Usted está aquí: jueves 6 de octubre de 2005 Opinión Las otras campañas

Octavio Rodríguez Araujo

Las otras campañas

Es lugar común referirse en la actualidad a la sociedad civil como "la esfera de las relaciones entre individuos, entre grupos y entre clases sociales que se desarrollan fuera de las relaciones de poder que caracterizan a las instituciones estatales" (Norberto Bobbio). La cuestión es que las relaciones de poder no sólo caracterizan a las instituciones estatales, sino a toda relación entre jerarquías y quienes no forman parte de éstas, dentro o fuera del Estado. Cuando alguien da órdenes, directas, indirectas o disfrazadas, y estas órdenes se cumplen, se establece una relación de poder sobre los demás. El simple hecho de decir "síganme" es una relación de poder (y también de dominio); y aunque no se diga, pero ocurra en la práctica, también se presenta esta relación.

Las relaciones de poder se dan en el ámbito de lo social, es decir en la política, en la economía y en la cultura, y todas éstas son formas de expresión de lo social, pues son realizadas por individuos o grupos que forman parte de la sociedad. El Estado mismo es una relación social, y no una entidad impuesta desde el exterior de la sociedad, mucho menos ahora en que todos los países forman parte de lo que se ha dado en llamar el "sistema mundo" (Wallerstein) y la "economía-mundo" (Braudel).

De lo anterior propongo, a contracorriente, asumir que el concepto de sociedad civil no debe separarse de las relaciones de poder en y fuera de la esfera estatal. Quienes pertenecen a esta última, como principal definición de su actividad, tienen, como cualquier otro ciudadano, intereses particulares, para ellos o para sus parientes, amigos o socios. Los ejemplos sobran y todo mundo los conoce. Cuando alguien pasa de la vida privada a la pública no se convierte en extraterrestre; sigue siendo miembro de la societas civiles, quizá con más poder que otros, pero sin perder su carácter ciudadano ni de miembro de la sociedad, salvo en las monarquías preconstitucionales en progresiva extinción. La separación de lo social de lo político es tan artificial como cuando se separaba la sociedad civil de la religiosa. Fueron convenciones desde hace tiempo cuestionadas, y ahora más que antes.

En esta lógica los partidos políticos, los sindicatos, las asociaciones campesinas o de barrios urbanos, los grupos empresariales y hasta las organizaciones dizque secretas, son parte de la sociedad y en ellas unos tienen más poder que otros y, si los demás se dejan, también unos dominan sobre otros. Los viejos esquemas se han derrumbado. ¿No es verdad que ciertos grupos económicos tienen más poder que los gobernantes de ciertos Estados-nación? ¿No es verdad que cuando una persona habla y los demás guardan silencio tiene más poder que el que habla y los demás conversan entre sí? ¿No es cierto que el que convence tiene más poder que el que usa el garrote para ser obedecido? ¿No es cierto que cuando un sindicato estratégico o en un momento estratégico presiona a la patronal hasta el Estado "dobla las manos" (IMSS, por ejemplo)? Podría seguirse con una larga lista de preguntas, pero lo que es un hecho es que no pocas de las viejas interpretaciones sobre la sociedad civil se han hecho añicos.

Es una obsolescencia hablar ahora de sociedad civil y de sociedad política (con todo respeto a Gramsci), de la misma manera que lo es llamar a unos candidatos ciudadanos o independientes y a otros candidatos partidarios. Como alguna vez señalara Woldenberg (cito de memoria), todos los que formen una corriente y una agrupación a favor de un candidato -obviamente de la sociedad- están formando un partido político aunque no sean conscientes de ello, en este caso un partido político sin registro de acuerdo con la ley electoral vigente, aunque le llamen de otra manera. Lo que hace a un partido político no es la ley electoral (ésta le da carácter legal), sino la intención de postular candidatos para puestos de elección en la esfera estatal. Un partido sin registro es un partido al margen de la ley, no un no partido. Y ambos, el partido institucional y el no institucional, son productos sociales, no productos químicos de laboratorio robotizado.

Se han puesto de moda las otras campañas: la del EZLN, la de la Coalición Ciudadana Nacional por la Transición Democrática con Justicia y Equidad y, la más reciente, el Acuerdo Nacional para la Unidad, el Estado de Derecho, el Desarrollo, la Inversión y el Empleo (la del castillo de Chapultepec). Las tres son ciudadanas y las tres convocan a la sociedad civil enorgulleciéndose de que no son precisamente partidarias, como si los partidos fueran marcianos o compuestos por seres imaginarios. Las tres campañas, independientemente de las intenciones íntimas de sus promotores, tienen una característica común, además de no pocas coincidencias (al menos en el enunciado): presionar a los precandidatos presidenciales que quizá sean candidatos y entre los cuales saldrá el presidente del país, es decir el gobernante con supuestos y relativos poderes para dictar las políticas económica, social, cultural y científica de 2006 a 2012.

Las tres campañas (más las que surjan en el futuro) aspiran a organizar grupos de presión (pues ninguna, como correspondería a los partidos, aspira explícitamente al poder institucional), y las tres, sobre todo la primera y la tercera, quieren dar la imagen de que no son partidistas, como si los partidos fueran los malos de la película y los "miembros de la sociedad" fueran los buenos por el simple hecho de ser parte de la sociedad civil y no de la inventada sociedad política.

Sería bueno recordar que los dirigentes de los partidos (como los dirigentes de lo que sea) hacen lo que quieren si los demás, los que no son dirigentes, se lo permiten. No son los partidos los que deben ser cuestionados, sino los que dentro o al margen de los partidos no han sabido exigir lo que quieren. Quizá la pugna principal sea en realidad entre las tres campañas y no entre éstas y los partidos. Estos son lo que son y en el gobierno, sea cual sea el que gane, serán lo que puedan ser. Sólo en los regímenes totalitarios un partido puede gobernar sin oponentes, y aun en estos casos, sobre todo ahora, es relativo.

 
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