Usted está aquí: jueves 13 de octubre de 2005 Opinión Falta previsión

Adolfo Sánchez Rebolledo

Falta previsión

No se necesita demasiada perspicacia para advertir los riesgos de nuestra situación nacional. Por un lado, vivimos las consecuencias trágicas de los fenómenos naturales, cada vez más graves, si cabe. Y, por otro, nuestros políticos no acaban de dar el salto que en teoría reclama el juego democrático. En unos días han vuelto la incertidumbre, el temor y la desconfianza.

Una vez más hemos constatado la nula eficacia de las tareas de previsión para adelantarse a las catástrofes y auxiliar a la gente que habita zonas de riesgo antes de que ocurra lo peor, sobre todo en aquellas donde ya se han sufrido con anterioridad esas desgracias. La solidaridad, el apoyo institucional, el esfuerzo desinteresado de muchos, la ayuda extranjera son invaluables, pero algo muy importante ocurre cuando un año y otro se reviven las mismas escenas de dolor y muerte, de comunidades aisladas y ríos desbordados sobre cultivos perdidos para siempre, y la reconstrucción se limita a dejar, si eso fuera factible, las cosas como estaban.

Quienes se dedican al estudio de estos fenómenos reconocen que la magnitud del desastre en vidas y propiedades está estrechamente vinculado a los cambios ya producidos en el medio ambiente, en virtud de la destrucción sistemática de los bosques, la alteración de ríos y selvas y, sobre todo, en un patrón de asentamientos humanos sin control en lugares poco propicios y potencialmente peligrosos. Poblamos cauces y pendientes deforestadas, terrenos arrebatados a los manglares y a los lagos, en fin, la necesidad de sobrevivencia lleva a las comunidades humanas más desvalidas a vivir donde se pueda y como se pueda, aunque la naturaleza termine pasando las facturas a quienes menos tienen, pues lo pierden todo.

Qué bueno que el Estado mexicano tiene acumulada una vasta experiencia en estos temas, pues eso le permite atender a incontables damnificados con notable eficacia, salvando numerosas vidas. El Plan DN-III del Ejército es la tabla de salvación a la que se aferran en situaciones de desgracia pueblos enteros, y la solidaridad de la sociedad civil fluye generosamente en cuanto se solicita. Y, sin embargo, insisto, ¿no sería posible empeñar un esfuerzo semejante para prevenir y fortalecer la cultura de la protección civil, evitar los asentamientos en sitios peligrosos y, sobre todo, recuperar hasta donde sea viable el entorno natural?

Mucho me temo que por ahora la respuesta es negativa. La dispersión de la gente hacia los terrenos de mayor riesgo se relaciona con las condiciones de vida que el funcionamiento del sistema impone a una sociedad desigual y polarizada. Desplazamientos forzosos, urbanizaciones irregulares, compra-venta ilícita de predios no autorizados, ausencia de todo plan de desarrollo urbano y rural, hacinamiento y pobreza, mucha pobreza están en el fondo de lo que, al parecer, son meras catástrofes naturales. Las familias que viven allí no tienen, literalmente, otro lugar donde vivir y por eso se aferran a él.

La reconstrucción de las regiones destrozadas por los huracanes no debería limitarse a la muy necesaria habilitación de puentes y carreteras: es preciso asumir en serio la responsabilidad de toda la sociedad en la reubicación segura de los hoy damnificados, lo cual significaría darles vivienda digna y servicios suficientes en terrenos a salvo, es decir, emprender un vasto proceso de reordenamiento urbano y rural sin especuladores del suelo o traficantes de las necesidades de la gente. Los grandes desastres parten de la furia de la naturaleza, por así decir, pero generalmente tienen efectos sociales impredecibles, pues hacen ver como en una radiografía la estructura injusta del orden establecido, la brutal desigualdad entre unos y otros y, sobre todo, ponen de relieve las fallas enormes de los gobernantes para servir a sus propias comunidades. Las reacciones populares que suelen manifestarse tras los terremotos y huracanes las impulsa a esa toma de conciencia colectiva que el establishment suele despreciar.

Tal vez los jefes de los clanes políticos, tan ocupados con su presente, estén tranquilos. Pero hay riesgos. La pugna en el PRI puede contaminar la competencia y nada bueno augura. El país desigual revienta por las costuras más débiles.

 
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