Usted está aquí: domingo 25 de septiembre de 2005 Opinión La aparición del subsuelo

Rolando Cordera Campos

La aparición del subsuelo

Recordar es vivir, pero cuando el recuerdo lo habitan miles de muertos hay que convertir la memoria en futuro posible. Recordar para proyectar. Esto es lo que muchos intentaron hacer en días pasados en ocasión del 20 aniversario del sismo del 19 de septiembre.

En 1985 asistimos a la aparición del subsuelo en por lo menos dos dimensiones. Una, mortífera, fue no la del riesgo, sino la certeza sísmica de que ha hablado el sabio Cina Lomnitz. Otra, alentadora y llena de esperanzas, fue la irrupción de una energía colectiva cargada de solidaridad generosa, que a pulso y gritos se llevó el bautizo de sociedad civil.

Gracias a la iniciativa de Enrique González Torres SJ nos reunimos el día 20 en un foro de reflexión y análisis: Sociedad civil, 20 años después. Con la ponencia inaugural de Vicente Arredondo y cuatro presentaciones dirigidas a provocar el diálogo y la reflexión, el foro terminó sus trabajos con una intervención de "coincidencias y divergencias" de Carlos Monsiváis, así como con una convocatoria de González Torres a la sociedad civil de hoy para que se ocupe del terrible problema del (des)empleo juvenil y encare sus primeros y desastrosos resultados en materia de adicciones, incorporación temprana al crimen organizado, desintegración familiar y corrosión de los tejidos que sostienen la cohesión social de las ciudades mexicanas, y que en esta metrópoli adquieren magnitudes apocalípticas.

Con el repaso de aquellas apariciones irrumpieron otros temblores por venir, pero que ya están aquí: debilidad estatal rampante, medios concentrados, hartazgo comunitario y sociedad civil hecha jirones por las crisis y el cambio brusco de la economía. Temblores que abruman una transición que parece no tener fin y amenaza convertirse en horizonte inalcanzable.

Darle un sentido de futuro a la historia cercana que todavía es presente, preguntarse si aquélla sociedad civil fulgurante logró durar hasta la fecha, fue propósito inicial del diálogo. Este empeño se alcanzó con creces. Miguel Angel Armas pasó revista a su experiencia en la colonia Morelos y Elio Villaseñor desplegó recuerdos y análisis de lo que luego fue el Equipo Pueblo. Por su parte, Gabriela Warkentin y Manuel Aguilera abordaron medios y gobierno con rigor, sin concesiones y al mismo tiempo con optimismo: se puede y debe imaginar una reconstrucción estatal congruente con el tamaño del país y de su sociedad civil, a la altura de sus esfuerzos para lidiar con la adversidad. De aquí la importancia crucial de la reforma fiscal.

Los temblores de la tierra de entonces y de ahora no se entienden sin los medios de comunicación, dijo Gabriela, pero el cerco oligárquico o burocrático no es una fatalidad hoy, como no lo fue ayer. Las disposiciones tecnológicas están a la mano de la sociedad mexicana que ahora se quiere democrática. Lo malo es que hasta el momento priva la servidumbre adoptiva de medios y tecnologías cuando la sociedad podría arriesgarse a adaptar e innovar, para ampliar espacios de comunicación y disolver dictaduras mediáticas inaceptables en cualquier democracia normal, rica y pobre.

Los cambios sociales como los que México vislumbró en 1985 remiten al final de cuentas a la cultura y la política, pero son incomprensibles sin la emoción que los empuja e inunda, y deriva en pasión y compromiso solidario. La solidaridad y la generosidad, el descubrimiento de inclinaciones inéditas o escondidas hasta entonces, son las fuentes de la multitud que se organiza de Carlos Monsiváis. Su recuento de las aventuras y desventuras de una sociedad civil que se niega a cristalizar, pero que en esa medida permanece, hecho ese mediodía, es tan imprescindible como su libro reciente (No sin nosotros, Era, 2005).

Volver al presente después de torcer la tuerca de la memoria implica hacerse cargo de una realidad hostil a la reflexión y el diálogo. También hay que atreverse a reconocer que la ciudad se volvió megalópolis y que sus hazañas serán en el futuro tan extrañas como lo fueron en 1985. Tal vez sea por eso que la intervención de González Torres por la centralidad del empleo como preocupación nacional, de empresas, gobierno, medios, academia y trabajadores, encuentre eco presto y argumentación de sustancia y fondo. Lo que está ante nosotros son nuevos temblores que ya llegaron. Reconocer los subsuelos que los empujan hasta la superficie es vital y hay que hacerlo ya, antes de que veras tiemble, en Guerrero y en la sociedad toda, como advirtió Aguilera.

Participación ciudadana sin cerrojos ni recovecos para evitar que la secuestren; reforma fiscal para promover y redistribuir, no para lograr equilibrios espurios; reinventar medios y comunicaciones colectivas para la acción; organizar sí, pero sobre todo convencer. Retomar el pasado para atreverse a reconstruir el futuro: he aquí algunas de las resonancias que este ejercicio memorioso nos legó como asignatura pendiente.

La sociedad civil tuvo en 1985 su bautizo de fuego, sangre, muerte y heroísmo. Luego vino la gesta democratizadora, la profesionalización de los profetas, y ahora el desencanto que amenaza deslustrar antes de tiempo a la democracia en estreno. Recuperar aquella energía para ahora rescatar la democracia supone imaginación y riesgo en torno a un proyecto. Sin voluntarismo de más, la mesa puede ponerse para una nueva ronda de reconstrucción del futuro. De lo que se trata es de asegurar que el código que mande y diga sea el democrático. Para temblores, la tierra y su subsuelo.

Esta nota es para don Adolfo Sánchez Vázquez, con afecto y respeto en sus 90.

 
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