Usted está aquí: martes 11 de octubre de 2005 Opinión Curadurías a debate

Teresa del Conde/ I

Curadurías a debate

El solo hecho que el director del museo Carrillo Gi, y su equipo abran a debate sus curadurías recientes merece elogio, cuantimás que las dos mesas de participantes en la discusión que tuvo lugar el sábado pasado estuvieron integradas por personas de opiniones si no contradictorias, sí contrapuestas.

La invitación tuvo por objeto discutir la viabilidad de la pintura hoy día, un tema que ha afligido en demasía a varias generaciones, aunque quizá olvidamos con frecuencia que el primer epitafio a la pintura fue emitido por el pintor Paul Delaroche (hijo, por cierto, de un galerista parisino exitoso) poco antes de que mediara el siglo XIX. ¿Qué puede añadirse a esto?, ¿que así como hay un arte ''después del fin del arte" como ha teorizado Arthur Danto, hay también una pintura después de la muerte de la pintura?

Lo que sí ocurre es que las narrativas exclusivas en torno de la pintura dejaron de serlo. No otra cosa, porque quienes quieren pintar y tienen las armas para hacerlo, siguen y seguirán pintando, cosa que no necesita demostración.

Las dos exposiciones que se propusieron como eje de la discusión son Voraz fuego ebrio, comentada en este espacio del 9 de agosto, y Deshuesadero, inaugurada el 21 de septiembre, si no como contrapartida a la primera, sí como complemento, cosa que muestra una vez más la consabida máxima de que no hay ya división entre producto artístico y objeto que puede funcionar como tal, de acuerdo con las intenciones de los intermediarios, que son principalmente los curadores.

Esta segunda muestra se encuentra integrada a partir de una sección de la colección de ''Thrift Storepaintings", o sea de pinturas de bajísimo precio reunidas por el estadunidense Jim Show, quien vendió con ganancia el grueso de su colección. Al ir reuniendo otra, tuvo la generosidad de prestarla al museo Carrillo Gil y a partir de ese núcleo fueron adhiriéndose productos similares, a veces procedentes de anticuarios como Rodrigo Rivero Lake, otras de coleccionistas (incluyendo a un crítico de arte profesor de La Esmeralda) que se han pronunciado por reunirlos.

En este caso los coleccionistas son sus propios curadores que se muestran capaces de dar un cierto sentido a sus objetos. Estos pueden ser curiosos, kitsch, romanticoides, graciosos, grotescos, realizados por aficionados. Por parte de sus poseedores se trata de una apropiación que muestra más que nada un cariz simbólico al dar su lugar al anónimo, aunque no siempre estas piezas son anónimas, algunas se encuentran firmadas y hasta puede ser que entre ellas exista un Carlos Orozco Romero o una falsificación de cierto retrato realizado por ese maestro.

No es que todos estos productos carezcan de intenciones pictóricas, porque el deseo de pintar es patente en varias de ellas. Se exhiben por rubros: el paisaje, los desnudos, los ''surrealismos naturales", los bodegones, etcétera.

¿Es una irreverencia que productos considerados por sus propietarios como second hand se exhiban en un museo que contiene uno de los mejores acervos de esta ciudad? Es una irreverencia, pero las artes de hoy día en un sinnúmero de circunstancias se caracterizan por ser irreverentes, y por mostrar un cierto estado de cosas bajo el eje que en sicoanálisis se denomina ''denegación".

No alcanzan aquella categoría de antiarte que tuvieron, por ejemplo, varios de los héroes conceptualistas del siglo XX, como Piero Manzoni e Yves Klein, entre otros. En Deshuesadero no hay manifiestos al estilo Duchamp o Beuys, pero el conjunto, como lo concibieron los curadores, es un ejemplo más de la in-esencialidad del producto que llamamos artístico, aunque ya no se trate de dirimir qué es arte y qué no lo es, cosa que al parecer sigue inquietando a varios de los numerosísimos asistentes al debate.

Carlos Ashida, el director del museo, casi se vio sometido a juicio, mas fue claro en sus expresiones. Su trabajo curatorial, dijo, ''se define a partir de una negación" y hasta donde entendí tal negación no equivale a la negación de la pintura sino a la idea de que ''la pintura, por sí misma (la pintura-pintura, según expresión de Sol Henaro) es tema curatorial, pero de pocas posibilidades de trabajar a profundidad". Según su sentir, la visceralidad, no necesariamente bajo términos racionales, encuentra en los trabajos de esta índole, un hilo conductor de emocionalidad, pues ni los propios artistas integrados a la primera de las dos muestras, ''podían detectar las claves necesarias para descifrar sus propias obras".

Es decir, hay expresiones que van más por el lado de la intuición que del razonamiento o la pericia. Bueno y santo que así sea, pero ahora habría que proponer la contrapartida a tal intuicionismo que no es desde luego de raíz bergsoniana.

 
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