Usted está aquí: miércoles 26 de octubre de 2005 Opinión Lutero y Demetrio Sodi

Carlos Martínez García

Lutero y Demetrio Sodi

Uno es un personaje universal que en la segunda década del siglo XVI sintetizó en su lucha contra el autoritarismo católico romano los intentos de muchos reformadores de siglos anteriores, por ejemplo John Wyclif en el XIV y Jan Hus en el XV, pero que a diferencia del teólogo germano murieron sin ver los alcances de los movimientos que desataron. El otro es un político mexicano cuyo objetivo político más reciente es llegar a gobernar la capital mexicana.

El senador Demetrio Sodi de la Tijera, quien abandonó las filas del Partido de la Revolución Democrática, a las que llegó hace varios años después de haber militado en el PRI, es ahora independiente, no tiene afiliación a partido político alguno, y en este carácter pretende encabezar una coalición partidista que lo lleve a ganar las elecciones del próximo año por la jefatura de Gobierno de la ciudad de México. Para lograr su meta salió del PRD, porque consideró imposible desde las filas de ese partido alcanzar democráticamente la candidatura que pretende, ya que el corporativismo y las mafias perredistas no le iban a permitir alzarse con la victoria.

Sodi de la Tijera ha sido, y es, un crítico frontal de las redes de interés y beneficio corporativo que han tejido pacientemente distintos sectores del perredismo capitalino, redes que mediatizan la participación democrática y privilegian el cumplimiento de compromisos obtenidos a través de dádivas o protección a organizaciones controladas por líderes que garantizan apoyos en movilizaciones y temporadas electorales.

En su crítica a las redes mencionadas, y sobre todo a quienes las impulsan y controlan, ha hecho comparaciones que consideramos fruto de la ignorancia, que sería el mejor de los casos, o resultado de una mentalidad contraria a la diversidad y pluralidad que caracteriza a una sociedad tan compleja como es la compuesta por la ciudad de México.

Por lo menos en dos ocasiones me ha tocado directamente escucharle una expresión que para él es verdad incuestionable. Ha dicho que para él era imposible seguir en el PRD y verse obligado a pactar apoyos a su candidatura con quienes controlan corporativamente en la capital del país a ese partido. Eso sería, según él, como "poner la Iglesia en manos de Lutero". Así se lo dijo en una entrevista radiofónica a Joaquín López-Dóriga, si no mal recuerdo a principios de mayo. Días después lo repitió en una conversación sostenida en el programa televisivo Entre lo público y lo privado. Distintas personas me han comunicado que la frase la ha sacado a relucir en variados lugares y circunstancias.

Es una expresión que tiene larga historia, y que procede del siglo XVI: "la Iglesia en manos de Lutero" es una sentencia de la Contrarreforma católica que buscaba reflejar lo extremadamente nocivo de la gesta del reformador. Ese simple dicho conlleva intensa carga peyorativa, pretende descalificar de entrada al sujeto tenido por la encarnación del mal, a quien se considera un depredador, destructor contumaz y, en suma, encarnación diabólica a la cual es imprescindible desarraigar para el bien de una colectividad.

Es, además, un señalamiento estigmatizador que busca aislar al hereje, manteniéndolo a raya para que no contamine a los incautos e indefensos ciudadanos que necesitan de una institución que por todos los medios, pacíficos y violentos, los defienda del monstruo. Las frases hechas, como la citada, tienen una carga histórica, ideológica y simbólica que un político como Demetrio Sodi simplemente no puede ignorar, dado que se presenta a sí mismo como un personaje de larga trayectoria democrática.

En la ciudad de México existe una muy extensa línea de disidencias de todo tipo. En cuanto a lo religioso está bien documentada la presencia de discípulos de Lutero en el siglo XVI, no obstante el férreo control político eclesial de las autoridades novohispanas. En 1561 el arzobispo de México, Alonso de Montúfar, escribía al rey Felipe II que "la pestilencia luterana" estaba atajada y que su poca presencia en cuanto era detectada se combatía con eficacia.

En el primer auto de fe que tuvo lugar en México, el 28 de febrero de 1574, fueron ahorcados y luego quemados los luteranos Martín Cornu y George Ribley. El cortejo de los herejes salió de la Plaza del Marqués del Valle, situada a un lado de lo que hoy es la Catedral Metropolitana; fue conducido por la calle de San Francisco -actual Francisco I. Madero- y por el costado sur de la Alameda hasta el quemadero del mercado de San Hipólito.

Espacio nos falta para referirnos a los luteranos extranjeros y mexicanos que en nuestra capital dejaron nebulosas improntas de su presencia. La ley de libertad de cultos, promulgada por Benito Juárez el 4 de diciembre de 1860, permitió a los pequeños núcleos de disidentes religiosos capitalinos salir a la luz pública. Desde entonces los "hijos e hijas de Lutero" en la urbe son una presencia tangible y creciente.

Demetrio Sodi tiene que presentar sus disculpas al colectivo luterano mexicano, formado por todos aquellos que, sabiéndolo o no, son continuadores de las ideas del reformador alemán y norman sus ideas religiosas y prácticas que de ellas se derivan en las reivindicaciones centrales que llevaron a Lutero s romper definitivamente con la Iglesia católica en la Dieta de Worms de 1520. Sodi está obligado a reconocer su ofensa; un demócrata lo haría sin remilgos.

 
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