Usted está aquí: domingo 28 de agosto de 2005 Opinión La voz de los pobres y la sordera de los ricos

Rolando Cordera Campos

La voz de los pobres y la sordera de los ricos

La semana se dedicó a celebrar un triunfo pírrico contra la pobreza, pero por fortuna también dio pábulo a más de una reflexión cuidadosa sobre lo que realmente ocurre con la vida social mexicana. La reducción de la población rural que sufre pobreza extrema contrasta con las realidades de una pobreza urbana que no cede y produce a diario fenómenos de descomposición familiar, personal y colectiva que constituyen un rotundo mentís a los cánticos triunfalistas de un gobierno en retirada que se atribuye éxitos que en todo caso corresponden a unos grupos desprotegidos que no se arredran ante la hostilidad ambiente y se las arreglan para sobrevivir y no para hacerla de masa de maniobra estadística del presidente Fox.

La pobreza es ya una expresión clara de una concentración de riqueza e ingreso que define los modos y los reflejos de la sociedad política que se presume democrática. Frente a este hecho no hay política eficaz ni político que corra riesgos. Convertida en costumbre social, que vuelven suya por igual pobres y ricos, la desigualdad corroe el ambiente público y le impone a la política plural barreras que parecen infranqueables. Lo son hoy y lo serán mañana en la medida en que los políticos que buscan el poder del Estado soslayen sus manifestaciones más groseras y se rindan a la evidencia de unos poderes reales que no respetan usos ni costumbres y a la luz del día hacen valer su ley que consideran la única en el territorio: la ley del más rico y la subordinación de todo y de todos al poderoso.

Los políticos se volvieron seres tributarios del privilegio concentrado en los medios de comunicación de masas, y la sociedad asiste al lamentable espectáculo de una transferencia millonaria de dineros públicos a la riqueza privada so pretexto de la comunicación social que la democracia exige para funcionar. El escándalo no llega a la conciencia de los que mandan o aspiran a hacerlo, y el escarnio llega a extremos inauditos cuando son los propios medios electrónicos los que vocean el "alto costo" de la democracia electoral, sin hacer la mínima mención al hecho de que en un alto porcentaje ese costo se explica por lo que los partidos y candidatos pagan en anuncios y presencias en la televisión privada y la radio, cuyas cadenas suelen ser eslabones del gran poder asentado en las pantallas caseras.

La desigualdad recoge con puntualidad dos fenómenos profundos que ponen cotidianamente en entredicho el discurso triunfalista de la democracia mexicana, que ha convertido en propiedad privada el presidente Fox con sus absurdas campañas de autoconsolación mediática. De una parte, la fuerza imparable de las elites mexicanas que se niegan a pagar los impuestos que su riqueza exigiría. De otra, la exangüe voz de los grupos pobres que apenas logran hacerse oír en las giras del Presidente y sus colaboradores pero que el resto del año no existen ni para funcionarios ni para legisladores.

La entrevista hecha por Roberto González Amador a François Bourguignon, economista en jefe del Banco Mundial (La Jornada, 26/08/05, p. 31), debería servir para alimentar una deliberación urgente sobre la gravedad de la situación social mexicana del presente. Esta situación social será el escenario para la campaña presidencial, pero desde ahora resiente los abusos y excesos de unos políticos y unos grupos de poder económico que parecen haber decidido para siempre que, en todo caso, la existencia de los pobres es una molestia con la que hay que cargar, sin ocuparse de ella demasiado.

Las elites miopes a las que se refiere el economista del Banco Mundial se han apoderado del espacio público, y colonizado el espacio mental de quienes les edulcoran el paisaje en las columnas financieras, las publicaciones del corazón o las encuestas de popularidad. Se trata de una rebelión contra su propia historia que además reniega de su geografía, a la que confunden con Aspen o Houston.

Las elites del poder que en verdad cuenta constituyen la principal amenaza contra la estabilidad política y económica de México. Poner coto a su prepotencia y abuso debería ser el punto inicial de cualquier agenda de renovación de una democracia que tal vez llegó demasiado tarde, cuando el Sol ya se había puesto. Lo que resta es asumir la soledad y recordar a Ixca Cienfuegos: "Qué le vamos a hacer si aquí nos tocó vivir."

Este artículo está dedicado a Silvia Lemus y Carlos Fuentes, cuyo dolor comparto

 
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