Jornada Semanal, domingo 4 de septiembre  de 2005           núm. 548

Germaine Gómez Haro

 DE VORACIDADES Y EXCESOS

En el Museo Carrillo Gil se presenta la exposición Voraz fuego ebrio, titulada a partir de una sugerente cita extraída de un poema del autor chino Tu Fu. La amplia y heterogénea muestra pictórica integra cien obras de quince artistas de diferentes generaciones, elegidos por los curadores Carlos Ashida y Dulce María de Alvarado. La gama de participantes que va de José Clemente Orozco (1883) a Saúl Gómez (1980) es propositiva, aunque la calidad formal y conceptual de los trabajos dista de ser homogénea.

Uno de los aciertos de esta muestra es el énfasis en presentar obras pictóricas, si tomamos en cuenta que en los últimos tiempos en la mayoría de las exhibiciones en los museos predominan las artes alternativas, especialmente las instalaciones e intervenciones, como bien ha señalado el artista Germán Venegas: "[Prevalece] una tendencia discriminatoria hacia el trabajo pictórico. Parece que durante los pasados 15 años, el trabajo de los artistas no existió" (La Jornada, Cultura, 3/VIII/2005). En la actualidad, la discusión bizantina acerca de la supuesta "muerte" de la pintura ha sido ya superada, y es un hecho inequívoco que nuestro país cuenta con una tradición en pintura moderna y contemporánea que bien puede despertar la envidia de los países más desarrollados. En mi opinión, en el contexto de esta muestra lo relevante sería definir los límites generalmente "borrosos" entre la llamada pintura-pintura, y las prácticas pictóricas que más bien se relacionan con la ilustración o se insertan en los terrenos aledaños al diseño gráfico. En este punto concuerdo con Teresa del Conde, quien subraya en su reseña sobre esta muestra (La Jornada, Cultura, 10/VIII/2005), "el carácter de ilustración que un buen número de participaciones guarda".

En este sentido, los lenguajes pictóricos de los diferentes participantes van del expresionismo de Orozco en dos de sus obras ya "clásicas", Cabaret Popular y La Victoria, emparentadas por su espíritu salvaje con las de Gironella y Germán Venegas, cuyo trabajo resulta, a mi parecer, el más impactante de esta muestra. Se trata de un conjunto de cuarenta magníficas pinturas de diferentes formatos inspiradas en fotografías eróticas, realizadas a manera de variaciones sobre un mismo tema, excelentemente museografiadas en un original montaje que se antoja un tanto escenográfico, pero muy acorde a su esencia "teatral". No sucede lo mismo con Helio Montiel, artista de trayectoria destacada que cuenta con trabajos mucho más interesantes que los elegidos para esta muestra, los cuales carecen de la fuerza expresiva que lo caracteriza. Manuel Mathar presenta unas escenas de ámbitos cotidianos inmersos en una "frescura" que no es del todo convincente, sin embargo se incluye un excelente autorretrato que remite a la atmósfera tenebrista de autores como José Gutiérrez Solana.

En el terreno de la pintura de calidad dibujística destacan las atractivas piezas de Humberto Duque y Juan Kraeppellin, impregnadas de un divertido espíritu neo-pop cercano al humor francés de los artistas de la "figuración libre" como Hervé di Rosa y Robert Combas. Roberto Rébora sorprende con sus misteriosas obras realizadas al temple que revelan su sutileza y maestría técnica. El intrincado trabajo de José Luis Sánchez Rull es un contundente elogio al horror vacui, un viaje fantástico por delirantes laberintos de símbolos y analogías que atrapan por su capacidad de sugerencia.

Más allá de las pinturas sobre soporte plano bidimensional, se incluyó un atractivo montaje de Cisco Jiménez integrado por pequeñas pinturas y sus conocidas tallas, y las intervenciones sobre muros de Iván Villaseñor y Charles Glaubitz, las cuales, junto con las pinturas de Álvaro Verduzco y Balám Bartolomé no rebasan el mencionado terreno de la ilustración. Aunque al parecer estos artistas recurren a la estética del cómic y la manga japonesa con un afán transgresor, sus obras no alcanzan a sacudir ni al espectador más despistado. Saúl Gómez nos arranca una sonrisa con su pintura El Paisa, un homenaje a la glotonería que tiene como contraparte una intervención en el piso cuyo título lo dice todo: La guácara. Aquí, el humor redime el mal gusto, y nos invita a imaginar que, si André Breton visitase esta muestra, nos repetiría su gran sentencia lapidaria: "La belleza será convulsiva o no será."