La Jornada Semanal,   domingo 18 de septiembre de 2005        núm. 550
MENTIRAS TRANSPARENTES
Felipe Garrido


FRIDA

Frida me gustaba porque tenía los ojos rasgados. Porque su cuello era largo, como de garza. Porque usaba trenzas. Porque ya se le dibujaban las nalgas y quebraba la cintura. Frida me gustaba, sobre todo, porque era mala. Era perversa, todo el tiempo; hubiera o no razón; estuviera de malas o de buenas. De noche, al fondo del patio, Frida ponía los ojos en blanco, hablaba ronco, se llenaba la boca de espuma y decía que tenía dentro un diablo. Mis primos y yo salíamos corriendo. En el corral, de pronto se tiraba al piso, se revolcaba, se despeinaba, se arañaba gritando, hasta que llegaban mi tía, o mi madre, o la abuela. Frida nos acusaba de que le habíamos pegado. Nos castigaban. Frida le sacaba los ojos a un pollito y lo ahogaba en la pileta y decía que había sido alguno de nosotros, que nos había visto. Nos castigaban. Alguna vez Frida se me fue acercando, sus ojos en los míos, el aliento entrecortado. Su lengua era fresca, de pitahaya y arrayán.