Usted está aquí: lunes 10 de octubre de 2005 Política Luces, sombras y oscuridad

Rolando Cordera Campos

Luces, sombras y oscuridad

Luces: la semana nos trajo de Madrid señales de aliento envueltas en lo mejor de nuestra memoria moderna. En la Universidad Complutense, con la presencia de la señora Amalia Solórzano viuda de Cárdenas, de su hijo Cuauhtémoc Sólorzano y dos de sus nietos, se rindió homenaje al presidente Lázaro Cárdenas del Río, a la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional y El Colegio de México, y todos pudimos recordar cómo en los años 30 del siglo XX las armas de la diplomacia mexicana se cubrieron de gloria.

Recordar a Lázaro Cárdenas es proyectar sobre el presente mexicano algo más que una nostalgia o un entusiasmo pasajero. Es, sobre todo, tratar de recuperar la imaginación política que iluminó aquel tiempo y le dio a la gesta cardenista lustre imperecedero.

Humanismo y oportunidad histórica, se dijo en Madrid, simple congruencia ética y política, se añadió. Valor y compromiso, patriotismo del bueno, abierto al mundo y a lo mejor de entonces, rescate y valoración de la energía popular mediante la redistribución de la riqueza y de su nacionalización, son algunas coordenadas de esa historia que debería ser siempre nuestra, pero que desde el poder del Estado, antes y ahora, se han empeñado en borrar, si no es que de enturbiar, con los peores adjetivos a la mano:

populismo en vez de popular, folclorismo en vez de nacionalismo inscrito en las corrientes del progreso mundial, corporativismo en vez de organización popular y proletaria.

Lázaro Cárdenas vive cuando se pasa la vista a la valerosa misión diplomática de Luis I. Rodríguez, cuidadosamente editada por El Colegio de México, o cuando se lee lo que don Adolfo Sánchez Vázquez dijo en Madrid:

"Todo lo que soy se lo debo a México y, como español, tengo una deuda impagable con su pueblo, particularmente con el presidente Lázaro Cárdenas, quien tuvo con los exiliados una gesta inolvidable y entrañable" (El País, 04/10/05).

* * *

Sombras: el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz Martínez, preguntó por los destinos del excedente financiero producto de los altos precios del petróleo.

Dijo que parte de esos recursos se había destinado al gasto corriente, y luego puso en cuestión el tamaño y los usos de las reservas internacionales de México.

En dos entradas, Ortiz Martínez puso el dedo en una de las llagas más profundas del presente mexicano, que prácticamente, sin remedio, se volverá futuro inmediato.

No sólo nos comemos la gallina de los huevos de oro, sino todos sus frutos. Gastar el petróleo en fines del diario, en vez de invertirlo en infraestructura física y humana, y en el petróleo mismo, es la muestra más grotesca de una enfermedad mexicana que supera el hit parade de las enfermedades causadas por la abundancia de recursos naturales.

La célebre dolencia "holandesa" que sumió al país de Rembrandt en la indolencia por años, resultado de su riqueza en gas natural, adquiere entre nosotros síntomas crónicos y, de seguir como vamos, terminales.

No hay Estado que aguante tanto desperdicio, ni un dogmatismo tan cerril como el que este gobierno encabezado por el presidente económico asentado en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. De la prudencia se pasa a la insolencia, y el cruce de mandobles mediáticos entre el titular de la casa de Limantour y el habitante del palacio de Cinco de Mayo debería ponernos a todos en estado de alerta.

Con las reservas no se juega, menos cuando flaquean, como es el caso de la petrolera; o cuando aparecen como ofrenda a la avidez especulativa internacional, como ocurre siempre con la monetaria.

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Oscuridad: todo Chiapas es México otra vez, y los daños y víctimas no sólo hablan de inepcia oficial y descuido recurrente de una sociedad civil sin rumbo ni reposo. También nos apuntan a vulnerabilidades básicas, profundas, que rebasan el descuido en los usos del suelo y se instalan en las formas de organizar los asentamientos humanos, de proveerlos y cuidarlos por parte del Estado, así como de lidiar con una naturaleza que todavía nos maravilla, pero que de vez en vez nos pasa el costo cruel de los olvidos y desprecios del entorno.

El panorama político y mental se cubrió de vergüenza hace unos días, cuando al calor de la encanijada pugna en el Instituto Mexicano del Seguro Social se desató el antisemitismo contra el ex director del organismo Santiago Levy. No hay pretextos ni reclamo distributivo ni enjundia proletaria que pueda justificar lo inadmisible.

Por ahí no vamos sino al barranco y los sindicalistas tienen que saberlo y, si no lo saben, aprenderlo rápido. Se quiso encarar torpemente el litigio del IMSS acusando de privilegiados a sus trabajadores. Pero el cargo vino desde arriba de la cúpula del privilegio y la discusión racional se volvió pura ideología. Lo que importa, que es una seguridad social digna y para todos pasó a reserva y el conflicto se deslizó a los sótanos.

Desde ahí viene este baldón que ha caído sobre los trabajadores y sus aliados. Desde luego debe desagraviarse a Santiago Levy, pero sobre todo los sindicalistas progresistas tienen que dejar claro -ante todos- que en sus filas no caben el racismo ni la discriminación, mucho menos la persecución antisemita.

Las filas del trabajo organizado que busca un lugar de vanguardia en el México democrático de hoy se mancharon esta semana. Hay que limpiarlas ya, sin demora ni pretextos vanos.

 
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