Usted está aquí: domingo 30 de octubre de 2005 Opinión Monopolio granelero

Laura Alicia Garza Galindo

Monopolio granelero

En años recientes, las empresas trasnacionales de la rama alimentaria han realizado fusiones con el propósito de controlar la producción de semillas, los agroquímicos, fertilizantes y otros insumos para la producción agrícola, especialmente la granelera, su almacenaje y comercialización; inclusive pretenden incidir en los patrones de consumo. No es mayor a 10 el número de estas empresas: siete estadunidenses -Philip Morris, Cargill, Pepsicola, Coca- Cola, Conagra, RJR Nabisco y Anheuser Bush-; Nestlé, suiza; Unilever, holandesa, y Danone, francesa. El control ha sido en forma creciente y para ello Estados Unidos ha contribuido al sacar de la competencia a los pequeños y medianos agricultores de infinidad de países, con prácticas de comercio desleal y otorgando grandes subsidios agrícolas a las empresas mencionadas.

Así, el control genético, la biodiversidad y la biotecnología son los instrumentos utilizados, no para contribuir a erradicar la inmensa pobreza y el hambre que imperan en el mundo subdesarrollado, sino para ampliar las ya inmensas ganancias de esas empresas. En este plan se unieron desde 1998 el gobierno estadunidense y la empresa Delta and Pine, para desarrollar una nueva técnica bioagrícola -misma que patentaron- que crea semillas de los granos más consumidos en el mundo, los que quedan impedidos para su reproducción, destruyendo así la costumbre de los agricultores de guardar una parte de su cosecha para usarla en la siguiente siembra, desplazando las semillas criollas y monopolizado la venta. Desde hace tiempo han logrado su propósito: sólo hay alimentos si se compran esas semillas. Precisamente porque han detonado la infertilidad de éstas es que han sido llamadas terminator por los grupos ecologistas. Biólogos moleculares advierten el riesgo de que la función exterminadora del genoma -que es el conjunto de los genes- se salga de control y se trasmita a otros cultivos mediante la polinización; esta propagación gradual de la esterilidad granelera, principal insumo en el consumo de inmensos grupos en el mundo, podría devenir catástrofe mundial, que arrasaría con la vida en el planeta.

Por unos años la aplicación de la técnica se mantuvo en moratoria. Sin embargo, Monsanto, una industria química estadunidense fundada en 1901, que a lo largo de su historia ha sido señalada por el uso de productos tóxicos y cancerígenos (es también la mayor productora de semillas transgénicas en el mundo), al enfrentarse con la comunidad agrícola por el uso no autorizado de sus semillas, decidió que era tiempo de que la terminator -cuya patente adquirió al comprar la ya antes mencionada empresa Delta and Pine, inventora y propietaria de la técnica para producir la infertilidad en las semillas- resurgiera y se comercializara. Pronto Estados Unidos, Canadá, Argentina y Brasil se vieron invadidos por estas semillas, proceso irreversible.

Sin embargo, la negativa de muchos países para adquirirla -especialmente los europeos- frenó sus ambiciones, dejándola con grandes inventarios. Pero la Monsanto no cedió y continuó con las fusiones, adquirió Dekalb y Holden, gran productora de maíz de Estados Unidos; Sementes Agroceres, una de las más grandes productoras de ese grano en Brasil, y gran parte de Cargill, la mayor comercializadora de semillas en el mundo.

En México, los anuncios no sólo de Monsanto, sino de otras grandes empresas metidas en el ajo, pueden verse a lo largo de nuestras carreteras y su estrategia de comercialización ha sido, lamentablemente para los mexicanos, exitosa. Empresas como Pionner, Asgrow, Cristiani Burcal, Novasem, y por supuesto, Cargill (Monsanto) ofrecen a los productores "paquetes tecnológicos" que incluyen, además de las terminator, fertilizantes y agroquímicos necesarios para su producción; el financiamiento gubernamental otorgado mediante el programa Alianza para el Campo y los recursos de Procampo son la moneda de cambio. Si los campesinos se niegan a comprar el paquete tendrán dificultades al vender su cosecha. Así, el maíz criollo ha sido desplazado por el transgénico, que consumimos, sin saberlo, usted y yo.

Ahora nos hemos enterado -gracias a la denuncia de mi compañero Eric Rubio- que Cargill, una de las múltiples caras de Monsanto, ya controla 40.5 por ciento de la operación portuaria de la terminal granelera del puerto de Veracruz, al tiempo que la empresa mexicana Terminales de Carga Especializada ha cedido sus derechos a la empresa Archer Daniels Midland (Estados Unidos), ocasionando que las grandes productoras, transportadoras, comercializadoras y exportadoras de granos en el mundo posean 87 por ciento del puerto de Veracruz, pues en el breve tiempo que llevan operado ya existen evidencias de presiones a nuestros importadores para obligarlos a comprar los granos a los grandes conglomerados -llamados tanders en la jerga comercial-empresarial-, con la amenaza de negarles la descarga en "su" terminal si importan otro tipo de granos y no los de sus asociados, lo que es ilegal, ya que este recinto es una vía general que debe permitir el acceso a cualquier importador que cumpla con los requerimientos portuarios.

Como vemos, la entrega de las aduanas, puertos y puntos de entrada al país es parte de una gran estrategia de privatización, para que sean las grandes trasnacionales las que decidan qué productos ingresan al país.

 
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