Usted está aquí: martes 23 de agosto de 2005 Opinión Nuevas historias de la aspirina

Javier Flores

Nuevas historias de la aspirina

Una de las mejores cosas que nos han ocurrido es la aspirina. Es un medicamento que se relaciona de forma muy amigable con nuestro cuerpo. A partir de su nacimiento, hace poco más de 100 años, nos acompaña durante toda la vida, desde niños. No requiere receta médica, es barata y se consigue en todo el mundo, no sólo en las farmacias, sino, como en México, en cualquier estanquillo. En todas las casas. Es un caso raro de una droga sobre la que existe una aceptación tácita a la automedicación.

Y es prodigiosa. Nos alivia lo mismo un dolor de cabeza que muscular, baja la fiebre y desinflama los tejidos. Es nuestra primera línea de defensa farmacológica. Su historia es, como la de todas las celebridades, controvertida. Pero muchos coinciden en atribuirle un origen en la medicina hipocrática, por el uso que se hacía del sauce en el tratamiento del dolor y la fiebre. La corteza de este árbol es rica en salicina, que es el antecedente del ácido acetilsalicílico, el principal componente de la aspirina. Pero esta sustancia, como la conocemos actualmente, es muy distinta a la que podría haber utilizado el autor hipocrático.

Se trata de una creación humana, una sustancia sintetizada en el laboratorio a finales del siglo XIX, hecho que se atribuye al químico alemán Felix Hoffmann, aunque antes otros especialistas franceses como Frederick Gerthardt ya habían sintetizado el ácido en forma rudimentaria, sin haber logrado reconocimiento para su utilización médica. Dado que Hoffmann formaba parte de la empresa Bayer, su distribución comenzó a darse en gran escala.

Sin embargo, tuvieron que transcurrir muchos años antes de que se conociera cómo actúa la aspirina. Un farmacólogo inglés, John R. Vane, descubrió en 1971 uno de sus mecanismos de acción, que consiste en el bloqueo de la producción de prostaglandinas, sustancias semejantes a las hormonas, involucradas en los procesos inflamatorios. Vane recibió merecidamente el premio Nobel de fisiología y medicina en 1982.

Pero uno de los hechos más relevantes en la historia de esta sustancia ocurrió unos años antes, en 1950, cuando Lawrence L. Craven, médico de California, describió un efecto de "adelgazamiento de la sangre" y prescribó a sus pacientes dosis diarias de aspirina para la prevención de ataques cardiacos.

Con el paso del tiempo las observaciones de Craven han sido plenamente confirmadas por la investigación científica. Así, desde finales de los años 80 del siglo XX hasta hoy se ha extendido su empleo médico para reducir los riesgos en los casos de infarto de miocardio recurrente, y en la prevención de ataque cardiaco en pacientes con angina de pecho. Debe tomarse en cuenta que las enfermedades cardiovasculares, junto con el cáncer, son las principales causas de muerte en la mayor parte de las naciones. De este modo la aspirina contribuye a salvar vidas y ha abierto nuevos capítulos en su historia.

Enfermedades cardiacas como las señaladas se originan por la obstrucción de las arterias del corazón, a la que contribuye la unión (o agregación) de células sanguíneas, en particular las plaquetas. La aspirina inhibe esta agregación plaquetaria al bloquear una enzima llamada ciclooxigenasa (COX). De este modo, la acción benéfica de la aspirina se extiende a otras enfermedades vasculares como la trombosis cerebral (obstrucción de arterias del cerebro), mediante un mecanismo semejante.

Adicionalmente, ya en pleno siglo XXI se estudian los efectos de la aspirina en la prevención de ciertos tipos de cáncer. Las evidencias más concluyentes provienen de los estudios realizados sobre el cáncer de colon. En 2003 Robert Sandler y sus colaboradores reportaron que el uso regular de la aspirina reduce los riesgos de adenomas colorrectales, que son precursores de los tumores malignos. Otros trabajos se orientan a estudiar la relación entre el empleo de la aspirina y la prevención de otros tipos de cáncer como los de esófago, próstata y mama. Las primeras observaciones son alentadoras.

Desde luego efectos tan importantes y complejos abren la discusión sobre los beneficios de su empleo generalizado. En junio y julio de este año, por ejemplo, se ha producido un debate en una de las revistas médicas más prestigiadas, el British Medical Journal, que se ha centrado en si deben administrarse dosis diarias de aspirina a todas las personas mayores de 50 años. Por ahora las opiniones de los expertos se encuentran divididas.

Es posible que en el futuro el consumo de aspirina pueda ser masivo y guiado por criterios médicos precisos. Al parecer la pequeña pastilla a la que todos tenemos acceso nos seguirá sorprendiendo.

 
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