Todo nuestro dinero está en TV ¿Por qué se anuncia un gobierno en la televisión? ¿Se trata, sabiendo más o menos lo que cuesta hacer propaganda en ese medio, de un magnífico favor a los potentados dueños de las televisoras –a sus prestanombres– para que sean a su vez obsequiosos con el gobernante en turno o, yendo más allá, para que el medio lo trate con dedos de algodón una vez terminado el mandato? Esta columna, que gustosa se entrega a los más afiebrados vericuetos del sospechosismo, especula con vicioso manoseo esa tradicional manera de evitar que después del sexenio en cuestión la televisión dé seguimiento y cobertura reporteril a temas que resultan comprometedores para el tlatoani sexenal, tal que podría ser dentro de uno o dos años cómo andan las finanzas de san Cristóbal (el hermano, no el rancho), o qué pasó por fin con los hijos de Martita y sus espumosas fortunas, o con Martita misma y su glotona asociación... Sería bueno, muy bueno saber a quién que no sean las empresas y los publicistas involucrados en su producción, a quién que no sea el achichincle de la presidencia que peina y maquilla a Vicente Fox, a quién que no sea empleado o dueño de una de esas empresas televisoras, a quién del verdadero pópulo, si a usted o a mí, o a ese que va caminando enfrente o a la señora de la tortillería nos importa lo que balan los anuncios de televisión del gobierno federal, particularmente los de la –inexistente en los hechos cuando se trata de algo más que cortar un listoncillo inaugural, decir una rotunda estupidez o proclamar a los cuatros hertzianos vientos, precisamente, una mentira pedestre– Presidencia de la República. Tomemos por ejemplo la pauta de anuncios de la Presidencia desde el cuatro de agosto hasta el diez de octubre. Estamos hablando de quince spots propagandísticos (que ciertamente en este gobierno lo propagandístico y lo publicitario diluyen confines, hermanándose en ósmosis perversa): uno acerca del mes de la patria; seis previos al y cuatro sobre el quinto pero invisible informe de gobierno, y cuatro más, posteriores a la misma entelequia. Tomemos ahora los canales abiertos del dipolo nacional televisivo, Dos, Cuatro, Cinco y el regionalizado Univisión, éstos de Televisa, y Siete y Trece de TV Azteca. Seis canales. De manera un tanto apanicada y por tanto conservadora en cálculos asignemos un promedio de solamente tres transmisiones de cada anuncio a cada canal por día –cosa de risa, porque los tres anuncios se los sopla uno en los diez primeros minutos de esa preclara muestra de inteligencia colectiva que es Vida TV el Show, pero vale para que no digan que esto es puro amarillismo–, de modo que tenemos la friolera diaria de al menos dieciocho anuncios diarios... de un solo tipo de anuncio. Ahora multipliquemos esto por los quince spots, aunque aquí los apologistas de la lógica mediática gubernamental argüirán que no se transmiten todos a diario tres veces –cosa que podríamos ponernos a monitorear puntillosamente, para callarles la trompa, pero vale de nuevo–, así que pongamos que al menos de esos quince se transmiten solamente dos en tandas de tres emisiones diarias. Tenemos entonces treinta y seis anuncios diarios. Esto sin contar los de otras dependencias igualmente inútiles, como Sagarpa o la Judicatura, ni los anuncios de televisión cerrada, ni los de canales vinculados al gobierno, como las televisiones de los gobiernos estatales o el 22, de Conaculta, o el Once del Instituto Politécnico Nacional, o sea que del iceberg la puntita nada más. Ahora vayámonos de espaldas al unísono: cada anuncito –tiempo aire, no la producción per se– nos cuesta la nadería de entre cien y cuatrocientos mil pesos, dependiendo del horario, el canal, y el humor del yupi hijo de su apátrida que está de plácemes cobrando su porcentaje de comisión. O sea, entre tres millones seiscientos mil y ¡catorce millones cuatrocientos mil pesos...! ¡Diarios! Y no se ponga a hacer mórbidos jugueteos aritméticos porque guarismos de estos, como dijo un poeta, luego arpan y tarazan. ¿A usted, ciudadano, teórico, incauto empleador de nuestros gobernantes, le pidieron chance sus empleados de gastarse ese mundo de dinero en anuncitos de mucha gomina en la calva, mucho libro intocado allá atrás en el escenario, mucha corbata italiana en lugar de invertirlo en escuelas, bibliotecas, carreteras, hospitales, subsidios campesinos, educación primaria para las policías? Entonces... ¿quién les dio
permiso?
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