Usted está aquí: jueves 20 de octubre de 2005 Cultura Se apresta Nueva Orleáns a rescribir su historia

Se apresta Nueva Orleáns a rescribir su historia

La ciudad está lista para emerger más viva que nunca, pese a la política criminal de Bush

PABLO ESPINOSA

Ampliar la imagen Procesi�n Nueva Orle� a ritmo de jazz en recuerdo del chef Austin Leslie, quien muri�cientemente tras ser rescatado de las inundaciones ocasionadas por el hurac�Katrina FOTO AP Foto: AP

La historia cultural de Nueva Orleáns está por escribirse. Lo que se ha documentado hasta la fecha tiene que ver con la parte más visible, más gozosa, pero faltan capítulos enteros para lo entrañable.

Entre los cambios radicales que acarreará la devastación de esa capital cultural del mundo por los efectos del huracán Katrina tendrá que venir, de manera natural, también la rescritura de esa ciudad. Su propia rescritura. Cultura mestiza por excelencia, el origen, desarrollo y consolidación del puerto más importante del río Mississippi sufrirá en consecuencia nuevos mestizajes, nuevas formas de relación social, nuevas culturas.

El pensador italiano Claudio Magris trazó en su bellísimo libro titulado Danubio la propia historia cultural de la Mittel Europa. Un vasto sistema de vasos comunicantes impelido por metáforas acuáticas, canoras, literarias, pero sobre todo del pensamiento está en las aguas del río Danubio convertidas en páginas por Magris en una renovación de los géneros, más allá de la crónica de viajes, más allá de las novelas río. Un concepto metafísico, existencial, mítico y realista al mismo tiempo del concepto humano de memoria.

Las metáforas del río como desplazamiento que navega Magris espejean el universo de lo kafkiano. Con genial intuición, según califica Fernando Estrada Gallego, Magris define la utopía como el no olvidar a las víctimas anónimas, a los millones de personas que perecieron a lo largo de los siglos a causa de violencias indecibles y que han sido sepultadas en el olvido, sin registro alguno. El río de la historia arrastra y sumerge esas pequeñas historias individuales, la ola del olvido las borra de la memoria del mundo.

Un procedimiento semejante podría aplicarse al río Mississippi y a las miles de historias individuales anegadas por la política criminal de George W. Bush. A las grandes multitudes desplazadas. A la historia cultural de una ciudad que emergerá más viva que nunca.

Además de ser la cuna de Truman Capote y Anne Rice, la cuna adoptiva de William Faulkner, Walt Whitman y Tennessee Williams, Nueva Orleáns es reconocida como la cuna del jazz.

Nadie pone en duda que el jazz fue parido en el delta del Mississippi. Pero antes del jazz fue parido el blues, brioso semental de la música que mueve al mundo hoy. La historia de trasterramiento, esclavitud, penurias y tristeza devino concepto, blues, tan intraducible y metafísico como el término portugués fado. Ninguno de los dos se limita a la tristeza ni la nostalgia sino a un estado del alma que tiene que ver con el estupor del mundo.

Con la destrucción de Nueva Orleáns muchos se apresuraron a dar por destruida la cuna, a convertir el semental en cementerio, sin tomar en cuenta que el jazz, y su gineceo magnífico, el blues, son músicas que expresan una cultura indestructible, la del renacimiento en cada riff, en cada solo de trompeta, en cada improvisación genial que por su magia hace que el mundo siempre recomience.

En un reportaje extraordinario que publicó La Jornada el pasado 5 de octubre, el corresponsal de este diario, David Brooks, documenta el inicio de la rescritura de la historia cultural de Nueva Orleáns, con su inminente renacimiento. En su reportaje, titulado "Nueva Orleáns renacerá con ecos de jazz", asienta: "la trompeta de un afroestadunidense regala ecos de su ciudad a todas las esquinas del mundo, con una pureza que surge del sufrimiento y del triunfo sobre la desolación; que viene de lo más triste para expresar la felicidad de que uno sigue vivo a pesar de todo, de que al nacer en el olvido se proclama presente, de que ha sido ahogado por la vida, que puede celebrar la muerte sin temor, de que logró desafiar lo imposible casi todos los días: de eso se trata Nueva Orleáns".

Es una ciudad, escribió David Brooks, "que ha padecido muchos avisos de su fin: plagas de fiebre amarilla, incendios y huracanes e inundaciones la han devastado en muchas ocasiones, aunque nada en la escala de Katrina. Pero es una ciudad querida por sus hijos, y algunos cálculos sugieren que más de 80 por ciento de la población actual nació ahí: es la urbe estadunidense con mayor número de residentes que nacieron dentro de sus límites.

"A la vez, es uno de los más pobres: más de la cuarta parte de sus 500 mil habitantes viven en la pobreza, la mayoría negros, y un grupo pequeño, casi todos blancos, concentra la riqueza... A pesar de todo, es una ciudad que desde sus inicios ha atraído visitantes: en fechas recientes más de un millón cada año. A bailar, a comer, a enamorarse, a desvestirse, a escaparse del resto del país y contagiarse de su aroma de vida y su historia viva.

''Y es lo que mantiene el optimismo ante esa ciudad destruida... Se escuchan, si uno se pone atento, los ecos de una trompeta."

Son esos hijos de la ciudad quienes encarnan las miles de historias individuales olvidadas que ahora renacerán. Si tomamos en cuenta que lo que hoy el mundo conoce como jazz es en una buena parte cultura y en otra un vulgar negocio, pues la industria de la música ha absorbido rebeldías para convertirlas en divisas, la historia cultural de Nueva Orleáns no sólo está por escribirse, sino por renacer.

Un ejemplo muy notorio es el episodio, en los primeros días de la catástrofe, de la desaparición entre las aguas y las ruinas de una leyenda, el pianista y compositor Fats Domino, quien fue dado por muerto y rescatado con vida unos días después, sano y salvo a sus 77 años de acuerdo con una fotografía que le dio la vuelta al mundo, en la que era ayudado por dos rescatistas a salir de un bote.

Esa imagen llena de dramatismo funge a manera de metáfora del renacimiento por venir.

Extraviado, confundido entre los miles de damnificados, reducido a su condición de anónimo, de uno entre miles, de una entre miles de historias individuales, Fats Domino encarna la pervivencia de una cultura a toda prueba.

Legado de generación en generación

No debe olvidarse que el jazz es originalmente una música popular, y que todas las músicas populares del mundo, acotaría Don Perogrullo, están hechas por el pueblo, por héroes anónimos.

La cultura del jazz no es entonces necesariamente la imagen mercadotécnica que maneja la industria discográfica y la de entretenimiento. No es tampoco el atractivo turístico del viejo dixieland y el gospel y los paseos por las calles y en los barcos a propela.

La cultura popular del jazz, del blues, se transmite eminentemente de generación en generación, en una oralidad que toma forma de trompeta, guitarra de palo, saxofón o lavadero doméstico. Es el llanto de una armónica que aúlla en la noche oscura y cuyo canto es repetido por padres e hijos y nietos y generaciones y generaciones.

Esa historia personal, esa historia social, esa historia cultural de Nueva Orleáns rebota en cada esquina, en cada rincón del mundo.

Anuncia como heraldo brillantísimo su propia rescritura.

 
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