Usted está aquí: lunes 10 de octubre de 2005 Opinión ''Sí, sacamos al judío''

León Bendesky

''Sí, sacamos al judío''

La insidiosa frase pintarrajeada por miembros del sindicato de trabajadores del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en la fachada del edificio de las oficinas centrales en la avenida Reforma de la ciudad de México que dice: "Sí, sacamos al judío", y que alude al ex director Santiago Levy, con quien mantenían un agudo conflicto laboral, no es un hecho aislado en el actual ambiente político del país.

Esta acción de los sindicalistas del IMSS es perversa y torpe, y representa los prejuicios atávicos propios de las fuerzas más retrógradas de la sociedad, impropias de un sindicalismo moderno y lúcido, capaz de representar los intereses de sus agremiados, pero también los más generales, como quieren hacer creer sus miembros y su líder, el diputado del Revolucionario Institucional,Roberto Galina.

Esta imprecación en contra del ex director no tiene nada que ver con la disputa sobre el contrato colectivo o con las repercusiones de la reforma a la ley del IMSS aprobada por el Congreso. Es llanamente un exabrupto de mala fe, una provocación gratuita e innecesaria que sólo exhibe a los que la hicieron, escondidos por supuesto en la comodidad del anonimato, y de la que debía deslindarse de modo explícito el sindicato, su líder y el partido al que pertenece y representa.

Este hecho es una muestra de intolerancia que con muy diversas expresiones sigue siendo un rasgo de esta sociedad. Y no es un asunto aislado del entorno político, que se caracteriza por la vieja y todavía muy usual y activa práctica de adaptar las posiciones políticas a un modo propio de la rentabilidad mercantil y no de la utilidad social; es decir, hacer de la política un ejercicio de acomodo a los negocios del momento. Se trata del quehacer político que se vuelve un asunto de ocasión, pues significa apropiarse de posiciones que son verdaderas plataformas de poder y de ganancia.

Así se advierte en muchos casos. Véase, por ejemplo, la actual iniciativa que promueve el senador Fauzi Hamdan, del Partido Acción Nacional, para que se apruebe la entrada del gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz Martínez, a la junta de gobierno del Instituto de Protección al Ahorro Bancario (IPAB). Pero fue el mismo Hamdan, cuando era diputado de ese mismo partido, el que diseñó la ley del IPAB que descalificaba, prácticamente con nombre y apellido, a Ortiz Martínez para ocupar ese puesto por su supuesta responsabilidad en la crisis bancaria de 1995. El senador Hamdan puede tener amnesia o fingir para acomodarse ahora a los negocios de oportunidad, aunque los demás sí tienen memoria.

Todo por el poder, así se advierte en el constante paso de los políticos de un partido a otro en un juego de principios, que es, por decir lo menos, generalmente muy dudoso. Así se desprende también de la lucha dentro de los partidos políticos en esta etapa de preparación para las elecciones de 2006. El poder ante todo es el mensaje directo que se transmite a una sociedad pasmada ante la gran pobreza intelectual que prevalece, la estrechez de los contenidos, las personalidades apocadas y la falta de imaginación y de una visión alentadora de lo que debe ser este país.

La ideología es un elemento necesario de la lucha política. Esta suele en ocasiones llevarse al extremo y provoca fuertes conflictos, pero en México hoy tiende a confundirse con un oportunismo pedestre. Las posiciones políticas que se defienden provocan más confrontación que acuerdos, más polaridad que convergencia y, así, el entorno social se degrada.

El discurso que proviene del gobierno o de los políticos de la oposición, incluso hoy en el mismo PAN, está alejado de la gente que no se identifica con lo que se dice. Esto no se puede remediar con planteamientos de carácter tan general que no consiguen remontar la incredulidad y la creciente incertidumbre. La política en México tiene en este sentido enorme resistencia al cambio verdadero, pues se sigue ganando con el ejercicio patrimonial que se hace de ella.

Ese es el entorno que sigue desmoronando la débil estructura social, la que alienta el oportunismo en la política y la economía, la que fomenta la delincuencia y la inseguridad, la que permite que quepan las muestras de intolerancia que sirven para pescar en río revuelto.

La vitalidad de una nación no se desprende de su prosperidad económica, que está ausente desde hace mucho tiempo en México y a lo que se limita, sin éxito, el horizonte muy corto que tienen quienes gobiernan. Ese vigor nacional se asocia en cambio y necesariamente con la capacidad de crear nuevos moldes e ideas generales que contribuyan con la construcción de un verdadero bienestar y, aun más, con la civilización a la que pertenece. En este sentido debemos reconocer que estamos muy atrasados y la situación actual no genera un aliento capaz de renovar esa capacidad creativa.

 
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