Usted está aquí: jueves 20 de octubre de 2005 Opinión El país, sin política para el agua

Editorial

El país, sin política para el agua

Pasado el primer lustro del siglo XXI, México opera con indolencia, falta de previsión e irresponsabilidad en materia de recursos hídricos, y larva, así, una crisis futura, pero no muy lejana, en la que la escasez del líquido será detonador de conflictos sociales y políticos de dimensiones por ahora imprevisibles, pero sin duda graves y riesgosos para la estabilidad, la gobernabilidad y la capacidad misma de subsistencia de la nación.

En vastas extensiones del territorio nacional se sobrexplotan los acuíferos, se acaba con ríos y lagos, se depositan desechos orgánicos o inorgánicos que acaban filtrándose al subsuelo ­y contaminando las aguas subterráneas­, se desperdicia, se dilapida, se destruye este recurso que no sólo pertenece a la generación actual, sino también a las venideras.

A falta de una visión general del agua como recurso finito, limitado e inapreciable, sin cuya existencia no puede garantizarse el más básico de los derechos humanos ­el derecho a la vida­, el actual gobierno ha permitido y hasta propiciado la pérdida de numerosos recursos hídricos, su contaminación por industrias poco escrupulosas ­trasnacionales o nacionales­ y la privatización de los servicios de potabilización y distribución del líquido. Ha seguido, de esa manera, los ordenamientos de los organismos financieros internacionales y se ha inscrito en la tendencia imperante en América Latina, en la que grandes consorcios extranjeros se hacen con el control de un recurso que es propiedad de todos y de nadie en particular, ya sea para repartirla en redes de cañería o para envasarla y venderla como si se tratara de un producto de compleja elaboración y alto valor agregado.

Hace ya más de una década que diver- sos sectores sociales, académicos y de los medios vienen alertando, en muchos países, sobre los peligros de la escasez del líquido y sus consecuencias para la supervivencia y la convivencia humanas. Las guerras por el agua no pertenecen al dominio de la literatura de anticipación: por mencionar sólo dos ejemplos, el pillaje israelí de tierras cisjordanas tiene como una de sus razones centrales el mantener el control sobre fuentes acuíferas, y en Bolivia hace ya años que se desarrolla, en la región de Cochabamba, un conflicto por la privatización de los servicios de agua potable y su entrega a intereses trasnacionales. Y si en México no se pone un alto a la privatización del recurso y no se logra establecer una política del agua, más temprano que tarde las confrontaciones ­entre comunidades, entre éstas y la autoridad, entre los habitantes y las empresas de potabilización y distribución­ estarán a la orden del día.

La mayor parte de la responsabilidad por el deterioro de los acuíferos corresponde, como se ha dicho, a los tres niveles de gobier- no ­federal, estatal y municipal­ en los cuales a la indolencia se suman las prácticas corruptas. Pero no basta con concebir y desarro- llar una política para el agua; se requiere, en primer lugar, propiciar el surgimiento de la conciencia sobre el recurso, y esa es tarea de toda la sociedad.

 
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