Jornada Semanal,  domingo 11 de septiembre  de 2005                núm. 549
LAS RAYAS DE LA CEBRA
Verónica Murguía



BEOWULF Y YO

El poema épico Beowulf puede haber sido escrito por un contemporáneo de Beda el Venerable, una especie de Merlín enciclopedista, allá por el siglo VIII, una época brillante de la Baja Edad Media inglesa. Es un poema hermoso: he oído fragmentos en anglosajón leídos por Seamus Heaney (autor de una versión contemporánea publicada en 2000), en un cd de la Norton Anthology y me conmovió la música de los versos.

Jorge Luis Borges lo amaba también, como lo atestiguan entre decenas de páginas, el poema Fragmento, cuyo final dice así: "Una espada para la mano/ Que derribará la selva de lanzas/ Una espada para la mano de Beowulf."

J.R.R. Tolkien hace de la imposibilidad de comprender cabalmente este poema el tema de su extraordinario ensayo Los monstruos y la crítica.

La historia que cuenta el poema, rodeada de un halo de fatalidad, trata de un héroe geata nacido en lo que ahora es Suecia, quien temprano en la vida derrota a un monstruo formidable que amenaza el palacio del rey Hrothgar, soberano de los daneses.

Este monstruo se llama Grendel y es una criatura literaria magnífica: piensa, es mitad humano, desciende de Caín. Lo que provoca sus estallidos homicidas es una especie de misteriosa envidia. Cada vez que hay música y fiesta en el palacio –hay que pensar en una construcción de madera, piedra y arcilla, ciertamente tosca–, Grendel se enoja. La alegría humana lo irrita. Astuto, sabe que un tipo que se ha caído de la banca (las sillas no eran muy comunes en el mobiliario medieval) después de beberse varios litros de cerveza, es una presa fácil de comer. Así, arrasa con crudos y borrachos hasta que Beowulf se apersona en la corte danesa. Una noche finge que está dormido, y arranca el brazo a Grendel cuando ya se cernía sobre él. Sigue una persecución en la que Beowulf se hunde en un lago maldito detrás del monstruo. Finalmente lo mata. La madre de Grendel, enloquecida de rabia, reconcentrada en su dolor, dice el poema, se enfrenta a los daneses con una furia aun más ciega que la de su hijo. Esta madre monstruo, más feroz y vengativa que su retoño, tendrá un avatar extraordinario en Sycorax, la esperpéntica madre de Calibán, de La tempestad, de Shakespeare. Beowulf la vence y reina con benevolencia sobre los daneses durante cincuenta años. Ya anciano, se enfrenta solo a un dragón. El viejo rey sabe que va a su muerte y sus reflexiones en ese momento son, para mí, una de las cualidades más notables del poema. Los dos, dragón y rey, mueren, se enciende la pira funeraria y el poema termina con una nota negra.

Es un poema que amo. Quiero escribir una novela corta basada en la vejez del rey, pero se me atravesó un libro que ha tenido un efecto, digamos, descarrilador. Se titula Grendel, y lo escribió el malogrado y brillante novelista norteamericano John Gardner, autor, además, de un estudio sobre Chaucer. Gardner tenía cuarenta y nueve años cuando murió en un accidente de motocicleta. Creo que le quedaban muchos libros por escribir, pero bueno, me ha puesto a girar con su Grendel, un texto que me hubiera gustado escribir yo, y que ha echado por tierra mi idea de la novela beowulfiana.

La impresión que Grendel me ha provocado acabó, espero que no para siempre, con mi simpatía por el héroe sajón. El leerla en un momento en el que hay guerra me hizo ver a la corte danesa como un puñado de seres brutales. Es más, me convenció de que la verdadera víctima es el monstruo.

Tengo para mí que el libro de Gardner, entre otras cosas, busca suscitar en el lector la extrañeza que obligatoriamente debería acompañar la lectura de un texto épico, pues, hijos del siglo xx que somos, sabemos que la guerra es una porquería que carece de honor. El análisis de Tolkien registra minuciosamente nuestra incapacidad para comprender el universo en el que se escribió la saga; para Gardner esto no es pérdida alguna. Hay que leer el poema, pero no tomarse en serio las ideas de honor de los geatas, ni alabar a Beowulf porque sea capaz de arrancarle el brazo a Grendel con las manos desnudas. Al fin y al cabo, según el monstruo, la fuerza bruta no es algo loable. Su madre, poderosa como un temblor, no puede ni razonar, ni hablar… ¡pero qué tal matar!

Cuando una lectura casi nos tira de la cama, nos suscita mil reflexiones, nos trastoca, es algo maravilloso. Pero ahora no sé qué hacer con mis decenas de cuartillas sobre el honor de mi exhéroe.