La Jornada Semanal,   domingo 18 de septiembre  de 2005        núm. 550
 
Flores negras 
(coreanos en Yucatán, fragmento II)

Kim Young-ha



El día de la llegada a Tikal, Changyun reunió a todos y les habló emocionado. Hemos llegado acá sin ningún impedimento, lo que significa que es una tierra sin dueño. Desde hace tiempo he soñado fundar nuestro país. Al finalizar nuestra labor, los que quieran recibir el dinero lo recibirán y volverán, y los que queremos quedarnos acá fundaremos un nuevo país. Su nombre será Nueva Corea, y nosotros mismos elegiremos al presidente como en Estados Unidos. Y avisaremos a Japón, a Estados Unidos, a Corea y a todos los demás para que sepan que todavía está viva la patria. Como hemos visto en el camino, hay muchos animales y bichos; sin embargo, hay muchos árboles y frutos, y la tierra tiene mucha agua. Es ideal para la vida de un pueblo laborioso como el nuestro. Todavía recordaba el fracasado Éxodo. Este lugar no es inferior a Hawaii. Aunque hubiéramos ido, allá íbamos a trabajar como simples obreros de la hacienda azucarera, mandados por otros. Aquí es libre. Podemos vivir en un país independiente con orgullo. Invitaremos a los compatriotas que viven en Estados Unidos y México, cultivaremos, haremos el comercio y viviremos así. ¿Acaso Pohai*  está en otro lugar? Esto es otro Pohai.

Su idea no les impactó mucho. Batieron la cabeza por cortesía pensando volver a Yucatán después de ganar el dinero. Sin embargo, Changyun seguía con su gran sueño. En el nuevo país todos seremos iguales, y el sistema del país será la república. Los mayas, si desean, podrán vivir con nosotros pero bajo nuestro dominio.

¿Por qué? Preguntó Ichong. Changyun le volvió a preguntar diciendo para qué hacía esa pregunta. Entonces, ¿quieres que seamos dominados por ellos? Ichong tampoco retrocedió. ¿Por qué piensa que una parte siempre debe gobernar a la otra parte? El ex sacerdote Kwangju, que guardaba silencio, dijo en voz débil: ¿Por qué? Porque tiene miedo de desaparecer. Somos una minoría, mientras los mayas son innumerables. Tiene miedo de que mezclándonos con ellos, al final, podamos desaparecer. Aun así, todos nosotros vamos a morir.

Alguien escupió y no lo dejó terminar. Ese brujo habla bobadas.

Changyun, dispuesto a fundar el país, se movió con diligencia. Construyó una choza grande como el edificio principal, escribió cada nombre en papel y lo amarró. Ichong se encargó del asunto militar. Examinaba las armas y estudió la geografía cercana con Mario, el comandante general maya. Enseñó el tiro y la formación lineal a los soldados sin instrucción militar.

Después de cierto tiempo hubo choques esporádicos. Los guerrilleros mayas atacaron la base del ejército gobiernista del lago de Petén. El ejército se vengó atacando el campamento guerrillero de las afueras de Tikal. Los coreanos también participaron en ese combate, pero la fuerza del ejército no era poca cosa. Ichong, siguiendo la táctica guerrillera aprendida en el ejército villista, atacó la retaguardia del ejército. El ejército, temiendo no tener la salida para su retiro, se retiró al lago Petén. Mientras tanto, una parte del ejército bombardeó los alrededores de la pequeña pirámide donde estaban Changyun y otros.

Changyun quedó aterrado por la cantidad de balas. En la cumbre de la pirámide aparecieron huellas de las balas como una colmena. Por suerte, el ejército se retiró. Changyun se dio cuenta de que la lucha guerrillera no era algo que podía terminar tan fácil como había dicho Mario. Excepto Ichong, otros jóvenes eran inexpertos en el combate. Sokchol y Kichung ya eran viejos y agarraban el rifle después de más de diez años. Además, el ejército del Imperio de Corea no estaba entrenado para los combates de los guerrilleros en la selva. Después de algunos combates más, Changyun reconocía que sus mercenarios compatriotas que debían luchar junto a él eran unos novatos y sin experiencia. Además, pensó que no podía ser verdad la promesa de tres millones de dólares de los indígenas mayas.

A la siguiente mañana Ichong, al despertarse, se dio cuenta de un raro silencio. Faltaba algo en el campamento. Salió y empezó a contar en silencio a la gente. Llamó a Tolsok y preguntó por Changyun y Sokchol. Tolsok tampoco sabía. Tocó la campana y se reunieron todos. Faltaban los dos. Rebuscaron sus cosas. No estaban. Buscó los pasos alrededor del campamento. Los pasos de dos personas se dirigían hacia la selva siguiendo el camino pantanoso.

