Jornada Semanal,  domingo 28 de agosto  de 2005                núm. 547
A LÁPIZ
Enrique López Aguilar
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TURIAUTISTAS

La noción de cosmopolitismo en Johann Wolfgang Goethe suponía la de sentirse ciudadano del mundo por donde quiera que deambulara su afamada curiosidad; esto quiere decir que, sin dejar de sentirse alemán (o, precisamente, por la conciencia de saber que nunca abandonaba sus peculiares idiosincrasias), se sentía como en casa en cualquiera de los territorios a donde lo llevó su inteligencia, sin importar que se tratara de viajes físicos o inmóviles: uno de los frutos literarios donde se decanta tal generosidad es el Diván de Oriente y Occidente. La sensación de estar "a gusto" en cualquier lugar, sin importar la procedencia personal, también parece haber sido una cualidad de Heródoto, quien trasladó muchas de sus notas de viaje por Asia Menor y el norte de África en eso que ahora se llaman los Libros de la Historia. Bernal Díaz, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, también dejó constancia de la fascinación que produjo en él un territorio tan nuevo como el que el México del siglo XVI debió ser para los ojos europeos: salvo las esperables resistencias religiosas e ideológicas, las páginas que dedica a la descripción de Tenochtitlan siguen siendo de las más hermosas que se han dedicado a la antigua Ciudad de México. Por otras razones, los protagonistas de El cielo protector, de Paul Bowles, se atrevieron a perderse en un viaje sin regreso al adentrarse casi desnudamente en el norte de África.

Sospecho que han sido los viajeros cosmopolitas quienes han permitido el viaje de las ideas y la apropiación de cosas percibidas como "mejores" en otras culturas. Si Borges supo hacerlo para Hispanoamérica desde la primera mitad del siglo XX ("a falta de una tradición propia, apoderémonos de todas"), Marco Polo hizo algo parecido mediante ese descabellado viaje medieval al Lejano Oriente relatado en El millón: supo llevar la pólvora, la brújula y los fideos a una Italia que, posteriormente, ha hecho creer urbi et orbi que el spaghetti es una invención propia (y lo es, pero, ¿cómo se hubiera transformado el fideo en espagueti si Polo se hubiera negado aprensivamente a probar el fideo oriental, desdeñando las texturas, sabores y combinaciones que comenzaron a gestarse la primera vez que lo comió, ignorante de que esos gusanitos de harina terminarían en todas las mesas del mundo?).

Qué diferente es la experiencia "nacionalista" o, menos que nacionalista, "provinciana": la de aquellos que viajan para constatar que como México no hay dos y en París no hay taquerías, la de quienes salen de Estados Unidos para sólo comer en los proliferantes MacDonald’s del mundo y así lo demás: que si Estambul es una ciudad tan desaseada que siempre se ensucian las suelas de los zapatos, que si en Lima la garúa es muy fea y amarillenta, que si en Belgrado no hay discotecas como las parisinas… Desde esta vertiente del viaje, cada salida supone un fastidio, la meticulosa comprobación de que nunca vale la pena salir del paisito pues nada es tan bello ni mejor ni sabroso que lo propio, declaración que ya se puede ver como un principio de hostilidad e intolerancia frente a lo diferente. En un nivel hiperbólico, el desagrado que acompaña a este provincianismo nacionalista comienza como asco frente a la comida y las costumbres de otros grupos y puede concluir en hutus asesinando tutsis, en hustashe croatas exterminando musulmanes y serbios, en hacer Patria violentando a todo aquel que no sea como yo.

Alguna vez me topé con un programa estadunidense, de cuyo nombre no quiero acordarme, que refleja fielmente la idea del peor provincianismo, pues glorifica una especie de exploración del mundo para destacar el descubrimiento de todas aquellas cosas que son nauseabundas para la mass media norteamericana. La conductora, plena de estupidez y hot dog, recorre cada país extranjero para subrayar, con asco y risas, lo picante de las salsas mexicanas, los sabores fuertes de los quesos franceses, la textura de los caracoles españoles, la "crudeza" de la carne tártara y cuanto ayude a los sectores estadunidenses menos pensantes a confirmar cuánta razón tienen en despreciar a los sospechosos strangers, pues se destaca lo insoportablemente distinto para caricaturizarlo y percibirlo como inferior, no para entenderlo y explorarlo.

Si el viajero tiende a ser cosmopolita y el turista puede llegar a serlo, turiautista describe a quienes se mueven de un destino a otro de manera biliosa y cerrada, intolerante.