Usted está aquí: domingo 18 de septiembre de 2005 Opinión 30 Festival de Toronto Mujeres que trabajan, números reveladores

Leonardo García Tsao

30 Festival de Toronto Mujeres que trabajan, números reveladores

Toronto, Can., 17 de septimbre. Totalmente al azar, uno consigue ver el mismo día dos películas emparentadas por su tema. Es decir, programas dobles involuntarios. La coproducción franco-alemana Frankie muestra a una modelo (Diane Kruger) recluida en una clínica siquiátrica para recuperarse de una crisis mental producida simplemente por la presión de su trabajo. Sin seguir una narrativa lineal, sino fragmentos impresionistas de la vida de la protagonista, dentro y fuera de la clínica, la directora debutante Fabienne Berthaud cuenta una historia conocida: la de la chica bella que sucumbe en un mundo donde sólo se valora la apariencia.

No obstante, Berthaud evita los lugares comunes moralistas sobre los peligros de la droga o el reventón constante. Frankie truena porque, a sus 26 años, ya es demasiado vieja para el negocio, no sabe hacer otra cosa, no logra entablar comunicación con nadie fuera de su estoico chofer y está harta de ser tratada como maniquí viviente. Gran parte del interés de la película radica en la implosiva actuación de Kruger, quien revela una contenida capacidad dramática no vista en chambas hollywoodenses como Troya.

Por otro lado, la alemana Sommer von Balkon (Verano desde el balcón), de Andreas Dresen, se centra en la amistad de dos mujeres comunes y corrientes: Katrin (Inka Friedrich): una divorciada casi cuarentona, madre de un niño, que no consigue trabajo fijo, y Nike (Nadja Uhl), una guapetona cuidadora de ancianos que inicia un amorío con un donjuanesco chofer de tráiler. Si bien hay insinuaciones de una realidad difícil -desempleo, insatisfacción amorosa con machos abusivos, crisis alcohólicas--Dresen mantiene su relato en un tono light que va desgastando el relativo interés de la película. Este es otro de tantos relatos sobre la solidaridad femenina, hecho en este caso con una ligereza que no va con la idiosincrasia teutona, según puede constatarse con el chocante efecto de una banda sonora plagada de canciones chistositas.

El contraste entre ambas realizaciones es curioso. La vida cotidiana de esas amigas alemanas sin ningún glamour es contada en Sommer von Balkon, en un tono de comedia agridulce que desmiente un trasfondo de carencias; en cambio, la existencia de una aspirante a top model -que uno supone fácil y privilegiada- es enfocada en Frankie como un sombrío drama de potencial desperdiciado.

Por otro lado, si a los números nos vamos, el total de películas latinoamericanas exhibidas en Toronto ha sido de nueve (eran diez, en principio, pero la chilena Paréntesis no llegó a exhibirse): cuatro de Argentina (de las cuales, El método Grönholm, de Marcelo Piñeyro, es de producción mayoritariamente española), dos de Brasil, una de Cuba y dos de México -ya saben cuáles. Es decir, salvo la cubana -Viva Cuba, cinta infantil de Juan Carlos Cremata- la presencia dominante sigue siendo la de los tres países que tradicionalmente han tenido una industria de cine. No deja de ser preocupante que todo el territorio que va del Río Bravo a la Tierra del Fuego ha sido representado por menos de una decena de películas dentro de las trescientos y pico selecciones de esta edición de Toronto. En contraste, la industria más poderosa del mundo, la estadunidense, ha participado con más de 80 títulos. ¿Desproporción? ¿O es simplemente que el público, aunque sea de festival, prefiere ver sobre todo cine Made in USA?

Hablando del público, uno calcula a ojo de buen cubero que 70 por ciento de los asistentes a las funciones de boleto pagado rebasa el cuarentón. El desinterés de un gran porcentaje de los espectadores jóvenes por un cine diferente al que se estrena cotidianamente es un fenómeno sintomático y no exclusivo del pueblo canadiense.

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