Usted está aquí: jueves 29 de septiembre de 2005 Cultura Te odio

Olga Harmony

Te odio

Mauricio García Lozano, el joven director al que conocimos con la barroquísima Las tremendas aventuras de la capitana Gazpacho del malogrado Gerardo Mancebo del Castillo, con la escenografía de Philippe Amand (y que se ha vuelto un icono generacional, al extremo que el nombre del autor se da a un concurso de autores jóvenes y el director llama, desde entonces, El Farfullero a su grupo, en recuerdo de la balsa de la capitana) ha ido decantando su oficio hasta casi prescindir de la producción, sobre todo cuando se trata de propuestas de El Farfullero, aunque accede a ella con mínimo de recursos, como la escenografía de Jorge Ballina para Colette de Ximena Escalante, que logra sugerir lujo decadente con un mínimo de recursos. García Lozano intenta, con su grupo, un laboratorio cada vez más austero en lo exterior, fincado en la actoralidad, y así hemos visto El bosque de David Mamet, provisto de un mínimo de elementos y la triunfante Noches árabes de Roland Schmmelpfeming, en que sólo se ocupa un par de sillas.

Gracias a que la gestión de Luis Mario Moncada ha acogido a El Farfullero como grupo huésped, su director puede llevar a cabo su experimento en el foro La Gruta, restrenando, con variantes, algunos de sus montajes previos. Tal es el caso de Juan y Beatriz, la obra de Carol Fréchette que García Lozano dirigió ya en Montreal y que aquí había presentado, con los elementos originales y con dos actores mexicanos. Para su remontaje, el director prescinde casi de la producción y mantiene de la escenificación original, el vestuario de François Saint-Aubin y la música original de Sege Areuri y Luc Aubri, con la iluminación de Philippe Amand -quien ajustó la escenografía quebequense de Beucher al escenario mexicano en esa primera presentación-, con algunos cambios obligados por la nueva austeridad en que se narra la dolorosa historia de soledad e incapacidad de dar y recibir amor de estos dos seres encarnados nuevamente por la excelente Lisa Owen y el cada vez más versátil Carlos Aragón.

Hasta ahora, sostener varias obras en cartelera no ha dañado al joven director, aunque pienso que tendrá la inteligencia de frenar el ritmo de su trabajo antes de dar muestras de agotamiento, lo que de ninguna manera se avista en sus escenificaciones recientes. Ya no con su grupo titular, aunque le dé crédito en el programa, sino con jóvenes actores egresados de Casa Azul, la escuela de actuación de Argos que les ha prestado uno de sus espacios, presenta la instalación escénica Te odio de Ximena Escalante y el mismo Mauricio. En tres vitrinas, escenografía de Jorge Ballina, los actores de la generación 2001-2004 -Alynka Alcocer, Andrés Zuno, Blanca Morales, Carolina Cartagena, Carlos Gutiérrez Bracho, Eduardo Contreras, Ingrid Wheatley, Karla Muñoz, Pablo Astiazarán y Rubén Trujeque- más los actores invitados Rodrigo Moya, Rubén Olivarez y Viridiana Olvera, darán lugar a nueve escenas muy breves de amor-odio y de sadismo, tanto de la pareja como de relaciones familiares, ya de hermanas que son rivales, ya de madre dominante e hija sumisa. Un actor conduce a los espectadores, con un texto de Andrés Zuno en una visita guiada hacia las vitrinas en que los intérpretes, vestidos de blanco y descalzos, darán lugar a sus muy breves escenas, interrumpidas por un campanilleo del guía, aunque muchas veces se sostengan por unos instantes en muda interpretación.

Las nueve escenas (Te deseo lo peor, Te envidio, Ni contigo ni sin ti, ¿Verdad que se siente horrible?, Me das asco, Yo miento, tú mientes, O todo o nada, Cuando puedo te castigo, Me odio) lo mismo son un dolido monólogo de amor homosexual, que una lucha abierta, la humillación de una fellatio sin deseo por parte de la mujer insultada, que las burlas hacia una desdichada y tonta joven, o el reclamo de quienes pudieron haberse mantenido como pareja, o la hartura marital de dos cónyuges que se engañan uno al otro. Lo más importante a destacar en este experimento es la capacidad actoral de los intérpretes de encarnar con muy poco lapso entre unos y otros, personajes muy diversos entre sí con los espectadores tan cercanos y las variantes que el director les ofrece para su desempeño, desde la lentitud con pausas de los diálogos hasta la furia desatada en un espacio tan pequeño y contenido, pasando por la inmovilidad del matrimonio cubierto por una sábana y con almohadas para simular el lecho conyugal.

 
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