Usted está aquí: jueves 13 de octubre de 2005 Opinión Todos contra todos

Octavio Rodríguez Araujo

Todos contra todos

Todos contra todos, parece ser la forma de hacer política en la actualidad. Podría decirse que así ha sido siempre y que lo mismo ocurre en otros países. Sí y no. En otros países todos compiten entre sí para ocupar un cargo, particularmente el del responsable del gobierno, sea un primer ministro sea un presidente, pero en general las competencias no se ven empañadas por escándalos de corrupción como fórmulas principales de descalificación del contrario. En México sí, y cada uno de los precandidatos es observado con lupa, para no decir con microscopio. Ahora se cuestiona hasta quién paga la gasolina del vehículo usado por los precandidatos para recorrer el país. Es, para decirlo en términos del editorial de La Jornada (11/10/05), "un estilo particular y abominable de hacer política".

La supuesta transparencia, juguetito nuevo en México, es usada y abusada para encontrar el pelo en la sopa del contrario, mientras que los proyectos de país que esgrime cada uno de los precandidatos son ignorados por todos, cuando no cuestionados por quien los dice en lugar de hacerlo por su contenido. Además, no faltan las almas caritativas que filtran informaciones, datos, hechos y posibles ilícitos a los medios en lugar de hacerlo ante el Ministerio Público para que éste investigue y actúe en consecuencia. La intención es clara: los medios dan sentido político a las denuncias, y con éstas se desata la especulación popular que la mayoría de las veces conduce a dudas y con éstas al descrédito del apenas sospechoso. Los medios sustituyen al encargado de investigar y el resultado es precisamente el esperado por quien filtra la información: quemar al contrincante, sea quien sea, pues cada uno de éstos tiene sus respectivos enemigos (que no adversarios como quieren hacer creer).

Varios de los precandidatos, por otro lado, tienen lo suyo, es decir, cola que les pisen; unos más que otros, y cuando no la tienen se la inventan por la vía, primero, de sus colaboradores corruptos y luego de terrenos de dudosa legalidad. Lo que importa es evitar que sean candidatos, es decir, que compitan con equidad y de acuerdo con lo que marcan las normas y las disposiciones del órgano electoral (también cuestionado, ¡sólo faltaba!).

La culpa de este fenómeno, que a muchos observadores extranjeros debe parecer parte del folclor mexicano, la tienen Vicente Fox y su señora esposa al haber adelantado la sucesión presidencial y al abrir la puerta para campañas electorales que no lo son (pero sí son) porque caen en el cajón de las precampañas y éstas no están contempladas en la ley. ¡Qué diferente sería si las campañas comenzaran a partir del registro de candidatos en 2006! Pero no, estrictamente hablando comenzaron en 2004 y no hay forma legal para regularlas, salvo mediante ese juguetito nuevo que se llama transparencia, usado y abusado por las "buenas" intenciones de quienes aportan expedientes y datos en contra de los enemigos de sus amigos.

Si el presidente Fox no hubiera promovido la candidatura de Marta Sahagún o si al menos la hubiera frenado desde el principio, las precampañas no se habrían iniciado con tanta anticipación. Si desde la Presidencia no se hubiera lanzado la campaña contra López Obrador, primero con videos y luego con El Encino (que todavía está latente), el jefe de Gobierno del Distrito Federal no se hubiera visto obligado a adelantar su campaña llamada precampaña. Pero las cosas ocurrieron así, y el hubiera no puede componerse.

No es que sean reprobables en sí mismas las precampañas (Cuauhtémoc Cárdenas inició la suya desde 1987 para las elecciones de 1988, Fox hizo lo mismo para los comicios de 2000), sino que éstas han provocado enconos y agresiones antes no vistas, con lo que la política lejos de ser una de las más nobles actividades humanas se ha convertido en asunto de policías y ladrones enrareciendo desde ahora el ambiente electoral que debiera consistir en la exposición de principios y programas de partidos y candidatos, y luego en el conteo de los votos.

Es tan grave y generalizado lo que está ocurriendo que incluso la otra campaña se inició con improperios y descalificaciones a los precandidatos, cuando debió ser un modelo de sensatez y de reivindicación de la política en su sentido original y más antiguo. Haber comenzado con "ellos son los malos y nosotros los buenos" no es muy distinto de lo que están haciendo -más que los partidos- los precandidatos y sus voceros en relación con sus contrincantes. Ahora es "todos contra todos" como si no supiéramos que al final alguien nos va a gobernar, a pesar de lo que ahora se diga de todos y de cada uno de los precandidatos y de las confusiones que este fenómeno engendra especialmente entre los menos enterados.

PD: Una corrección en atención a mis lectores: en mi artículo del jueves pasado ("Las otras campañas") cometí un error: por la forma de la redacción parece que hago sinónimos el sistema-mundo de Wallerstein y la economía-mundo de Braudel, y no son equivalentes.

 
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