Usted está aquí: jueves 6 de octubre de 2005 Opinión Sindicatos: espada de Damocles sobre la democracia mexicana

Soledad Loaeza

Sindicatos: espada de Damocles sobre la democracia mexicana

El hoy secretario de Gobernación, Carlos Abascal Carranza, se enorgullece de que en México no haya habido graves conflictos laborales, ni grandes movilizaciones sindicales, desde que él llegó al gobierno, primero a la Secretaría del Trabajo. Está repitiendo, tal vez sin saberlo, las palabras de varios de sus antecesores, aunque éstos fueran miembros del PRI, que también gustaban de ostentar la "paz social" como uno de sus grandes logros. No obstante, es bien sabido que el tipo de sindicalismo que creó el PRI garantizaba la tranquilidad en las relaciones laborales con medios de los que era preferible no hablar: control vertical del liderazgo sobre las bases, clientelismo, corrupción y violencia. De éstos es posible que el último se haya modificado marginalmente, pero todos los demás siguen intactos. De ahí que, más que agradecer la inteligencia o la habilidad política de los funcionarios de ahora, habría que reconocer la capacidad de resistencia de los viejos líderes y de las estructuras del pasado, que no sólo se niegan a morir sino que se han visto rejuvenecidos gracias al pavor que le inspiran los trabajadores al foxismo.

Dada la larga historia de denuncias del PAN en contra del sindicalismo priísta, al que veía como uno de los instrumentos más escandalosos de opresión antidemocrática y de corrupción, y sello del régimen priísta, es muy sorprendente que el primer presidente panista se haya convertido en uno de los grandes benefactores de ese mismo sindicalismo -que no ha cambiado un milímetro desde 1970-. No obstante, sobre el futuro de las exitosas reformas e instituciones electorales y de los pocos cambios que ha logrado el foxismo pende ahora la espada de Damocles de los sindicatos que han hecho del Presidente y de varios de sus secretarios sus rehenes, para oponerse a cualquier reforma que afecte los intereses de sus dirigentes, con más determinación y fuerza que ningún diputado o senador.

La víctima más reciente de este sindicalismo antiguo es Santiago Levy, quien presentó su renuncia cuando los líderes del Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social lo desconocieron como interlocutor válido, bajo la mirada satisfecha del secretario Abascal. Antes de discutir los aciertos o los errores de Santiago Levy y del gobierno, y si en democracia vivimos, es preciso explícitamente que las autoridades del gobierno federal y local, así como los líderes sindicales, repudien las indignas expresiones de antisemitismo de los trabajadores del Seguro Social. Las pintas de suásticas en los edificios del IMSS y de sus alrededores, y las referencias en tono de insulto a la posible identidad religiosa de Santiago Levy, caen claramente dentro de los delitos de odio, contra los cuales existen leyes en el Distrito Federal y exigen acción casi de oficio de las comisiones de defensa de los derechos humanos. El comportamiento de quienes recurrieron a esas armas ilegítimas para atacar a un funcionario competente y honesto es por completo inexcusable y debe ser castigado. Lo menos que podemos demandar de los líderes de los trabajadores del Seguro Social es que se distancien de actos tan vergonzosos y que le ofrezcan una disculpa pública a Santiago Levy. La historia enseña que en casos como éste no hay nada peor que el silencio, y que pasar por alto ese tipo de incidentes -que no lo son- tiene un costo muy alto para todos. Si acaso los trabajadores ignoran el significado de la suástica, o todo lo que ello evoca en términos de violación de derechos humanos y de barbarie, el sindicato y el gobierno bien harían en informarles, y al hacerlo también le estarían haciendo un servicio a la tan cacareada democracia.

El autoritarismo y la intolerancia de la clase obrera no es una novedad. El politólogo estadunidense Seymour Martin Lipset lo planteó desde finales de los años 50. La extrema derecha francesa, que encarna el partido racista de Jean-Marie Le Pen, tiene sus apoyos más firmes y numerosos entre los trabajadores que antes votaban por el Partido Comunista. Así en México, hace muchos años que los grandes sindicatos nacionales no son adalides de la democracia y son muy pocas las veces en la historia en que han promovido cambios de ninguna naturaleza. Tampoco son simplemente una herencia del antiguo régimen, sino que en los últimos cinco años han sido un pilar del actual gobierno -como bien lo han reconocido en numerosas ocasiones los funcionarios foxistas-, aunque representan una de las más notables continuidades con el pasado que vinculan de manera irremediable al presidente Fox con aquellos que lo precedieron en la Presidencia de la República. La cercanía de las elecciones presidenciales es nuevamente una oportunidad para que los sindicatos mexicanos se fortalezcan y se enriquezcan, como ocurrió durante décadas en el pasado: ofrecerán apoyo en las urnas al gobierno a cambio de concesiones y dinero. Exactamente igual a como lo hacían en los años 40, los 50, los 60, los 70, los 80 los 90. A nadie extrañe si el próximo primero de mayo dirigentes sindicales otorgan el ilustre título de "primer priísta de la nación" al mismísimo Vicente Fox.

 
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