La Jornada Semanal,  4 de septiembre de 2005        548


N O V E L A
TIEMPO DE FANTASÍA

 
LEO MENDOZA
Verónica Murguía,
Auliya,
Era,
México, 2005.

Publicada originalmente en 1997 en la colección El Guardagujas del Conaculta, Auliya, de Verónica Murguía, quizá no fue tan comentada como lo merecía ya que eran y siguen siendo malos tiempos para la fantasía. Sin embargo, como bien lo señaló Chistopher Domínguez, su publicación fue una verdadera revelación: sus lectores descubrieron un mundo mágico en donde el conocimiento de la tradición árabe –previa al islam, incluso– se mezclaba con una historia de carácter iniciático.

Hoy, reeditada por Era, la novela de Murguía continúa sorprendiéndonos porque su anécdota nos atrapa de principio a fin: Auliya, maga en ciernes, es una criatura débil que, conducida por el amor, viaja rumbo al mar para regresar a su aldea con el agua en las manos. La metamorfosis que sufre en este viaje es en realidad el cumplimiento de un sueño.

Autora de novelas como El fuego verde y del libro de relatos El ángel de Nicolás –donde reaparecen algunos personajes de sus anteriores obras–, Murguía es uno de los muchos casos atípicos que afortunadamente existen en nuestra narrativa y que ajenos a las modas han elaborado una obra sólida, constante. La reaparición de Auliya confirma el gusto de los lectores por esos relatos mágicos que permiten la recuperación de territorios primigenios.

Como todo personaje inciático, Auliya es diferente a los tuaregs de su tribu: tiene un conocimiento innato de la naturaleza quizá porque en el parto estuvo a las puertas de la muerte. Sus poderes se acrecientan con la llegada de un Abú al-Jakum, héroe moribundo que busca el mar tras un brutal encuentro con los demonios del desierto.

En realidad Auliya es mucho más adánica que maga: su poder está en la palabra, en la capacidad para nombrar. Aun cuando logra transformarse a partir del amor, su capacidad para comunicarse con los animales –un escorpión a quien su padre aplasta, un milano o un antílope– le permite sobrevivir al cumplir la misión que el forastero no llevó a cabo.

Las palabras son, en el caso de Auliya, tal y como lo quería Novalis, verdaderos conjuros: por eso nombra a los animales como es el caso del escorpión que se convierte en su compañero. Su hazaña también consiste en lograr que se renombre su aldea celebrando el regreso de esta hija pródiga cuyas transformaciones marcan sin duda la pauta de su crecimiento, el cual pasa por la pérdida de sus poderes y su recuperación que es la recuperación de ella misma como mujer.

Murguía logra en Auliya –como en casi todos sus libros– una narración de una belleza transparente: su historia nos recuerda que mucho antes que Las mil noches y una noche fascinaran a Occidente gracias a sir Richard Burton, los árabes dejaron su impronta en la lengua y la cultura españolas, durante esos años de la expansión islámica que permitieron el nacimiento del Califato de Córdoba: de ahí que la magia que habita en su libro nos sea tan familiar, porque de alguna manera habita en nuestros sueños desde la llegada de los cuentos del famoso Calila y Dimna, que Alfonso x mandó traducir, y cuyos ecos resuenan en las historias del conde Lucanor