Jornada Semanal, domingo 18 de septiembre de 2005                   núm. 550
LASARTESSIN MUSA
Jorge Moch
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 MENTIRAS PATRIOTERAS

La televisión mexicana tiene pésima memoria a pesar de que en el registro diario del presente lleva implícita su cualidad de mnemotecnia rediviva. Como la tía divorciada de la familia, vive en el estrato falso de la neurosis, negando la realidad cruda a pesar de refocilarse con ella todos los días –véanse esas televisivas versiones del Alarma que suelen ser los noticieros (cierto, los peores los padecemos en el interior del país) cuando se solazan para feliz hartura de nuestro morbo con escenas de accidentes, peatones o pasajeros destrozados, teporochos troceados por un tren o cotidianas víctimas de violaciones, asaltos, gigantescas olas telúricas, incendios y avalanchas. Pero a la hora de la visión crítica del presente y del ayer, la televisión mexicana niega su propia potencial naturaleza y toma usualmente alguno de estos caminos: negación absoluta de la realidad, como hacen los adictos, o irrestricta toma de partido, llevándose entre las pezuñas la conciencia pública y su ya de por sí endeble vena ética; allí, desde luego, la maldición gitana de las campañas políticas por la presidencia de la República o la exacerbada propaganda católica.

La cosa empeora cuando cada septiembre, como ahora, nos inundan las emisiones –y aquí resurge ese matrimonio obsceno entre poder político y empresarios de las telecomunicaciones– del dipolo Televisa-TV Azteca, pregonando con estruendo de flatulencia qué bonito es vivir en este país donde no existe la macabra industria del secuestro, ni los narcotraficantes imponen su ley en buena parte del territorio, ni el hampa le está ¿está? ganando la caballada al imperio de lo legal, ni existe el racismo brutal ni el clasismo es la verdadera manera de conducirse las clases sociales que gozan abismales, injustos, a menudo robados privilegios, ni todo, calles, carreteras, terrenos baldíos, bosques (¿cuáles?), ríos y mares están llenos de mierda química, botellas de Cloralex, latas de cerveza o de botellas de plástico de la Coca Cola que todo lo ha invadido, ni es un país de analfabetas funcionales –así, como su no-lector presidentucho– ni es el cochupo la manera única de sortear a la burocracia que todo enfanga, ni es policía, en el ideario colectivo, dialéctico sinónimo de criminal ni es esto desmentido luego porque pluscuamperfecto resulta decir político.

Es, con asumido riesgo de repetirse esta columna hasta la náusea, un espectáculo patético que nos pidan que celebremos México y nos quieran inocular a nosotros, a nuestros niños, un patrioterismo guango adornado con chiles en nogada y tequila, fuegos artificiales y guapas chamacas no muy prietas, porque el racismo sigue siendo la forma, vestidas de adelitas. Es una forma cutre, muy propia de los señores mixomicetos que pretenden normar nuestra manera de pensar en este triste país abusado precisamente por ellos y sus predecesores, de hacernos mirar a otro lado, como si fuéramos turistas en un camioncito que de pronto se ve forzado a pasar por los rumbos de La Merced. La porquería no hay que mirarla, mejor vamos a ver una bonita campaña de folclorismo pendejo para que todos nos sintamos muy mexicanos, y no nos moleste, ante el pésimo trato que se dispensa diariamente en los organismos de justicia federal, que la judicatura se transmita a sí misma –esos anuncios a nadie que no sea juececillo le pueden interesar– mensajes machacones de lo buenazos que son sus ministros, ni nos ofenda cómo cacarea sus logros el desgobierno panista ante el atraso de nuestros indígenas y campesinos, ni nos llame a indignación, después del cuarto robo a la casa que padecemos –cosa real, cuatro en menos de dos años– ver anuncios de México Seguro, de la pfp o, en fin, de esa doncella moribunda que es la patria en su lucha contra la delincuencia.

Dan ganas, en cambio, de largarse. Largarse y mirar de lejos, en la tele, ese bonito país de inditos, castillos y nopales, tierra de policías barrigudos y politicastros tan cínicos e internacionalmente simpáticos, como Míster Amigo Salinas, Miguel Alemán o los hermanitos Hank. Paisito remoto que con sus muertas de la frontera, sus secuestrados, sus periodistas asesinados y su pujante industria criminal sea, en todo caso, la sal de la vida: el picante, la especia, el exótico salvajismo de aquellos que, de plano, supieron resistir firmemente la quimera civilizadora del viejo mundo. A ver quién se pone guapo con una beca, o ya de perdis con una embajada. Urge.