Usted está aquí: domingo 30 de octubre de 2005 Opinión EJE CENTRAL

EJE CENTRAL

Cristina Pacheco

Ya llegué de donde andaba

Este año las actividades en el Museo de las Culturas Populares han girado en torno a los procesos migratorios dentro y fuera de la República. Para enriquecer el programa, desde el 25 de octubre hasta el 6 de noviembre grupos de migrantes indígenas en el Distrito Federal presentan una exposición de ofrendas con motivo del Día de Muertos.

En el museo las garras de león y las flores de cempasúchil embellecen el Patio de las Jacarandas; el aroma del copal hace más grata la atmósfera, siempre cargada de olores a café, maíz y miel; las flamas de los cirios y las veladoras se integran a la espléndida luz de Coyoacán.

En un rincón del patio, don Lorenzo Hernández Vázquez enciende una veladora junto a una cruz de pétalos amarillos y blancos. Allí comienza la ofrenda elaborada por la comunidad de Santiago Laxopa, Oaxaca, residente en Naucalpan. A ella pertenece don Lorenzo. En 1960 llegó al municipio mexiquense; es músico en una banda de viento y miembro del Frente Unido Seis Hojas.

En la ofrenda presidida por la imagen de Santiago el joven destaca la fotografía de un hombre mayor que posa en actitud patriarcal. Don Lorenzo me aclara la identidad del personaje:

''El señor fue titular de nuestro frente. Lo integramos con el exclusivo fin de dar apoyo económico, político y cultura a Santiago Laxopa. Los estatutos establecen que 20 por ciento de lo que ganamos con las presentaciones de nuestra banda debe destinarse a un fondo para hacer obras que beneficien a nuestra comunidad, que es de origen zapoteco.''

Tradición y leyenda

Don Lorenzo está satisfecho de que en su ofrenda haya fruta y dulces para halagar a las ánimas niñas, y para las adultas, chapulines, tamales de tres clases, panes con forma humana -típicos de la sierra norte-, calabaza, cigarros, cerveza y mezcal, pero reconoce que no es tan abundante como las que se levantan en su pueblo:

''Allá, para el Día de Muertos se matan por lo menos seis guajolotes, se preparan tamales de camarón y de pescado seco, y muchas ollas de consomé. Es tanta la comida que nos dura hasta 10 días. Debemos consumirla toda. No hacerlo es un gesto de mala educación hacia las ánimas: ellas podrían pensar que nos desagrada comer lo que ya probaron.''

La referencia a esos platillos hace que don Lorenzo evoque la fiesta de muertos en Santiago:

''Aun las familias más pobres respetan la tradición de poner una ofrenda a los muertos. El primero y 2 de noviembre las puertas de las casas deben permanecer abiertas todo el tiempo para que entren las ánimas de familiares, amigos y aun de los desconocidos que ya no tienen quien las reciba. Según la leyenda, quien no respete ese principio de hospitalidad está condenado a escuchar por el resto de su vida los lamentos del difunto al que no le brindó asilo.''

-El mundo es grande; los caminos, largos e intrincados. ¿Cómo guían a las ánimas hasta Santiago Laxopa?

-Con las flamas de las velas, el aroma del copal -que por cierto aquí se utiliza para ahuyentar a los malos espíritus- y el tañido de las campanas de Santiago Apóstol. Se escuchan lúgubres desde las seis de la mañana del día primero, pero hay un tañido especial para atraer a las ánimas de los emigrantes que murieron lejos de su tierra, en Estados Unidos. A todas se les da la bienvenida. Nada más los abuelos lo hacen en zapoteco, porque muchos de mis coterráneos ya no conocen la lengua madre.

Don Lorenzo continúa:

''El 2, el día grande, a las 14 horas se despiden las ánimas. Entonces todo el pueblo se dirige al panteón. El camino hacia allá está adornado con flores traídas del monte. En el cementerio hay dos bandas que interpretan sólo marchas fúnebres. Mientras suena la música, los deudos rezan, platican, recuerdan, brindan con tepache y con mezcal: están alegres porque volvieron a tener contacto con sus seres queridos, pero al mismo tiempo sienten tristeza porque tendrán que esperar otro año para que las ánimas retornen al pueblo.''

Las tempestades y el águila

-¿Cuántas salidas tiene Santiago Laxopa?

