Jornada Semanal,  domingo 4 de septiembre  de 2005                núm. 548
CINEXCUSAS
Luis Tovar
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 TIEMPO DE HÍBRIDOS

"Era un gran rancho electrónico/ con nopales automáticos/ tragafuegos supersónicos/ y su campesino sideral [...] era un gran tiempo de híbridos." Esta es parte de la letra de la canción homónima que Rodrigo González compuso hace ya más de veinte años. No es leitmotiv del documental recientemente realizado proRafael Montero en honor del Profeta del Nopal, y nadie ha hecho una película basándose en la letra. Si se trae a cuento en este espacio es porque, quizá de modo más bien inopinado y arbitrario, a un servidor le vino a la memoria mientras veía Imaginum, película de animación dirigida por los mexicanos Alberto Mar e Isaac Sandoval, quienes, añadiendo ésta a la escasísima cuota de películas animadas mexicanas de largometraje, debutan como realizadores –antes fueron parte del equipo que hizo Magos y gigantes (2004, Andrés Couturier y Eduardo Sprowls).

Como no es precisamente un tema público –aunque algunos cineastas dan a veces en mencionarlo cuando tienen un micrófono enfrente–, es posible que usted, caro lector, desconozca un sambenito que suele colgársenos a quienes hacemos crítica de cine, y en particular de cine mexicano: que deberíamos ser constructivos y apoyar al cine local; lo que significa, leído al revés para entenderlo mejor, que Mediomundo está convencido de que somos destructivos y no apoyamos al cine mexicano. Más allá de que es falso que una crítica desfavorable no pueda ser constructiva, y que apoyar al cine nacional equivalga a hablar bien de él invariablemente –y por lo tanto de manera acrítica–, el justo medio resulta frecuentemente difícil de hallar, y todavía más difícil de llevar a la práctica frente a una película que, como Imaginum, mueve a pensar, antes que en la película per se, en el pedregoso camino de la animación en México, lleno de frustraciones, proyectos abortados, realizadores malogrados, películas que jamás se terminaron, éxodo de talentos tristemente orillados a colaborar en el llenado de bolsillos de Hanna-Barbera, Disney y demás megacompañías del ramo, cuando no a la producción de anuncios publicitarios.

QUÉ BUENO PERO QUÉMALO

Es preciso hacer a un lado esa suerte de falsa benevolencia porque con ella a cuestas es más difícil poner de relieve la necesidad de superar los desaciertos de los que adolece Imaginum, que por lo demás son los mismos que ha acarreado buen número de animaciones locales. No es ningún misterio: se trata de los tics y los convencionalismos prácticamente calcados de la animación estadunidense más tradicional, ésa que vimos desde niños y que nuestros hijos atestiguan aún hoy. La lista es larga, pero vayan aquí algunos elementos: una trama interrumpida constantemente por gags y sketches en los que se pretende dotar de sentido del humor –con resultados desiguales– a la trama misma y a los personajes; un uso de la musicalización cuyos tonos y momentos resultan más predecibles que un eclipse; un trazo de personajes esquemático y simplificador, a tal grado que pareciera haberse pensado que ningún niño es capaz de percibir matices, con el añadido supuestamente innovador pero en realidad ya muy manido de poner junto al malo-malo, a uno o más malos-tontos, que serán los encargados de los chistes...

La trama tampoco se desmarca de otro cliché bastante socorrido: un niño terrícola se aliará con un trío de alienígenas buenos, más bien torpes e ingenuos, que vienen a la Tierra y deben vencer a un extraterrestre loco y malo que quiere conquistar el universo. Comenzando por Pinky y Cerebro, las caricaturas seriadas que abordan temas así son legión, y por eso es inevitable preguntarse: ya que es tan difícil hacer un largo animado en México, ¿por qué hacer algo que si no es, sí parece sólo una copia de las tantísimas animaciones hechas en cualquier parte? En este sentido, no parece casual que lo más rescatable de Imaginum sea su voluntad, intermitente, olvidada de a ratos, de imprimirle color local. Aunque a final de cuentas es traicionada por el desarrollo de la trama –típico final feliz de caricatura–, dicha voluntad de apartarse del camino seguro tiene sus mejores aportaciones en la inclusión de algunos giros de lenguaje y, sobre todo, en la ciertamente cómica y sorpresiva incorporación de personajes como Jaime Maussán y Pedro Ferriz, hilarantes ufólogos ya desde su existencia en carne y hueso, y que aquí son aprovechados para darle a la película su más interesante matiz que, por desgracia, al final es desaprovechado.