Usted está aquí: domingo 18 de septiembre de 2005 Opinión Huella imborrable

Angeles González Gamio

Huella imborrable

Hace una década recordábamos en estas páginas la tragedia que vivió la ciudad de México como consecuencia de los devastadores sismos del 19 de septiembre de 1985, que cambiaron para siempre el alma de la ciudad. Hoy revivimos nuevamente aquellos días en los que los habitantes de la capital, consternados de dolor, removían escombros para sacar muertos y heridos, juntaban alimentos, ropa y cobijas, hacían tapabocas, seleccionaban medicinas de las cientos que la gente donaba. Todos querían ayudar. Ante la incapacidad gubernamental, la ciudadanía se organizaba, formaba brigadas de voluntarios que se instalaban en una construcción derruida y por días, incansablemente, quitaban, a veces con pedazos de su propia piel, los materiales que aplastaban los cuerpos de las víctimas; otros les daban de comer y consolaban a los familiares.

A la inmensa pena por las vidas perdidas o dañadas, se añadía la de ver nuestra amada ciudad mutilada. La zona del Centro Histórico fue quizás la más afectada. Era imposible recorrerla sin que se llenaran los ojos de lágrimas, que se sumaban a las ya derramadas por los muertos y heridos. El sentimiento de culpa por estar bien. ¿Cómo era posible que entre tanto sufrimiento y pérdidas irreparables, uno siguiera con vida, sus bienes intocados? Todo lo que se hacía parecía poco; el dolor ajeno se volvía propio, con una intensidad antes desconocida. Surgió una solidaridad nunca vista; en el extranjero se comentaba como un fenómeno único, que no se había dado en ningún otro país donde han ocurrido tragedias semejantes. Poco a poco se fue regresando a la normalidad, pero no volvimos a ser los mismos: surgieron multitud de organizaciones ciudadanas, supimos lo que era trabajar unidos, conocimos la fuerza que poseemos si nos apoyamos y hacemos un frente común.

En el Centro Histórico decenas de vecindades se reconstruyeron bajo la vigilancia de sus antiguos moradores, que exigieron que se conservara el modelo antiguo, con su patio central, lo que le de un especial sentido humano a la vida de sus habitantes. Muchas de ellas se han mantenido como el día que las volvieron a vivir. En el tradicional barrio de Tepito hay varios ejemplos de ello que son un placer visitar, con su altar a la Guadalupana, muy arreglado, siempre con flores frescas, las jardineras y macetas bien cuidadas, impecable la pintura, todo limpio y en orden. Allí se han organizado los vecinos y todos cuidan los espacios comunes como propios, lo que crea un ambiente de armonía que se refleja en la vida personal de los que habitan en esos lugares, que demuestra que la vida en vecindad, bien llevada, es la mejor forma de vivir.

No tuvieron la misma suerte las construcciones que se encontraban enfrente de la Alameda, en la entrada al Centro Histórico, que hasta hace cuatro años se mantenían en el total abandono, medio derruidas, ofreciendo un deprimente espectáculo, que recordaba las ciudades europeas bombardeadas durante la segunda guerra mundial.

Hay que hacer un reconocimiento al gobierno de la ciudad, por haber logrado rehabilitar finalmente esa importante zona, con la edificación de la Plaza Juárez, bello espacio decorado con una inmensa fuente formada por pequeñas pirámides, obra de Vicente Rojo; a su alrededor se levantan dos modernos edificios, diseño del arquitecto Ricardo Legorreta. Uno de ellos va a ser la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores y el otro del Tribunal Superior de Justicia; a un costado está por concluirse el desarrollo residencial Parque Alameda, con departamentos que van a contar con gimnasio, alberca y salón de usos múltiples, que seguramente van a habitar buena parte de las personas que laboren en ambas dependencias, con lo cual su calidad de vida tendrá una sustancial mejoría.

Desde hace tres años ya funciona en la misma avenida Juárez el hotel Sheraton Alameda, que se ha tornado en un lugar de encuentro, a lo que ayudan sus 5 mil metros de salones, con capacidad para seis mil personas, su bien equipado centro de convenciones, un gimnasio de Sport City, sus bares y restaurantes, entre los que sobresale El Cardenal.

Justo a un lado se encuentra un vasto conjunto, que alberga un hotel Fiesta Inn y un centro comercial que incluye tiendas de deportes, zapaterías, tiendas de ropa y perfumería, un lugar de apuestas y varios restaurantes y cafeterías.

Pasos adelante se yergue imponente el Palacio de Bellas Artes, cuya vista ofrece siempre tantos placeres; hoy vamos a darnos una agasajada con sus murales, y a comer un chile en nogada en el restaurante del palacio, que los prepara sabrosísimos. Si le queda lugar para el postre, el pastel de zanahoria es delicioso; acompañado de un buen café exprés, es el cierre perfecto.

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