-Cuatro. La del norte conduce al pueblo de la Natividad, donde antes había minas de oro y plata; la del sur lleva al camino real que tomábamos para ir a Oaxaca; la del oriente comunica con San Sebastián y Santa Catalina Yohuio, y la del occidente da al monte. Es precioso: está lleno de pinos, oyameles, palos de agua, encinos... Por esos terrenos andaba cuando era niño y mis padres me mandaban a cuidar los rebaños y a cazar ardillas, pájaros y conejos. Nunca maté leones ni venados porque mi padre jamás tuvo una escopeta.

-¿De dónde llegaron los primeros habitantes de su comunidad?

-De un pueblo que se llamaba Betialaga. Tenía 4 mil habitantes. Todos se dedicaron al cultivo de maíz, frijol, chícharo, papa, hasta que algo extraordinario sucedió: la naturaleza no permitió que la gente siguiera viviendo allí. Decían los abuelos que se dieron cuenta de esa oposición cuando faltó el agua y soplaron unos ventarrones muy fuertes que tiraban árboles y destruían casas -como acaba de suceder en Quintana Roo, Chiapas, Veracruz y por el rumbo de Estados Unidos. Los lugareños, con tal de seguir en Betialaga, soportaron los desastres, pero llegó el momento en que no pudieron más.

-¿Qué los venció?

Un águila muy grande -luego comprendieron que se trataba de un cóndor- que tenía su nido en el cerro Cuauntene. Desde allí el animal bajaba al pueblo para robarse a los niñitos que aún no sabían caminar y devorarlos en su guarida. Los abuelos y los padres se encomendaron a nuestro santo patrono, pero aun así las criaturas seguían desapareciendo. Entonces la gente comprendió que sobre ella pesaba la fuerza superior de la Madre Naturaleza y que debía emigrar. Unos se dirigieron al norte y fundaron Santa Cruz Yalina; otros caminaron hacia el sur y se establecieron en lo que hoy es San Sebastián Guiloxi. Los que se dirigieron al sur fundaron el pueblo de donde soy originario: Santiago Laxopa.

-¿Cómo era y cómo es su pueblo?

-Siempre ha sido muy pobre. Cuando yo era niño no había electricidad, no escuchábamos ni siquiera el radio. No sabíamos qué había más allá de Santiago ni si éramos los únicos habitantes del planeta. A pesar de la ignorancia y la miseria siento que en aquel tiempo había más entendimiento entre la comunidad; la gente era más unida. En ese aspecto, la situación cambió desde que nos construyeron la carretera. Por allí llegaron muchas personas extrañas que se dedicaban a robar; por allí también se salieron muchos hombres y mujeres en busca de trabajo y un mejor sitio donde vivir.

-¿La carretera no es para usted símbolo de progreso?

-Desde luego que sí: tuvimos electricidad, televisión, y el pueblo cambió. Apenas hace un año construimos el palacio municipal, una plaza con su fuente pequeñita, la cancha de basquetbol, un auditorio y un centro de salud. Contamos con un médico de planta, pero no sirve de mucho, porque carecemos de medicamentos, así que la gente sigue acudiendo a la medicina tradicional.

Rumbo al norte

-¿Cuántos habitantes tiene Santiago Laxopa?

-Ya pocos: alrededor de mil. La mayoría se ha venido acá o se ha ido a Estados Unidos. La emigración nos ha hecho mucho daño, tanto económica como culturalmente. Las tierras están abandonadas y no hay quien proteja y herede a los niños las tradiciones. El paisano que se va al norte y gana billetes no las recuerda ni piensa en volver a la tierra. ¿Para qué? No hay trabajo, y para colmo, la comunidad está muy dividida a causa de las sectas. En Santiago hay tres. Las familias que ahora practican una religión distinta a la católica no creen en el retorno de las ánimas y no ponen ofrendas en noviembre. Los difuntos que viajan desde el más allá hasta mi pueblo encuentran las que fueron sus casas vacías o con las puertas cerradas. Entonces lloran y se refugian en otras, donde aún permanecen los ancianos que les dicen en zapoteco: ''Vengan, pasen a descansar y a deleitarse con sus bebidas y platillos predilectos''. A como van las cosas, tal vez llegue el día en que Santiago esté desierto. Entonces no se oirán las campanas de nuestra iglesia, ni habrá flores adornando el camino al cementerio, ni perfumará el aire el aroma del copal, ni quedará quien escuche a las ánimas cuando se presenten y digan: "Ya llegué de donde andaba".

 
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