Las fotos de Barry Domínguez Juan García Ponce Las
fotos de Barry Domínguez hacen presente para mí una realidad
puesta por separado a la que puedo mirar todos los días de una manera
diferente. Trataré de explicarlo en palabras que justifiquen esta
afirmación. Las fotografías han usado como tema cada uno
de los elementos que forman esa realidad. Ellas tienen un valor independiente
en tanto fotografías. Para Barry Domínguez esta es su realidad
y su mérito particular es la revelación de cada objeto. Para
mí, es el hecho de que, al separarlos, me hacen verlos de un modo
desconocido. Al contemplarlos así no sólo me gustan como
fotografías, sino también porque me revelan mi propio mundo
separándome de él y simultáneamente haciéndolo
real no en su conjunto sino en la particularidad de cada objeto y de María
Luisa, mi ayudante desde hace once años. Ahí está
mi máquina de escribir, la que antes yo mismo utilizaba y que ahora
es la máquina en la que ella escribe, con un solo dedo, lo que yo
le dicto. Desde hace mucho le digo a María Luisa que yo le gano
porque usaba un dedo de cada mano. Esa es una anécdota que se hace
posible porque la fotografía de Barry Domínguez utiliza esa
máquina como uno de sus elementos. Esto
es de lo que quiero hablar. De la misma forma que la máquina se
muestra independiente; cada uno de los elementos que siempre veo en conjunto,
se hacen diferentes viéndolos por separado. Al ver el bote de yoghurt
en el que están mis lápices y plumas, pienso en una realidad
muy antigua, cuando el yoghurt venía en esos botes de porcelana
que ahora son una reliquia porque el yoghurt ya viene en unos repulsivos
botes de plástico que a nadie se le ocurriría guardar. Pero
este es un hecho general, junto a él están todas mis reliquias
particulares. Desde mi casa en conjunto hasta cada una de las cosas que
Barry Domínguez vio como fotógrafo: la fotografía
de la mascarilla de Musil muerto y encima de ella otra de Klossowski vivo
todavía cuando Klossowski murió este mismo año [2001,
n. del E.] y ya por tanto sólo está vivo en su fotografía.
¿Esa es la vida que tiene cada uno de mis objetos? ¿Son fotografías
y nada más? Yo soy incapaz de sentirlos así y sin embargo
en el arte de Barry Domínguez ya son sólo fotografías.
Esa es su diferencia. Puedo ver mis piedras que sólo tienen otro
valor que el de piedras para mí. Y así cada cosa. Es bella
su representación porque cualquiera puede verlas. Voy a hacer o
voy a tratar de hacer que todos las vean como las veo yo. Pero ahora me
doy cuenta de que eso es imposible en unas cuantas líneas y escojo
algunos nada más. Lo que se ve a través de la ventana de
mi estudio no es el tronco de un árbol cualquiera sino de un trueno
que planté hace mucho. Junto al bote de yoghurt está la reproducción
de una de las Venus de Lucas Cranach que siempre me ha seducido.
Veo los libros que están acostados sobre mi librero de la sala.
Y para mí son fetiches con el mismo valor que las flores y los árboles
de mi jardín. Mis cuadernos. Las fotografías de mis hijos
cuando eran chicos; su identidad muestra el tiempo pasado puesto que mis
hijos tienen ahora cuarenta y un años, ella, y treinta y nueve,
él. El retrato de Michèle que le hizo Roger von Gunten hace
veinticinco años. Muchas, muchas cosas más. Barry Domínguez
me regaló sus fotografías, ahí está todo en
un presente permanente y sólo soy yo el que sabe su significado
particular. Eso no tiene importancia. Su valor actual no es mío,
pertenece a todo el que las contemple.
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