La Jornada Semanal,   domingo 18 de septiembre  de 2005        núm. 550
 
Yoon Bong-seo y Claudia Macías Rodríguez

Narrativa coreana actual


La narrativa coreana se ha visto marcada con gran fuerza por la historia. La dominación japonesa, la guerra civil y la división del país, la dictadura y el costo de la industrialización fueron decisivos en la temática de los escritores del siglo xx. Los hechos históricos sirvieron de fermento para un sinnúmero de obras de gran valor en las letras coreanas. No obstante, la historia del dolor parece seguir pesando en la vida de Corea. A finales del siglo xx es posible encontrar todavía relatos que reflejan con gran fuerza la tragedia de esa época, pero desde una perspectiva en la que el futuro feliz parece negarse ante un presente que no satisface del todo y que vuelve constantemente sus ojos hacia un pasado doloroso que no se puede eludir porque en él se guardan también los orígenes de la identidad.

Entre los escritores de mayor prestigio en las letras coreanas de hoy en día se encuentran Chon Sangguk (1940), Oh Chong-Ji (1947) y Un Ji-Kyung (1959). Hablaremos aquí de textos que se escribieron durante las dos últimas décadas del siglo xx –a finales de la década de los ochenta y en los noventa, concretamente–, cuando la narrativa coreana experimenta un cambio de rumbo importante.

CHON SANGGUK (1940)

Alumno distinguido del gran escritor Jwang Sun-Won, relata sus experiencias como profesor presentando el mundo de violencia por el poder que se vive en el magisterio en Un pájaro en nido ajeno (1987). Este relato se inicia con un viaje en busca de la explicación de la muerte del maestro Kang, personaje enigmático que simboliza la lucha permanente por la reunificación y el esfuerzo que significa llevar la educación a todos los rincones del país, porque como dice el texto: "La ubicación de la escuela dentro del paralelo 38 era una muestra viva de la tragedia de la división del país." El maestro Kang construye el Jardín de la Reunificación, en el cual la lucha se simboliza por la presencia de las azaleas, "flores favoritas de los norteños", contra la presencia de la "hibiscus (rosa de sharon)", la flor nacional de Corea del Sur.

El drama se acentúa por la presencia de Susy Jan, una "joven mixta" que refleja en su físico el origen negro de su padre, y en su capacidad de lucha, la fortaleza de su madre coreana. Susy, que al final rechaza su sangre coreana y opta por la nacionalidad estadunidense de los padres adoptivos que la reciben, representa el dolor y la tragedia de la ocupación, de la presencia extranjera, y de las repercusiones en términos de origen para individuos como Susy.

En Semilla inmortal, Chon Sangguk relata la desventura de una familia por la falta de solidez en sus raíces. Los padres han muerto víctimas de la peste, y el hermano mayor es un loco que niega a sus hijos para justificar su vida desordenada y errante, y que según parece ha decidido suicidarse. El hermano menor emprende un viaje en busca de la explicación de la muerte de su hermano. Y en ese viaje al pueblo natal revive el recuerdo de su pasado y sufre la reencarnación del espíritu de su hermano que parece querer quebrantarlo todo: "¡Jujuju...! Mis pelos se crisparon. Esa risa salía de mi boca, él se había ocultado y nos estaba mirando", dice el protagonista en un final espeluznante que amenaza el futuro de los sobrevivientes.

Los personajes de los cuentos de Chon Sangguk revelan el efecto de la familia y de la comunidad sobre los individuos. El recuerdo para ellos no es un acto voluntario, es el modo en que establecen vínculos con el presente y con un futuro que lentamente se presenta peligroso e incierto. Chon Sangguk logra, a través de historias autobiográficas y reflexivas, pasar sutilmente a la confesión personal, recreando el sentimiento de la gente de una época que tenía miedo de hablar y de recordar la tragedia vivida, pero que busca salvar el pasado para continuar hacia el presente y el futuro. Pensamiento cíclico que no olvida el origen para conservar el equilibrio y la continuidad.

OH CHONG-JI (1947)

Víctima durante su niñez de la guerra civil, refleja su pesimismo en los personajes de sus primeros escritos, los cuales difícilmente pueden llegar a tener una relación armónica con los demás. Maldicen la vida cerrada y marginada pero no pueden encontrar la solución a sus problemas. Este tipo de choque se convierte en una energía que los destruye a sí mismos y a los que les rodean. Pero esta tendencia cambia en los años ochenta. La violencia del choque se suaviza y aunque todavía se percibe una conciencia nihilista en sus protagonistas –casi todas mujeres entre los treinta y cincuenta años de edad–, éstas tratan de escapar de su condición derivada de una existencia predefinida por las normas y las tradiciones, y se esfuerzan por encontrar una existencia verdadera. Su lucha significa que las mujeres no se dejan vencer por la vida cotidiana y que aún pueden salir adelante y aspirar a un futuro mejor.

