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Sospecho que han sido los viajeros cosmopolitas quienes han permitido el viaje de las ideas y la apropiación de cosas percibidas como "mejores" en otras culturas. Si Borges supo hacerlo para Hispanoamérica desde la primera mitad del siglo XX ("a falta de una tradición propia, apoderémonos de todas"), Marco Polo hizo algo parecido mediante ese descabellado viaje medieval al Lejano Oriente relatado en El millón: supo llevar la pólvora, la brújula y los fideos a una Italia que, posteriormente, ha hecho creer urbi et orbi que el spaghetti es una invención propia (y lo es, pero, ¿cómo se hubiera transformado el fideo en espagueti si Polo se hubiera negado aprensivamente a probar el fideo oriental, desdeñando las texturas, sabores y combinaciones que comenzaron a gestarse la primera vez que lo comió, ignorante de que esos gusanitos de harina terminarían en todas las mesas del mundo?). Qué diferente es la experiencia "nacionalista" o, menos que nacionalista, "provinciana": la de aquellos que viajan para constatar que como México no hay dos y en París no hay taquerías, la de quienes salen de Estados Unidos para sólo comer en los proliferantes MacDonald’s del mundo y así lo demás: que si Estambul es una ciudad tan desaseada que siempre se ensucian las suelas de los zapatos, que si en Lima la garúa es muy fea y amarillenta, que si en Belgrado no hay discotecas como las parisinas… Desde esta vertiente del viaje, cada salida supone un fastidio, la meticulosa comprobación de que nunca vale la pena salir del paisito pues nada es tan bello ni mejor ni sabroso que lo propio, declaración que ya se puede ver como un principio de hostilidad e intolerancia frente a lo diferente. En un nivel hiperbólico, el desagrado que acompaña a este provincianismo nacionalista comienza como asco frente a la comida y las costumbres de otros grupos y puede concluir en hutus asesinando tutsis, en hustashe croatas exterminando musulmanes y serbios, en hacer Patria violentando a todo aquel que no sea como yo. Alguna vez me topé con un programa estadunidense, de cuyo nombre no quiero acordarme, que refleja fielmente la idea del peor provincianismo, pues glorifica una especie de exploración del mundo para destacar el descubrimiento de todas aquellas cosas que son nauseabundas para la mass media norteamericana. La conductora, plena de estupidez y hot dog, recorre cada país extranjero para subrayar, con asco y risas, lo picante de las salsas mexicanas, los sabores fuertes de los quesos franceses, la textura de los caracoles españoles, la "crudeza" de la carne tártara y cuanto ayude a los sectores estadunidenses menos pensantes a confirmar cuánta razón tienen en despreciar a los sospechosos strangers, pues se destaca lo insoportablemente distinto para caricaturizarlo y percibirlo como inferior, no para entenderlo y explorarlo. Si el viajero tiende a ser cosmopolita
y el turista puede llegar a serlo, turiautista describe a quienes
se mueven de un destino a otro de manera biliosa y cerrada, intolerante.
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