En la noche anterior, Changyun se levantó en silencio y salió. Todavía tenía mucho que hacer. Lo importante era sobrevivir. No debía morirse allí. Tenía que preparar el ataque contra Japón y seguir el movimiento de independencia en el extranjero. Un gobierno provisional en la selva era un sueño irreal. Aunque estableciera un país acá, ¿quién le prestaría atención? Confesó sus temores a Sokchol, quien estuvo de acuerdo con él. Claro, es absurdo. Aquí es una selva que puede tragar incluso a la gente sana. Además, si llega el ejército, todos moriremos. Changyun se golpeó el pecho. De verdad, me da pena. Entonces debemos convencer a todos para volver. Sokchol negó con la cabeza. ¿Qué hacer con el dinero ya recibido como adelanto? La fuerza revolucionaria maya irá a Mérida y nos disparará a todos. Primero volvamos los dos y avisemos a la Asociación de los Coreanos. Luego, obteniendo las órdenes, podemos volver acá de nuevo. Morirnos todos acá es una muerte sin sentido.

En la madrugada salieron del campamento. Si eran descubiertos, según el contrato los matarían los revolucionarios mayas. Sus pasos eran lentos y cuidadosos. Los dos líderes que habían traído a todos a la selva, esa noche, huyeron hacia el norte.

Ichong, entristecido, sacó el puro. Pareció acercársele lentamente un destino con sonrisa. Bueno, que venga. Ichong inhaló fuerte el puro. La furia de los que se quedaron fue tremenda. Los creímos líderes y se escaparon metiéndonos a este lugar sin salida. Vayamos tras ellos para matarlos a tiros. Alguien gritó. Sin embargo, nadie más habría estado tan afectado como Ichong. Después de la derrota de Villa, volvió a Mérida por Changyun, llegó a este cementerio por Changyun.

Ichong los calmó. Me responsabilizo del contrato con los mayas. No me agrada la fuga, pero quizás es mejor. Esos tres millones de dólares serán sólo para nosotros. Olvídense de la jugada política de esos fanfarrones que hablan de la Asociación de Mérida o Asociación General de Norteamérica. Ese dinero será sólo para nosotros cuarenta. Los vivos son los que poseen todo. Todos batieron la cabeza. Si están de acuerdo, a ver, pongan su firma acá. Y desde este momento mataremos a los traidores. Así todos podemos volver vivos. Todos escribieron sus nombres y firmaron. Ichong hincó su dedo y con su sangre escribió abajo: "Muerte al desertor."

Sin embargo, esa noche también hubo desertores. Cuando el centinela gritó, Ichong se levantó, sacó el revólver y corrió hacia la selva. Eran dos. Naturalmente, porque atravesar la selva uno solo era difícil. Fueron capturados y llevados al campamento. Uno era Kichung, compañero de Changyun, y el otro era Pomsok, de dieciocho años. Kichung sonrió a Ichong para congraciarse. No iba a escaparme. Iba a volver. Pomsok, en cambio, temblaba. Con las lágrimas y el moco mezclados, se arrodilló y le pidió perdón.

Ichong sacó de su bolsillo el documento de las firmas y se lo mostró a ambos. Luego los llevó al reservorio del agua alrededor de la pirámide. Al lado del reservorio había muchos charcos. La mayoría, hasta ese momento, creyó que los iba a castigar para mostrarles un ejemplo severo. Sin embargo, Ichong apuntó la cabeza de Kichung desde atrás y disparó. Kichung cayó por una sola bala. Pomsok también corrió la misma suerte. El chico de dieciocho años estuvo más sereno que Kichung. Jamás habría conocido un templo budista en su vida; sin embargo, antes de morirse, dejó estas palabras: Rezo para que termine este karma de trasmigración. Ichong, esta vez, no vaciló para jalar del gatillo. 

A partir de ese día ya no hubo desertores. Si querían irse tenían que matar primero a Ichong. No había choques militares con el ejército porque por el ataque de la fuerza revolucionaria de los mayas se había retirado a la zona de altiplanicie del sur. El grupo de Ichong, con la dirección del jefe militar maya, conocedor de la geografía, también emboscó al ejército y lo derrotó.