En El espejo de bronce (1982), la lucha de la mujer contrasta dramáticamente con la de su esposo. Ella acepta sus canas con dignidad, mientras que su esposo no acepta envejecer tan prematuramente. La muerte del único hijo también se asume de manera diferente. Ella escucha la predicación de unas misioneras que le hablan de un cambio en su vida que le daría un sentido para seguir viviendo. Pero su esposo parece regresar a la infancia al imitar actitudes de una niña vecina que vive libre como el viento en el semiabandono de su madre: "Él pensó que debía decirle algo agradable a su esposa ahogada en llanto. Lo que necesitaba su esposa eran algunas palabras amables. Abrió la boca con vergüenza y miedo infantiles; pero la esposa no entendió las palabras incomprensibles que salían de su boca por la dentadura postiza que se quitaba para dormir." El esposo aparece entonces como un ser ridículo que a pesar de tener su cabello teñido de negro, es un anciano cuya falta de dientes le impide hablar. El esposo ha envejecido de repente al recibir su retiro del trabajo: "es la enfermedad del retiro".

Por su parte, la esposa se mantiene firme gracias a que su condición en el hogar encuentra sentido al cocinar para sus compañeros de iglesia, al cuidar su jardín, al ser amable con quienes le hacen un servicio y al mantener viva la tradición de su abuela, que fabricaba muñecos con masa de harina para ahuyentar las pesadillas.

En La lluvia nocturna (1981), la vida de una mujer farmacéutica transcurre monótona y atada a una rutina en la que se hunde junto con su esposo y su hija adolescente. El toque de queda marca con callada violencia el estado de inseguridad política y los fragmentos de vida de sus clientes acentúan la tragedia de su existencia. Por ello, al limpiar el piso de la farmacia piensa que desearía más bien "limpiarse de cierta podredumbre que olía algunas veces en su propia vida". La mujer siente la necesidad de encontrar una vida mejor para ella y para su hija, pero sabe que no será fácil porque, como en este cuento, los estudios y una profesión no son suficientes para asegurar un futuro dichoso. Hace falta algo más que le dé sentido al esfuerzo y al trabajo que cada día cumple con exactitud y profesionalidad.

El cuestionamiento de la figura del esposo y del padre aparece con mayor fuerza en El jardín de la niñez (1980). Una familia que huye de la guerra se ha quedado sin padre temporalmente y la madre se prostituye para darle sustento: "Después de siete u ocho viajes en busca de mi padre, mi madre empezó a trabajar en un restaurante del pueblo. Desde ese momento mi hermano mayor se encargó de la disciplina." El hijo mayor asume la responsabilidad de sus hermanas y trata de resolver su autoridad a golpes. La hermanita de ojos amarillos que todo lo devora en su hambre insaciable, es la narradora que transmite al lector la paradoja de su alegría en una vida miserable. El regreso del padre al final del cuento se recibe con incertidumbre, como símbolo de que la sola presencia del padre no podrá remediar con facilidad tanta miseria.

UN JI-KYUNG (1959)

La escritora opta por el carácter humanitario en sus textos. Por ello, las descripciones psicológicas de sus personajes son importantes y están trabajadas con singular maestría. Utiliza una fuerte carga simbólica que se mezcla con la sórdida realidad de la vida cotidiana. Y su gran pregunta parece ser la definición del amor entre el hombre y la mujer: "el amor es la nieve que cae sobre la arena. La nieve desaparece pero la arena permanece con su soledad". En sus textos, el amor es una máscara que puede engañar y justificarlo todo. El fuerte sobrevive, el débil desaparece.

En Las cajas de mi mujer (1997) encontramos al esposo como narrador y personaje que nunca llega a comprender del todo a la mujer que tiene como esposa: "La quería y pensaba que sabía todo lo concerniente a ella." El esposo es el narrador que tiene la voz y la autoridad del discurso, pero la esposa permanece ajena a él. Y en un final simbólico, ella termina desapareciendo para siempre de su vida por voluntad del esposo que se autopresenta como víctima: "Si había algo que hacer, lo primero sería maldecirla", dice, mientras se deshace de las pertenencias, de "las cajas" de su mujer.

Ella, que no tiene nombre en el cuento, se escinde de su realidad mediante el sueño en el que siempre adopta una postura fetal, como deseando reengendrarse a sí misma y como refugio contra el exterior: "se quedó dormida después de dar la espalda al mundo que la había lastimado". Desde el punto de vista del esposo, la relación de la pareja no tiene todo el sentido que se debiera sin hijos, y sus encuentros están siempre marcados con esa finalidad, aunque al final se pregunta: "Nunca me había puesto a pensar si ella quería tener un hijo o no."

El final simboliza la vuelta al origen obligada por una relación que pierde su sentido una vez que la esposa rompe su monotonía al abrirse el mundo de su vecina ante sus ojos, y ante la inseguridad del esposo que no sabe cómo satisfacer a su esposa y cómo satisfacerse a sí mismo. Es un final que termina una relación en donde la palabra "amor" ha perdido su sentido.

ALGUNAS CONSIDERACIONES

Durante los años ochenta, la literatura coreana se caracterizó por la apertura hacia una amplia diversidad de temas sociales, tales como la guerra de Corea, la industrialización y la urbanización, y la opresión bajo el régimen militar. Pero a finales de esa década y en los años noventa, el ambiente literario se ensancha enfatizándose al individuo por encima de la colectividad, el consumo por encima de la producción y lo mundano por encima de los hechos históricos. Los escritores, pero especialmente las escritoras, se preguntan por la paradoja de un futuro incierto, no obstante ser Corea un país arraigado con fuerza a sus tradiciones y con una gran conciencia de su historia.