Usted está aquí: jueves 25 de agosto de 2005 Opinión Israel: evacuación cosmética

Editorial

Israel: evacuación cosmética

Apenas un día después de consumada la evacuación de la totalidad de los asentamientos israelíes en la franja de Gaza y de cuatro enclaves de Tel Aviv en Cisjordania, el gobierno de Ariel Sharon inició la confiscación de tierras palestinas en los alrededores del asentamiento de Maale Adumim, en territorio cisjordano, para prolongar el ilegal muro divisorio en construcción desde hace tres años, edificado por las autoridades de Israel con el pretexto de "detener a los terroristas", pero cuyo propósito real es anexar en forma permanente al Estado judío buena parte de Cisjordania, hacer inviable el Estado palestino y romper el tejido social, las comunicaciones y los lazos familiares de la población ocupada.

Si el gobierno israelí hubiese respetado la integridad territorial de los territorios palestinos ocupados desde 1967 y hubiese constreñido su "valla de seguridad" a las líneas divisorias que imperaron hasta ese año, habría podido creerse en sus pregonados propósitos de paz y ver la reciente evacuación de los asentamientos judíos como un aporte a la convivencia pacífica entre ambos pueblos. Pero las pretensiones de Sharon de anexar a Israel "para siempre" casi la mitad del territorio cisjordano, rodear la Jerusalén palestina (Al Qods) con enclaves demográficos israelíes y proseguir con la erección del muro ­medida infame rechazada por la ONU, por la Corte Internacional de La Haya y por una mayoría de la opinión pública internacional que de ninguna manera puede ser calificada de antisemita o de cómplice del terrorismo­ ponen en evidencia que la evacuación de las colonias judías de Gaza y de algunos asentamientos cisjordanos fue una medida cosmética, orientada a hacer creer al mundo que existe en Tel Aviv una disposición a la paz, y un intento por dividir a los palestinos, atenuar la intensidad de la resistencia contra la ocupación en Gaza y diluir en Cisjordania los sentimientos nacionales.

Por otra parte, el hecho de que el actual jefe de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, haya calificado la salida ­forzada, en muchos casos­ de los colonos judíos de "decisión valiente e histórica" de Sharon pone de manifiesto una creciente división entre la dirigencia oficial de la nación ocupada y los sectores palestinos ­terroristas o no, religiosos o laicos, armados o pacíficos­ que perciben el plan de Tel Aviv como un designio tendiente a hacer inviable el Estado nacional al que aspiran los ocupados y a constreñirlos a un puñado de bantustanes, a semejanza de las jaulas territoriales creadas por el extinto régimen racista de Sudáfrica para confinar en ellas a las poblaciones negras.

Ciertamente, el gobierno de Tel Aviv puede, mediante la fuerza de sus arsenales ­puntualmente abastecidos por Washington­, y con el respaldo político y diplomático de la Casa Blanca, consumar la edificación del muro de la infamia y robarse buena parte del territorio y de los recursos naturales cisjordanos; no logrará, en cambio, instaurar por esa vía una paz real entre ambos pueblos ni garantizar la seguridad de sus ciudadanos. A fin de cuentas, el pillaje territorial y el confinamiento de las poblaciones ocupadas en lo que no es más que una cárcel gigantesca ahondará los resentimientos y generará mayor y más enconada violencia.

El camino a la convivencia pacífica entre israelíes y palestinos pasa necesariamente, en cambio, por el cumplimiento de las resoluciones 242 y 338 de la ONU, en las cuales se establece el retiro israelí de las zonas ocupadas, el respeto a la integridad territorial de Gaza y Cisjordania y el derecho de los palestinos a establecer su capital en la Jerusalén oriental, que en árabe se llama Al Qods.

 
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