La Jornada Semanal,   domingo 30 de octubre  de 2005        núm. 556

Las fotos de Barry Domínguez

Juan García Ponce

Las fotos de Barry Domínguez hacen presente para mí una realidad puesta por separado a la que puedo mirar todos los días de una manera diferente. Trataré de explicarlo en palabras que justifiquen esta afirmación. Las fotografías han usado como tema cada uno de los elementos que forman esa realidad. Ellas tienen un valor independiente en tanto fotografías. Para Barry Domínguez esta es su realidad y su mérito particular es la revelación de cada objeto. Para mí, es el hecho de que, al separarlos, me hacen verlos de un modo desconocido. Al contemplarlos así no sólo me gustan como fotografías, sino también porque me revelan mi propio mundo separándome de él y simultáneamente haciéndolo real no en su conjunto sino en la particularidad de cada objeto y de María Luisa, mi ayudante desde hace once años. Ahí está mi máquina de escribir, la que antes yo mismo utilizaba y que ahora es la máquina en la que ella escribe, con un solo dedo, lo que yo le dicto. Desde hace mucho le digo a María Luisa que yo le gano porque usaba un dedo de cada mano. Esa es una anécdota que se hace posible porque la fotografía de Barry Domínguez utiliza esa máquina como uno de sus elementos. Esto es de lo que quiero hablar. De la misma forma que la máquina se muestra independiente; cada uno de los elementos que siempre veo en conjunto, se hacen diferentes viéndolos por separado. Al ver el bote de yoghurt en el que están mis lápices y plumas, pienso en una realidad muy antigua, cuando el yoghurt venía en esos botes de porcelana que ahora son una reliquia porque el yoghurt ya viene en unos repulsivos botes de plástico que a nadie se le ocurriría guardar. Pero este es un hecho general, junto a él están todas mis reliquias particulares. Desde mi casa en conjunto hasta cada una de las cosas que Barry Domínguez vio como fotógrafo: la fotografía de la mascarilla de Musil muerto y encima de ella otra de Klossowski vivo todavía cuando Klossowski murió este mismo año [2001, n. del E.] y ya por tanto sólo está vivo en su fotografía. ¿Esa es la vida que tiene cada uno de mis objetos? ¿Son fotografías y nada más? Yo soy incapaz de sentirlos así y sin embargo en el arte de Barry Domínguez ya son sólo fotografías. Esa es su diferencia. Puedo ver mis piedras que sólo tienen otro valor que el de piedras para mí. Y así cada cosa. Es bella su representación porque cualquiera puede verlas. Voy a hacer o voy a tratar de hacer que todos las vean como las veo yo. Pero ahora me doy cuenta de que eso es imposible en unas cuantas líneas y escojo algunos nada más. Lo que se ve a través de la ventana de mi estudio no es el tronco de un árbol cualquiera sino de un trueno que planté hace mucho. Junto al bote de yoghurt está la reproducción de una de las Venus de Lucas Cranach que siempre me ha seducido. Veo los libros que están acostados sobre mi librero de la sala. Y para mí son fetiches con el mismo valor que las flores y los árboles de mi jardín. Mis cuadernos. Las fotografías de mis hijos cuando eran chicos; su identidad muestra el tiempo pasado puesto que mis hijos tienen ahora cuarenta y un años, ella, y treinta y nueve, él. El retrato de Michèle que le hizo Roger von Gunten hace veinticinco años. Muchas, muchas cosas más. Barry Domínguez me regaló sus fotografías, ahí está todo en un presente permanente y sólo soy yo el que sabe su significado particular. Eso no tiene importancia. Su valor actual no es mío, pertenece a todo el que las contemple.