La Jornada Semanal,   domingo 4 de septiembre  de 2005        núm. 548
 
García Ponce, 
compañero de celda

Juan José Gurrola

Donde se adelanta lo que había que demostrar.

Pierre Klossowski

Juan García Ponce evoca una humanidad desconocida. Ésta se desprende del puerto que tocaron Joyce o Beckett para adentrarse en otra dimensión con un nuevo código construido con una meticulosidad tal que hace indestructible la coherencia de su originalidad. "La errancia sin fin" más que un ensayo es un tributo a la condición insensible, del autor anatematizado, donde el juego de la razón ya sólo descubre variantes porque ni el pensamiento descarga las asociaciones para darle sentido o conformación a su existencia, sino sólo aparece como un lejano observatorio de esa errancia. Juan nos entrega el mapa que debemos perder, para encontrar la fuerza conectiva que nos haga presentir ese nuevo "estado de cosas".

Cuando conecta a Borges, Musil y Klossowski en el ensayo que premió Anagrama y cuyo tema común sería: lo imposible es, Juan exprime la substancia de estos tres autores para lograr hacer la representación de una emoción donde no importa el resultado sino su resonancia. En su nuevo habitat la voluntad de la razón empieza un reconocimiento del entorno.

Yo pienso que la otredad debe aprender a desandar su experiencia, así como los budistas aprenden a desandar la vida a cierta edad. También pienso que la mirada debe aprender a desmirar. Gracias a este grado alarmante de inhibición, cuando miro a Juan veo un jeroglífico. Toda descripción escapa a la elucidación en el intento, pero haciendo uso de la abritrariedad, tengo la sensación de que Juan, como un jeroglífico, no se mira a sí mismo en la mirada del otro más que para obtener una respuesta indicativa que lo haga conservar el secreto y mantener fresco el presentimiento de lo que va a suceder, alimentando así la lucidez del enigma. Quizá exagero, pero creo que sus libros estarán de acuerdo conmigo.

Los orígenes, para existir en nosotros, deben esconder un secreto de nosotros al que siempre nos referiremos sin conocerlo. Así, Juan para mí sigue siendo un enigma, afortunadamente. Y eso que hemos intercambiado tantas miradas que da vergüenza. Como dos compañeros de celda. El único espacio libre es el filo del soslayo. Pero aun allí, en su mirada de refilón he visto aparecer los indicios o los bordes de un nuevo ser humano que está viviendo en sus orígenes.