Felipe Garrido
Un día, una mariposa que veía
bailar a las muchachas en la feria de Acatlán quiso probar esa manera
de sentirse viva y fue a pedirle a San Pascual que le hiciera el milagro
de vestirla de fiesta, de darle un par de trenzas y cuerpo de doncella.
Y el santo, que estaba de buen humor, le concedió el prodigio sin
hacerse mucho del rogar. Llegó a la plaza, pues, la mariposa, y
era tan deslumbrante que todos los jóvenes, en cuanto la vieron,
hicieron a un lado a sus parejas y no quisieron otra cosa que bailar con
ella. La mariposa nunca se había visto tan asediada, tan admirada,
tan agasajada y, como a veces sucede con las muchachas que no saben llevar
a cuestas su lindura, comenzó a engreírse más y más
y no quiso bailar con nadie. Hasta que el santo, que ese día estaba
de veras de buen humor, decidió que hacía falta darle una
lección. Comenzaron entonces a brotarle las alas, pues aunque tuviera
cuerpo de doncella y trenzas y estuviera vestida de fiesta, seguía
siendo una mariposa, hasta que, finalmente, no tuvo más remedio
que salir volando.
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