la voluntad expresa de que se les reconozca y, si es posible, se les
ame, por la realidad misma que encierran y presentan. Y de ahí mi
negativa a referirlas a cualquier otra realidad, ya sea la de la cultura
nacional o la de la tradición plástica, a pesar de que es
indudable que dentro de ellas las obras podrían tomar prestados
algunos valores al tiempo que establecen nuevos. Aunque
es cierto que los artistas están ligados a esa cultura y esa tradición
con lazos indisolubles, me parece que la diferencia entre el artista contemporáneo
y el artista de otras épocas se encuentra precisamente en que no
son la cultura ni la tradición las que ofrecen una posibilidad de
continuidad, sino la conciencia de su historia y la necesidad de romper
con ella para seguir haciéndola posible. Sólo así
la tradición podrá seguir viva, en vez de convertirse en
un objeto muerto, cerrado en sí mismo. Por esto toda deuda con el
pasado sólo es válida cuando se expresa como un rompimiento
que hace posible el presente y se abre a un posible futuro hecho de nuevos
rompimientos. En las obras de varios de los nueve pintores incluidos en
este libro es posible reconocer estas deudas; pero cuando me ocupo de ellas
es sólo para señalar cómo han sido pagadas con el
abandono. Mientras esta operación no se realiza no tienen ningún
valor y lo que me interesa señalar en las obras de estos nueve pintores
es su carácter positivo. Sólo así puede ser la crítica
un ejercicio de libertad. Por otra parte, queda pendiente la tarea de juzgar
mi propia libertad, mi propio gusto, que ha determinado la elección
de los pintores incluidos en este libro. Yo le cedo voluntariamente la
responsabilidad de esa tarea a los críticos; pero me gustaría
aclarar que rechazo de antemano la posibilidad de que este libro se vea
a la luz de sus ausencias. La elección de una posibilidad no implica,
al menos para mí y dentro del nivel de libertad en que quiero colocarme,
el rechazo de otra. Otras muchas presencias pueden reclamar y reclaman
a mi gusto dentro de la pintura mexicana. En varias ocasiones me he ocupado
ya de ellas. Pero ahora no se trata de establecer el panorama de alguna
etapa de la pintura nacional, ni de fijar una imagen de nuestro desarrollo
cultural. Por esto, quiero que el libro se vea sólo a la luz de
sus presencias. Cualquier otro juicio sobre él traicionaría
sus propósitos.
* Juan García Ponce, Nueve pintores mexicanos, México, Ediciones Era, 1968. |