Ana García Bergua FANTASMAS EN LA COCINA A veces pasa que un amigo o una amiga nos invita a comer y, ya sea porque llegamos temprano o por simple camaradería, lo acompañamos a preparar la comida, y así conocemos sus gustos y sus costumbres a la hora de guisar, qué especias prefiere, cuánta sal le pone al espagueti o dónde compra el pescado. Acompañar a alguien a cocinar puede ser una experiencia bastante íntima, también, si no se ha hecho antes, y compartirla nos ayuda a conocer mejor a nuestros amigos, sus manías, sus curiosidades.
Dio vuelta al llegar a la calle de Mazatlán y pasó frente a la casa abandonada. Como siempre, se acercó, movida por una curiosidad incontrolable, se paró de puntitas y se asomó por el vidrio roto. Aguantó la respiración para no marearse con el intenso olor a polvo, a humedad y orines de gato. Ahí seguía todo: ropa tirada en la escalera; en el comedor, una silla volcada; los cajones del trastero entreabiertos, por donde asomaban papeles en desorden; un perchero del que todavía colgaba un abrigo muy viejo. En la alfombra del comedor había una mancha color óxido, y colgando sobre ella, la lámpara decó que seguía acumulando polvo, con un trozo de cuerda amarrado al cable. Junto a la escalera, un cromo con marco dorado mostraba a un pastorcito regordete que sonreía bajo el ala de su sombrero. Tenía hoyuelos en los codos. A lo lejos, borrosas, pastaban sus ovejas. Los cuentos que forman Cuentos de fantasmas y otras mentiras son cuentos escritos en etapas muy diferentes de Adriana Díaz Enciso. Muchos de ellos tuve oportunidad de conocerlos o leerlos publicados en suplementos. En ellos aparecen las obsesiones de esta escritora tapatía: asesinos, fantasmas, gatos, vampiros, transformaciones inesperadas, basiliscos, toda la fauna que puebla la literatura fantástica y de horror (y que en el fondo, si uno la busca como hacía ella asomada a aquella ventana, yace bajo la piel de nuestra tierra cotidiana) y con el estilo espléndido que da el trabajo de años. Por eso, quizá, y porque están tan bien escritos –realmente fueron cocinados a fuego lento, en muchos sentidos–, son unos relatos ejemplares. Por eso, y porque pude atisbar, alguna vez, cómo nacía uno de ellos, y porque conocí a sus gatos aquí en México, gatos-modelo de cuentos como "Un día en la vida de Fritz". Es como si esa vez que me invitó a hacer esa excursión morbosa y terrorífica a la casa de Mazatlán, Adriana me dejara asomar por la ventana de su escritura o me dejara acompañarla a cocinar. PD: Le agradezco mucho al lector que me
envió un relato inspirado en el aviso de periódico de 1920
que cité hace unas semanas. Aquello ha sido también cosa
de cocina...
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