Jornada Semanal,  30 de octubre  de 2005         núm. 556
Y AHORA PASO A RETIRARME

Ana García Bergua

FANTASMAS EN LA COCINA

A veces pasa que un amigo o una amiga nos invita a comer y, ya sea porque llegamos temprano o por simple camaradería, lo acompañamos a preparar la comida, y así conocemos sus gustos y sus costumbres a la hora de guisar, qué especias prefiere, cuánta sal le pone al espagueti o dónde compra el pescado. Acompañar a alguien a cocinar puede ser una experiencia bastante íntima, también, si no se ha hecho antes, y compartirla nos ayuda a conocer mejor a nuestros amigos, sus manías, sus curiosidades. 

De igual manera, pocas veces tiene uno ocasión de que un escritor lo invite a su cocina, si bien es común que los escritores nos reunamos fuera de casa para hablar de recetas e ingredientes. Básicamente porque escribir es un acto solitario. Solitario en apariencia, pues siempre nos acompañan nuestros personajes y los demás escritores, presentes en sus libros. Pero bueno, yo he tenido la suerte de ver cómo se cocinó, o de qué mercado provienen los ingredientes de un cuento de mi amiga Adriana Díaz Enciso, un cuento que forma parte de su nuevo libro que se llama Cuentos de fantasmas y otras mentiras, publicado por Aldus en una edición verdaderamente muy hermosa. Hace ya muchos años, solía yo visitar a Adriana en la colonia Condesa, donde ella vivía, y un par de veces me invitó a acompañarla a una experiencia entre aterradora e infantil, que consistía en asomarnos por la ventana de una casa abandonada que se encontraba en avenida Mazatlán. En aquella casa se había cometido un asesinato horrible a finales de los setenta –un hombre había matado a toda su familia y se había suicidado después–, y por razones que desconocíamos, la escena del crimen seguía ahí, sin tocarse: las sillas caídas, las tazas en la mesa, todo oscuro y cubierto ya de mugre y telarañas, habitado por gran cantidad de gatos y seguramente por unos fantasmas que Adriana sí podía ver y yo no. De eso que se cocinaba en su interior cuando se asomaba por la ventana a mirar aquella escena terrible –y es posible que escribir narrativa sea en muchas ocasiones como espiar por la ventana de otras casas, esa especie de vértigo que le avisa a uno que en un lugar, real o no, hay una historia- surgió, finalmente, el cuento "Por los túneles", en el que recrea la historia de aquel crimen incluso con una cita periodística y describe la casa que me emociona (y asusta) pensar que vi con ella:

Dio vuelta al llegar a la calle de Mazatlán y pasó frente a la casa abandonada. Como siempre, se acercó, movida por una curiosidad incontrolable, se paró de puntitas y se asomó por el vidrio roto. Aguantó la respiración para no marearse con el intenso olor a polvo, a humedad y orines de gato. Ahí seguía todo: ropa tirada en la escalera; en el comedor, una silla volcada; los cajones del trastero entreabiertos, por donde asomaban papeles en desorden; un perchero del que todavía colgaba un abrigo muy viejo. En la alfombra del comedor había una mancha color óxido, y colgando sobre ella, la lámpara decó que seguía acumulando polvo, con un trozo de cuerda amarrado al cable. Junto a la escalera, un cromo con marco dorado mostraba a un pastorcito regordete que sonreía bajo el ala de su sombrero. Tenía hoyuelos en los codos. A lo lejos, borrosas, pastaban sus ovejas.

Los cuentos que forman Cuentos de fantasmas y otras mentiras son cuentos escritos en etapas muy diferentes de Adriana Díaz Enciso. Muchos de ellos tuve oportunidad de conocerlos o leerlos publicados en suplementos. En ellos aparecen las obsesiones de esta escritora tapatía: asesinos, fantasmas, gatos, vampiros, transformaciones inesperadas, basiliscos, toda la fauna que puebla la literatura fantástica y de horror (y que en el fondo, si uno la busca como hacía ella asomada a aquella ventana, yace bajo la piel de nuestra tierra cotidiana) y con el estilo espléndido que da el trabajo de años. Por eso, quizá, y porque están tan bien escritos –realmente fueron cocinados a fuego lento, en muchos sentidos–, son unos relatos ejemplares. Por eso, y porque pude atisbar, alguna vez, cómo nacía uno de ellos, y porque conocí a sus gatos aquí en México, gatos-modelo de cuentos como "Un día en la vida de Fritz". Es como si esa vez que me invitó a hacer esa excursión morbosa y terrorífica a la casa de Mazatlán, Adriana me dejara asomar por la ventana de su escritura o me dejara acompañarla a cocinar. 

PD: Le agradezco mucho al lector que me envió un relato inspirado en el aviso de periódico de 1920 que cité hace unas semanas. Aquello ha sido también cosa de cocina...