Usted está aquí: jueves 13 de octubre de 2005 Opinión ¿La sociedad civil conduciendo al pueblo?

Sergio Zermeño

¿La sociedad civil conduciendo al pueblo?

Si alguien llegara a nuestro planeta desde una galaxia lejana y tuviera que describir nuestras vidas y colectividades sin los conceptos que aquí manejamos, lo que más llamaría su atención, sin duda, sería la gran cantidad de gente que vive con casi nada y el pequeño grupo que concentra el poder, la riqueza, la ciencia, la técnica, el arte y el prestigio. Se preguntaría cómo es que habiendo seres tan inteligentes, capaces de colocar cohetes en el espacio, sustituir órganos dañados en el cuerpo, acumular, manejar y difundir masas de información e imágenes... esos seres superdotados no hayan resuelto el problema de la desigualdad en la distribución de los bienes y en consecuencia vivan, cada día de su vida, en la angustia, la violencia y el sufrimiento.

Si ese mismo ente visitara nuestro país, quedaría asombrado al constatar cómo, en las dos últimas semanas, un núcleo muy selecto de los personajes más poderosos, ricos y prestigiosos se han reunido varias veces en espacios lujosísimos para prometerse permanecer unidos contra cualquier alteración radical del estado de cosas.

Primero en un Polyforum, ágora pintada por un famoso intelectual consentido de los poderes soviéticos. Ahí, el hijo de un querido ex presidente al lado de un elegantísimo tribuno, famoso en Naciones Unidas y en la Unión Europea, distinguidos representantes de las falanges laborales e importantes intelectuales, autonombrándose representantes de la sociedad civil, es decir, de más de 99 por ciento de sus compatriotas, en su mayoría sin voz ni recursos, rematan el acto bautizándolo: Coalición Ciudadana Nacional para la Transición Democrática con Justicia y Equidad (¿pero qué no han sido casi todos gobernadores, senadores, diputados, embajadores?, se preguntaría nuestro personaje). Terminada la ceremonia, unos salen apresuradamente a un nuevo acto en la capital española, mientras los magnates laboral-corporativos ordenan a sus choferes dirigirse al mismísimo Palacio de Bellas Artes.

Ahí se reúne nuevamente lo más selecto de los integrados para celebrar a México, para seguir prometiéndose unidad, para empoderarse unos a otros brazo con brazo. Los anfitriones son la esposa del Presidente (el Presidente también) y el dueño de la mayor cantidad de telepantallas instaladas en los hogares (el acto asegura la mitad de los 13 mil millones de pesos que se derrocharán en los próximos meses en las festividades de la sucesión). Los cantos y los bailables son rematados por un discurso, pero el afamado pintor elegido para el acto rompe en llanto, no puede más con su conciencia. El extraterraqueo se pregunta por qué está ahí también el antiguo alcalde, el que ha prometido repartir las riquezas y ha propuesto su propia Alianza para Salvar a México, a sólo dos bancadas de quien entregó este país a los americanos. Alguien lo tranquiliza: entre las palabras y las obras hay gran distancia, en eso consiste la magia... y en que el 10 por ciento del más arriba aspira a ocupar el lugar de esta elite, mientras el 20 por ciento menos jodido sólo aspira a conservar lo poco que tiene. Cómo, si no, se mantendría a la masa en la precariedad y en la incultura.

¡A los carruajes de nuevo! Ahora todos toman por el rumbo de la suntuosa Reforma. Aprovechando un viaje por el extranjero del Presidente, quien ya hace deslucir muchísimo los actos, el hombre más rico de México da una fiesta para 300 invitados nada menos que en el castillo de Chapultepec, bastión de una monarquía que no pocos añoran en esa corte. Asisten en esta ocasión, al lado de los acaudalados dueños de las más prestigiosas revistas, y los capos laborales, los banqueros y los empresarios más ricos. Toca a un premio Nobel el turno, y con mucho mayor arrojo que el pintor lee de un golpe sus 12 cuartillas diciendo que los políticos deben dejar de robar y de pelearse, dedicarse a trabajar para que el país crezca nuevamente y para que, con el éxito así logrado en las empresas, se vean beneficiados también los trabajadores y todos los mexicanos. Como no fueron invitados los partidos ni los políticos en activo, a este Pacto de Chapultepec se le bautiza también como el Pacto de la Sociedad Civil (nuestro incauto personaje está a punto de perder la razón).

Sólo allá, muy lejos, en el sur y muy enreumada por el clima, se levanta la voz de los indios zapatistas que dicen que si de veras los adscritos anteriormente son parte de la Señora Sociedad Civil, que entonces no, que ellos no forman parte de lo mismo, que ellos prefieren llamarse El Pueblo.

 
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