La Jornada Semanal,   domingo 25 de septiembre  de 2005        núm. 551


NAVEGANTE DE LA TIERRA


LUIS ALBERTO NAVARRO
Marco Antonio Campos,
El señor Mozart y un tren de brevedades,
Editorial Colibrí,
México, 2004.


 Cada libro de Marco Antonio Campos es una ventana y una aventura feliz para quien lo lee, para quien se embarca en el viaje —alrededor de la habitación, como decían los Contemporáneos, o alrededor del café, o el bar, agregaría uno— para degustar y participar de él con los ojos bien abiertos del viaje tanto geográfico como intelectual de un navegante de la tierra y de los libros. Viaje y remembranza; viaje y recreación; viaje y visión: el viajero alucinado, como se autonombró Genaro Estrada, y que, por otro lado, le vendría muy bien el título a Marco Antonio Campos, pues con este bello libro da muestras otra vez de su lenguaje personalísimo y de los pasos sin apresuramiento que imprime a territorios y fronteras. Aquí habría que hacer un alto: no existen fronteras en las ciudades y países en los que transcurre, como no existen aduanas entre uno y otro género literario por el que transita la escritura de Campos.

Lo que se trata, lo que se vive y se ensueña, lo que apuntala o desentierra, lo que le da vuelco al corazón y a la mirada es precisamente lo que muchos no ven, ni sienten, ni escudriñan: ver tanto las tinieblas del corazón, como su luz; la oscuridad de la ciudad, como su amanecer; pero no solamente está el artista, el poeta, el músico, el pintor, sino también el hombre común y corriente, que vive en el anonimato; así como a las ciudades las hacen no solamente sus hombres ilustres y personajes, sino su olor y su paisaje, aunque no pase nada de mayor trascendencia, como en el verso de Pellicer, que las rosas.

El señor Mozart y un tren de brevedades no es un viaje cualquiera; se va en tren breve, pero donde como todo tren que se precie de serlo, hay carro-comedor, bar, dormitorio y cabús. Tiene todo, y todo se conjuga sin cartabones, sin erudición enciclopédica, sin falsa modestia. Es lo que tienen los libros de Marco Antonio, que nos hacen participar de sus recorridos, de sus "ambientaciones" traídas de otro espacio y tiempo hacia nuestro espacio y tiempo actuales. Cosa que hay que agradecer y admirar, pues en cada libro suyo de esta naturaleza varia, de híbridos entre el cuento breve y el aforismo, donde hay asimismo la narración, el ensayo, el poema en prosa, la viñeta, la estampa, se va armando un rompecabezas que culmina, felizmente, en un gran mural, donde a través de los años se han podido ver los detalles del mismo, de la manera muy peculiar que tiene el autor de plasmar colores, de desvanecer —con la bruma de Cezanne y la emoción lumínica de Van Gogh—, para poder mostrar cada detalle de su composición: de lugar, de colores, de perspectiva, de vida y esperanza.

El señor Mozart y un tren de brevedades es un volumen que contiene sesenta cuentas muy bien pulidas como sesenta minutos exactos tiene la hora. Y a partir de esa cronología manejada a gusto propio muy peculiar, Marco Antonio Campos recorre fechas y acontecimientos históricos como minucias que se agrandan a nuestros ojos, así como también el retrato añejo con el relato nuevo, fresco, como de "apenas ayer mismo", en que se entretejen conversaciones y encuentros que no por imaginarios son menos ciertos, como por ejemplo: "Twenty people" o "Francisco Hernández visita en Salzburgo a Georg Trakl", para en otra vuelta del minutero llegar a esa hora negra —entre otras muchas— que ha durado largo tiempo y ha calado hondo, como puede hacerlo la guerra, y encontrarnos con "La muchacha de Sarajevo", donde vemos el horror y la metralla, los francotiradores mercenarios que matan por un puñado de dólares —Sergio Leone dixit—, y donde el autor nos hace vivir la incertidumbre, el miedo, la desazón, pero sobre todo la impotencia.

Es de notar cómo Marco Antonio, a ultranza, sin piedad, da en el centro, pega duro y con sarcasmo, ironía y punción, a una caterva de personajes reales y ficticios, quizá estos últimos más reales, porque en su nimiedad, en su bajeza y delirios de grandeza han encontrado, para beneplácito de todos, su justa medida. En la parábola, en la paráfrasis, en la anécdota, sintetiza y, aún más, traslada a nuestra hora actual, acciones y reacciones, como un arco voltaico, las aberraciones históricas y el teatro de las vanidades, como por ejemplo en "Misa mayor", con clara alusión a Stalin —y a tantos otros, oh, revoluciones traicionadas—, donde los hechos y, más que eso, las actuaciones de los hombres se van encontrando, al paso del tiempo, con lo que fueron y lo que son. Tiempo perpetuo y circular: de Nerón a Stalin (o cualquier dictador); de la mitología griega o ciudades bíblicas, pasando por Ítaca hasta las ciudades mexicanas.

Hace tres años Marco Antonio nos había dado esa otra joya de trescientas y tantas páginas, Las ciudades de los desdichados, donde con visión y revisión de las ciudades visitadas, entrelazaba historias y entrecruzaba datos que se iban desdoblando, o desprendiendo como cuentas de un collar, para dar forma a esas crónicas y ensayos donde lo mexicano está muy presente, y donde convidados muy queridos convergen: Van Gogh, Rimbaud, Modigliani, Vallejo, pasando por Rodríguez Galván, Manuel Acuña y Saturnino Herrán. De lo universal a lo nacional, de la Ciudad de México al interior del país.

Igualmente, en 2001, Marco Antonio Campos dio a la imprenta El café literario en Ciudad de México en los siglos XIX y XX. Si bien había dicho Campos que nunca había escrito crónica en Las ciudades de los desdichados y en El café literario…, se mezclan tanto la crónica, la entrevista y la historia, y abundan los ires y venires de nuestros escritores abuelos, padres y hermanos mayores que hicieron su segunda casa —o su primera— en los cafés y que detrás de las vidrieras vieron transcurrir vidas y soledades.

Estos dos títulos vienen a ser, con El señor Mozart y un tren de brevedades, una trilogía inteligente y apasionada, lúcida y entrañable, de un poeta, narrador, traductor, periodista, entrevistador sagaz y maestro, como lo es Marco Antonio Campos