Adolfo Castañón La realidad
I
Esta obra en la cual se cifran trazos y actitudes de una época se alza como una isla de cristal alrededor de la inocencia de la mirada. Es la mirada del otro y de lo otro que se proyecta en la del espectador y la del creador teatral, en la del crítico literario y en la del escritor que interroga con la voz y con la pluma las creaciones de otros escritores y artistas, la del crítico de artes plásticas y la del memorialista pero ante todo es la mirada del escritor de novelas y ensayos. Es la mirada de la escritura que trama alrededor de la torre altiva de sus novelas y cuentos la tapicería de un mundo encantado por la luz del amor y por la pasión intelectual y que sabe traducir, en el álgebra de los cuerpos, la sintaxis de un saber intransferible. Juan García Ponce intuyó desde sus años jóvenes el rumbo de su destino creador y, desde esa intemperie, asumió sin regatear una trayectoria a la vez íntima y pública que lo llevaba a escribir y a participar generosamente en la vida literaria y artística, cultural y política de una época cuyo espíritu crítico y creador, cuya subversiva sensibilidad él supo encarnar tanto y tan bien. En su escritura imantada por el deseo parece destilarse la escritura del deseo mismo. Desde esa orilla arriesgada y riesgosa, el escritor tiende la mano al lector, más allá de los nombres, para invitarlo a que explore junto con él, en el escenario vertiginoso de la página, la inapresable presencia que ahí alienta. II Desde finales de los años cincuenta y durante las dos décadas que van desde l960 hasta final de los setenta, Juan García Ponce irrumpe en los diversos espacios y escenarios de la cultura mexicana –del teatro, la crítica y el ensayo literarios a los escritos y testimonios sobre artes plásticas y cine– animando, no sin cierto don de ubicuidad, las diversas aventuras y empresas editoriales de aquellos años e infundiendo a cada una de sus intervenciones una vigorosa lucidez. Sus virtudes y talentos hacen del joven escritor, nacido en Mérida, Yucatán, en 1932, un animador natural nato, un activista de la cultura de indiscutible excepción. Su gracia y entrega a la fiesta de las letras y de las artes, entonces en plena efervescencia, lo llevan a transformar en hecho memorable, en happening casi cualquier ocasión. Estos datos tribales serían triviales si el joven guía de la banda compuesta por escritores, pintores, cineastas, lectores y por una legión de amigos para quienes la amistad era una patria, no hubiese sostenido contra vientos festivos y mareas políticas una vida paralela y secreta de artista y escritor de altos vuelos creativos. Años tan festivos como decisivos en que una generación se descubre a sí misma a través de una constelación de seres representativos.
Juan García Ponce tiene la fortuna de elegir y ser elegido desde muy temprana edad por los escritores que lo ayudarán desde dentro a ir levantando sus murallas y torres: Marcel Proust, R.M. Rilke, Thomas Mann, Robert Musil, Henry Miller, Herman Hesse, Cesare Pavese, Herman Broch, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, Jorge Cuesta, Octavio Paz, José Bianco, Pierre Klossowski, Akutagawa, entre otros. Tendrá además la inmensa fortuna de intercambiar con algunos de ellos, Octavio Paz, José Bianco o Pierre Klossowski, cartas y experiencias que lo estimularán para dar forma a su propio mundo. III
Los ensayos y escritos críticos
que Juan García Ponce da a la luz por estos años, al igual
que su obra ensayística anterior, están templados por la
magnánima serenidad de una aristocracia espiritual. E incluso en
el anecdotario más vivaz, en el chispeante rumor de la vida literaria
tal y como comparece en Personas, lugares y anexas (1996) o Entre
las líneas, entre las vidas (2001), se reconoce el alto vuelo
casi inalcanzable del cazador solitario, la trayectoria serena y certera
del espíritu coronado por la realización cabal de una obra
perdurable.
|