Jornada Semanal,  18 de septiembre  de 2005         núm. 550
Y AHORA PASO A RETIRARME

Ana GarcíaBergua

PERIÓDICOS Y NOVELAS

Venía escuchando en la radio del coche una entrevista a Armando Medina Millet, el hombre que ha estado encarcelado nueve años en Yucatán, acusado de asesinar a su esposa, y que afirma que en realidad ella se suicidó. El hombre sonaba como si fuera inocente y quizá lo es –la Suprema Corte dijo que no–, pero me acordé de que muchos asesinos pueden sonar como inocentes, y no hay nada mejor que la literatura para mostrarlo. Un ejemplo apasionante sería el de protagonista-narrador de la espléndida novela de Patricia Highsmith Mar adentro, donde el asesino cuenta cómo mata al amante más reciente de su esposa y lo cuenta de tal manera que el lector no acaba de encontrar su acto del todo injustificable: después de todo, qué mujer tan cruel, piensa, que le lleva al esposo los amantes a la casa, hasta que al final de la novela el lector se da cuenta de que ha estado adormecido por los razonamientos de un psicópata estacionado en el papel de ser una buena persona que todo lo tolera (y claro, un día no aguantas más, diría, y lo mata, pero en ese razonamiento hay un trecho falso). El señor Medina dijo que había arrastrado a su esposa herida escaleras abajo para llevarla a la clínica, en lugar de llamar a una ambulancia: "Imagínate que voy a sentarme a esperar una ambulancia, en Mérida", dijo, lo cual en un principio suena como muy verosímil, con todo y la queja por la lentitud de las ambulancias en el sureste (tema que no domino), pero ciertamente un poco raro, como todo en la novela de Highsmith. 

El caso de Yucatán me recordó también una noticia que copié hace unos meses en la Biblioteca Nacional, de un ejemplar de El Universal de 1920: "…la señora Zebada de Lozada, en un arranque de locura siempre inexplicable en los suicidios, se disparó el arma que encontró al alcance de su mano, dejando en la orfandad a sus dos tiernos hijitos y sumiendo en el dolor a todos sus familiares". También en aquella época había dudas respecto a si la señora se había suicidado o si su marido la asesinó –un vecino afirmaba que lo había escuchado gritar "¡Maté a Ofelia!, ¡maté a Ofelia!"–, pero al parecer no oía muy bien y al final ganó la hipótesis del suicidio, debido también a que estaba presente la mamá de la occisa, quien la vio correr escaleras arriba con el ánimo de matarse –de manera "inexplicable", como bien diría el redactor de El Universal–, al grado de que días después el desenlace del caso se acompañaba de otra noticia bajo el título "Trágica racha del mal de Werther": "La jovencita Josefina Rangel, alumna de la escuela Corregidora, apuró fuerte dosis de estricnina, muriendo a los pocos minutos en medio de horribles contorsiones por efecto del veneno". Si se fijan, la niña se envenenó como madame Bovary. 

La verdad no estoy segura de que la señora Zebadúa de Lozada se llamaba Ofelia, pero los novelistas tendemos a llenar huecos, donde los haya, con cosillas de la propia invención, mil perdones. Y es increíble cómo la literatura y los periódicos trasminan tan seguido sus espíritus, son vasos comunicantes. Como La secuestrada de Poitiers, de André Gide, que relata un hecho periodístico y a la manera periodística, o como Las muertas de Jorge Ibargüengoitia –la historia de las siniestras Poquianchis–, muchísimas novelas se alimentan de la nota roja, poniendo su pedacito de ficción donde la realidad empuja a ello. 

Tanto como puedo hago excursiones a la Hemeroteca a buscar fantasmas de novela en los periódicos viejos o simplemente para leer la novela que en distintas épocas cuentan los periódicos. La nota de la señora suicida me la encontré buscando, en realidad, qué se compraba con tres pesos en 1920, averiguación que hacía para otra novela. En ese mismo periódico, hallé un anuncio clasificado (¿no es Aura la que comienza con un anuncio clasificado?) que me llamó mucho la atención. Decía: "Deseamos saber paradero nuestra madre, señora Agustina Gaytán, viuda del maquinista Juan Bilch, que perteneció a División Aguascalientes, Ferrocarril Nacional, donde era conocido por El Coyote; vivía nuestra madre con nuestras hermanas Sahara y Flora en Silao, Guanajuato, el año de 1916, en que creemos salió para la Ciudad de México, ignorando desde entonces de ellas. Todo informe ruégase remitirlo a Federico y Juan Belch, 1881 E. 29th Street, Lorain, Ohio, Estados Unidos, quienes gratificarán con $25.00 a quien proporcione informes exactos, después de haber sido encontrada dicha señora." ¿Qué fue de la señora Gaytán?, ¿gratificarían a alguien los señores Bilch por encontrarla? Habría que escribir esa novela…