Pasaron tres meses. Fuera de un joven de veinte años que murió por la fiebre, no hubo novedades. Pasaban pacíficos los días. Ichong, sentado en la cúspide de una de las bajas pirámides gemelas, estaba pensativo. Quizás la idea de Changyun no estaba tan mal. ¿Acaso Pancho Villa era alguien? Hirió a un hacendado, se hizo un abigeo, más tarde se hizo un general y finalmente entró a la Ciudad de México. Fue perseguido por Obregón, pero ese Obregón, al principio, era un niño. Pero Guatemala está en un estado más anárquico que México. Si es así, no es difícil fundar un país aquí en Tikal. Los mayas fundarán su país; nosotros los coreanos fundaremos otro país en torno a Tikal. Aunque sea pequeño, basta que ese país sea fuerte y que pueda autoabastecerse. Al final de cuentas somos extranjeros. No podemos crecer tanto como Obregón.

Ichong, en el siguiente combate, insinuó su plan al comandante de la fuerza revolucionaria maya. Cuando expulsen a Cabrera, ¿van a establecer un país para ustedes botando a los blancos? El comandante dijo que sí. Entonces, ¿irán ustedes a la altiplanicie de clima templado como Antigua o la Ciudad de Guatemala? Dijo que sí. Entonces, ¿no habrá problemas si nosotros fundamos un pequeño país alrededor de Tikal? Riéndose a carcajadas, dijo que no le importaría que fuera un país más grande. Le habló de Belice, al norte de Guatemala, país fundado por los esclavos negros de África. Iguales a ustedes, ¿no? Ichong le explicó más. Es que, como mi país al otro lado del Océano Pacífico desapareció, es un problema crucial para nosotros. El comandante revolucionario batió la cabeza sin dar mucha importancia. Su cara decía que sólo con cuarenta qué podían hacer.

Sin embargo, con la cara seria agregó: Pero, Tikal no. Es la tierra sagrada para nosotros. No habrá problemas si fuera alrededor del lago de Petén, al sur de Tikal, o a la zona selvática del norte. Pero Tikal no, ¿ya?

Ichong volvió, reunió a los treinta y cuatro y les habló de su plan. Había algunos que se oponían. Había otros que se burlaban. Nadie aceptó inmediatamente.

Somos simples mercenarios. Cuando los mayas logren su revolución, recibiremos dinero y volveremos. Eso es todo. ¿Volver? ¿A dónde? ¿Hay algún lugar a dónde volver? De todas formas, no podemos vivir en la selva. ¿Por qué no? Aquí no hay hacendados ni gobernadores. Sólo estamos nosotros y los mayas. Los mayas ahora nos necesitan, pero cuando su revolución tenga éxito, nos botarán. Aquí es su lugar sagrado. Aunque no fuera acá. Dicen que hay buenos lugares al norte de Guatemala. Bien, aun así, ¿qué importancia tiene que haya o no haya el país?

Ichong quedó pensativo. Luego se sonrió. Si no nos importa que haya o no, quiere decir que no importa que haya, ¿no? Entonces, podemos fundar uno, ¿no es así?

Un breve silencio. Quizás podemos morirnos todos mañana. ¿Hay alguien que quiera morirse como japonés o chino? Yo no quiero. Ichong habló resueltamente. ¿Qué tal si no tenemos nacionalidad?, dijo Tolsok. Ichong negó con su cabeza. Los muertos no pueden estar sin nacionalidad. Todo el mundo se muere como ciudadano de un equis país. Por tanto, necesitamos nuestro propio país. Aunque no podamos morir como ciudadanos del país fundado por nosotros, pero no debemos morir como japoneses o chinos. Aunque alguien quiera ser sin nacionalidad, necesitará tener un país.

Era difícil la teoría de Ichong. Lo que les convenció no era la teoría sistematizada, sino la pasión. Y esa pasión era algo increíble. Esa pasión no era algo que quería ser, sino algo que no quería ser.

Después de un mes, en la plaza del tempo de Tikal fundaron el país más pequeño en toda la historia de la humanidad: Nueva Corea. Como los nombres de los países que conocían eran Chosun y Corea, no les quedaba otra opción. El comandante maya les mandó un toro amarillo. Ichong le agradeció y dijo que no se preocupara porque, aunque habían hecho la ceremonia de fundación en Tikal, pensaban mudarse hacia el lago de Petén. Kwangsu, como brujo, dirigió el rito con mucho cuidado para felicitar la aparición de un nuevo país y Okson tocó la flauta desde el lugar más alto. Al terminar el rito, Ichong habló. Este país es un nuevo país, sin diferenciación de clases sociales. Nadie es noble ni plebeyo ni esclavo. Todos nosotros somos responsables del destino de este país. Avisaremos a los coreanos de México y a Corea sobre la existencia de este pequeño país para que participen en su construcción.

Sin embargo, casi nadie consideró con seriedad esta declaración de la fundación del país.
 
 

Traducción de Hyesun Ko


 * El reino fundado por los descendientes del reino Goguryeo en Manchuria al caer éste en las manos de otro reino de la península.